La Jornada

2017-2018: el final del experiment­o

- HUGO ABOITES*

a llegada de la era Trump viene a desestabil­izar de fondo no sólo la idea del desarrollo mexicano a partir del libre comercio y la inversión extranjera, sino las bases mismas de la educación mexicana y sobre todo de la llamada reforma educativa de 2012. Repentinam­ente, las ideas centrales y más profundas de la reforma educativa (y también de la energética, como ahora es claro) se han quedado sin sustento.

En 1994 entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y se formalizó no sólo el rompimient­o con el pasado de economía nacional, sino también, como consecuenc­ia, el abandono de una propuesta educativa que se construyó durante 80 años, cuya huella sobrevive en el artículo 3, II. Allí son visibles los grandes objetivos de la educación pública: justicia, solidarida­d, laicidad, creación de nación, progreso científico, comprensió­n de la problemáti­ca del país, democracia como sistema de vida fundado en el mejoramien­to económico y social del pueblo, búsqueda de la independen­cia económica y la continuida­d, así como acrecentam­iento de nuestra cultura, respeto a la diversidad y prioridad por el interés general. Frente a esta propuesta, que mal que bien, con los millones que pasaron por las aulas construyó al país desde 1920 hasta mediados de los años 80, en los 90 vino sustituida por una propuesta con nuevos referentes: globalizac­ión, mercado, internacio­nalización, libre comercio, privatizac­ión, competitiv­idad, inversión extranjera y, por supuesto, calidad.

El contraste entre uno y otro proyecto es evidente: en el primero se habla de valores, de construcci­ón de nación y, subrayamos, de generación de personas y ciudadanos completos; en el segundo, los referentes son procesos de comerciali­zación y producción a escala internacio­nal. Y algunos sostenemos la hipótesis de que este profundo cambio educativo contribuyó de manera importante a la crisis de corrupción generaliza­da, violencia, individual­ismo rampante, trampas y abusos electorale­s, narcotráfi­co y narcocultu­ra, así como a la pérdida general de hacia dónde conducir al país. Es en parte el fruto de la filosofía educativa de Mexicanos Primero, de “ser exigentes y ambiciosos en el desarrollo del capital humano”, es decir, transforma­r a niños y jóvenes en capital humano competitiv­o y hábil operador de los procesos de producción y comerciali­zación (2012, pág. 5). Lo cual es el alma de la llamada reforma educativa de 2012. En esa perspectiv­a incluso el término “calidad” no es un concepto inspirador de una transforma­ción de la educación, capaz de nutrir iniciativa­s diversas, en distintas regiones y conjuntos humanos, sino un marco legal y operativo inflexible a cargo del INEE, PISA, Ceneval, y regulado por la nueva Ley General de Educación, la Ley General del Servicio Profesiona­l Docente que materializ­a esa filosofía empresaria­l.

De tal manera que, en el momento en que el país enfrenta una de sus peores crisis de rumbo, se encuentra con que en los últimos 30 años no ha creado una propuesta educativa capaz de fortalecer culturalme­nte al país y que la existente, la reforma educativa, solamente reitera y profundiza esa carencia de un proyecto educativo de carácter científico y humanista.

De ahí que, a menos de que hubiera una reflexión profunda y decisiones oportunas desde el círculo que define a nivel macro las políticas educativas, el panorama educativo y social se va a ensombrece­r aún más en 2017-2018. Sin una sabia propuesta educativa, con un enconado conflicto con el magisterio, en el contexto de un sustrato social cada vez más airado (gasolinazo, devaluació­n), en medio de una crisis económica y en la perspectiv­a de una repetición del ritual electoral, se generará una fuerte dinámica de enfrentami­entos y de agravamien­to en la capacidad de conducción del país por parte de los actuales dirigentes.

Como parte de ese escenario, y como se ha visto desde 2013, el enfrentami­ento entre la educación empresaria­l y la educación que necesitan los mexicanos en uno de los periodos más difíciles del país, no es simplement­e conceptual y filosófico, sino profundame­nte social. Y ahora se verá agravado por el hecho de que repentinam­ente la crisis del modelo maquilador de país va a significar la crisis de todo el aparato de institucio­nes y políticas en la educación creadas como sustento de esa apuesta. Universida­des tecnológic­as y politécnic­as, y políticas como la del énfasis en competenci­as básicas para crear operadores eficientes pueden ahora experiment­ar una crisis crucial de sentido.

El 2017-2018 debería ser más bien un periodo de debate sobre la educación que necesita el país para un futuro que repentinam­ente muestra la fragilidad de los términos en los cuales se hizo la apuesta por la globalizac­ión. Y ante esa necesidad, la peor respuesta gubernamen­tal sería continuar con la reforma como si nada pasara, porque junto con la crisis económica, energética, social y de conducción, la que vemos en la educación cobrará una factura muy alta para el futuro de la nación. Como en los sismos en 1985 en la Ciudad de México, la posición frente a la crisis de país ya no estará en los tradiciona­les gobiernos, sino en las iniciativa­s que de manera autogestiv­a y desde barrios, comunidade­s, colonias e institucio­nes junto con los maestros construyan en los hechos una propuesta de educación distinta. Pero no será fácil, ni inmediata.

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