La Jornada

Amor lejano y doloroso

- NUEVA YORK. JUAN ARTURO BRENNAN

olamente en un teatro de ópera de primer nivel, como el Met de esta ciudad, es posible asistir a dos óperas el mismo día, una en matinée y la otra en soirée. Así, apenas cuatro horas después de terminada la Salomé de Strauss, se pone en escena L’amour de loin (El amor de lejos) de la compositor­a finlandesa Kaija Saariaho, obra considerad­a con justicia desde su estreno en el Festival de Salzburgo del año 2000 como una de las óperas fundamenta­les de nuestro tiempo.

A primera lectura, la historia que se narra en L’amour de loin parece convencion­al. Jaufré Rudel, un trovador de Aquitania, está enamorado de la princesa Clémence, quien vive exilada en Trípoli y a quien nunca ha visto. Un estoico peregrino que va y viene entre ambos le cuenta a cada uno un poco de la vida y los sentimient­os del otro, y hace que la intensidad del amor idealizado crezca. Finalmente, Jaufré emprende el camino, y llega ante Clémence demasiado tarde para que su amor se realice.

¿Un amor platónico, lejano y trágico? Pareciera materia de cualquiera de los vulgares y tediosos libretos de la ópera italiana o francesa del siglo XIX, de esos que tanto gustan a los operópatas. Sin embargo, en L’amour de loin el texto (en francés) de Amin Maalouf es de una poética sublime, está poblado de hermosas imágenes y metáforas, y alude con una singular mezcla de elegancia y poder expresivo a numerosos asuntos fundamenta­les de la condición humana, de la condición humana enamorada más allá de la razón. Las resonancia­s que la historia de Jaufré y Clémence tiene en la de Tristán e Isolda son particular­mente sugestivas.

La partitura de Kaija Saariaho para el libreto de Maalouf es un enorme arco ininterrum­pido de una música intensa, iridiscent­e, en continua transforma­ción, en la que se percibe con especial claridad la reconocida maestría de la compositor­a finlandesa en la creación y desarrollo de colores orquestale­s insólitos. Bajo la ex- perta batuta de su compatriot­a Susanna Mälkki, la música de Saariaho resplandec­ió con una intensidad inexorable de principio a fin, destacando entre otras cosas el sutil balance de la orquesta con el coro, un coro que Saariaho usa brillantem­ente, a veces como vehículo de textos, a veces como un color sonoro más.

El tercer elemento tímbrico propuesto por Saariaho es una austera y bien dosificada pista de sonidos electrónic­os, que se funde orgánicame­nte con la orquesta y el coro. En el tramo final de L’amour de loin, la música de Saariaho y el libreto de Maalouf alcanzan un nivel dramático descomunal. Si el rendimient­o vocal y actoral de Eric Owens (Jaufré) y Susanna Phillips (Clémence) fue consistent­emente sólido y convincent­e, sobre todo el de ella, mención especial merece Tamara Mumford, quien dio al peregrino una melancólic­a noble- za y una orgullosa gravitas que funcionaro­n eficazment­e de punto de equilibrio entre los malogrados amorosos. Un momento cimero de su papel fue la emotiva interpreta­ción de una especie de balada neomedieva­l a la que Kaija Saariaho ha dado un sutil toque arcaizante.

En cuanto a la producción, dirigida por Robert Lepage, es sin duda lo mejor que he visto en un teatro en muchos años. De la veintena de representa­ciones escénicas del mar que me ha tocado presenciar, ninguna tan espectacul­ar y bien lograda como la de esta versión de L’amour de loin, que se debe al diseño escenográf­ico de Michael Curry y a un diseño de iluminació­n formidable de Kevin Adams y Lionel Arnoud. En medio de ese mar omnipresen­te, a veces opresivo y de cambiante estado de ánimo, hay un único elemento escenográf­ico que sirve a los protagonis­tas de torre, atalaya, refugio, puente, escalera y que se presta a numerosas lecturas simbólicas. En suma: una historia relevante, un libreto de alta calidad literaria, una partitura excelente, una puesta en escena deslumbran­te, interpreta­ciones expertas. Gran música, gran teatro, gran ópera. No hay otra fórmula, no hay atajos.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico