La Jornada

Guanajuato

- PEDRO SALMERÓN SANGINÉS

ace unos meses presentamo­s en diversas poblacione­s de Guanajuato En el espejo haitiano, de Luis Fernando Granados. Era más que pertinente: los protagonis­tas colectivos de ese libro son “los indios del Bajío” que en un periplo de 12 días (del 16 al 28 de septiembre de 1810) hirieron de muerte al régimen colonial: “la Independen­cia como proceso social desde abajo sí resultó en una modificaci­ón sustantiva de la relación colonial”. En el Bajío, los peones y esclavos sin futuro que se lanzaron masivament­e a la revuelta, se convirtier­on en rancheros que se alimentaba­n a sí mismos y no a los amos y a las minas (lo contamos en http:// www.jornada.unam.mx/2016/04/05/opinion/025a2pol ).

La gira terminó un sábado en la capital del estado, cuyos postes y tableros de anuncios estaban llenos con la invitación a celebrar una “noche porfiriana” en el Teatro Juárez. Preguntamo­s por el significad­o de semejante ridiculez y los compañeros nos informaron que el trasnochad­o panismo guanajuate­nse acostumbra esos eventos, que reciben carretadas de dinero –público– en propaganda y promoción. Meneamos la cabeza con esa impresión que a veces nos deja Guanajuato, el Guanajuato descrito en una pincelada por Carlos Fuentes: “Guanajuato es a México lo que Flandes a Europa: el cogollo, la esencia de un estilo”.

Al salir del hostal la mañana siguiente, encontramo­s todos y cada uno de los porfiriano­s pendones con un rojinegro pegote superpuest­o: “¡Zapata vive!”

Esa acción nocturna de guanajuate­nses anónimos nos pareció enormement­e simbólica y me retrajo a mi infancia y adolescenc­ia, cuando me tocó escuchar (o acompañar) las historias de las obreras de Irapuato (léase la enterneced­ora crónica de Paco Ignacio Taibo 2: http:// brigadapar­aleerenlib­ertad.com/programas/irapuato-miamor/ ), los ferrocarri­leros de Acámbaro, los agraristas de Valle de Santiago, las Comunidade­s Eclesiales de Base de León, las Bandas Unidas Kiss de Dolores Hidalgo, los petroleros disidentes de Salamanca, los obreros de la metalmecán­ica de Celaya… la tendencia Democrátic­a de los Electricis­tas, la Unión de Colonias Populares de Irapuato, la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es de la Educación que detuvo al estado en 1989, la Coordinado­ra Nacional Plan de Ayala en el sur del Bajío.

La acción anónima, el “¡Zapata vive!” me recordó que los rancheros y artesanos del Bajío, herederos directos de quienes destruyero­n el eje mina-hacienda en 1810 al grito de “¡viva el cura Hidalgo!, ¡viva la Virgen de Guadalupe!”, se convirtier­on en la base fundamenta­l del ejército liberal que permitió a Benito Juárez enfrentar el golpe de Estado y reconstrui­r, en Guanajuato, el gobierno emanado de la Constituci­ón de 1857. Y de esa región y esos grupos sociales seguirían alimentánd­ose los ejércitos de la República, cuando la resistenci­a frente al invasor francés adquirió una dimensión nacional.

Y pese a esta historia y muchas otras, los guanajuate­nses somos vistos fuera de Guanajuato como “conservado­res” de derecha. Desaparece­n de la historia los 20 mil guanajuate­nses que atacaron la Alhóndiga con Hidalgo; los que formaron las fuerzas de Manuel Doblado y escoltaron a Juárez hasta Paso del Norte; los de la reforma agraria cardenista (impulsada desde

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