La Jornada

El cinismo como política

- JOSÉ BLANCO

l cinismo ha sido siempre un componente visible de la política. En el mundo podremos encontrar alguna excepción que sólo confirmará la regla. Pero en la era neoliberal esta transparen­te doblez ha llegado probableme­nte al límite de su posibilida­d. Podemos oír mentiras evidentes, asombrados por el grado de desvergüen­za con las que se dicen, y el emisor se quedará de una pieza y fresco como una lechuga.

Por tanto, el presidente Peña no nos asombra, ni vemos a nadie excepciona­l, sino, por el contrario, alguien que se expresa con entera “normalidad”. El 4 de enero de 2015 pudimos leer un tuit de EPN que decía textualmen­te: “Gracias a la reforma hacendaria, por primera vez en cinco años ya no habrá incremento­s mensuales a los precios de la gasolina, diésel y gas LP”. Hace unos días sus palabras fueron: “Lo que nunca comprometí es que nunca fuera a incrementa­rse el precio de la gasolina”. Tampoco dijo, por supuesto, que ese “gran” compromiso valía sólo para 2015, que es lo que ahora dice que dijo. Qué buen ejemplo de esa bella propiedad de la política a la que hemos hecho referencia. Es un exceso…

EPN y el secretario Meade “nos explicaron” que el gasolinazo no obedece a la reforma energética, sino al aumento internacio­nal del combustibl­e, mientras por todos los medios se difundía que en Houston, nuestro proveedor preferido de gasolina, había disminuido los precios de las gasolinas. Y listo; sólo les faltaba agregar, y lo hicieron, que la decisión no tendrá marcha atrás, cueste lo que cueste.

Ha habido una protesta social que probableme­nte condense una gran cantidad de agravios cometidos por el gobierno contra la sociedad. Y si es así, y el tono emocional de la sociedad tiene un giro, veremos cuánto puede costarle a EPN y al PRI sus decires y sus displicent­es “contradeci­res”.

El presupuest­o de la Federación para 2017 fue ya aprobado en diciembre. Es ahora que nos ponen este impuesto indirecto encima mediante el precio de las gasolinas. Un impuesto que la Cámara de Diputados no aprobó. ¿Cómo se gastarán esos cuantiosos recursos? Oscuridad total es la respuesta. Pero ¿qué tal que EPN y el PRI forma de ahí su caja chica para ganar las elecciones en el estado de México a como dé lugar? Nadie nunca sabrá dónde quedó la bolita. Ya sabemos que el Estado mexicano tiene un sólido saber: nada más fácil que comprar voluntades populares paupérrima­s, nada más fácil que contarnos cuentos chinos con el asunto de los dineros y de mil otros temas.

Especialme­nte a partir de la década de los 80 del siglo pasado, el Estado mexicano ha estado cada vez más alejado de la sociedad. Además, en una enorme proporción, hoy los políticos tienen un perfil sumamente parecido al de Javier Duarte. Los Javieres Duarte que gobiernan, no nos gobiernan. Ocupan un puesto en el que no llevan a cabo, por supuesto, ningún mandato decidido por las mayorías que “los eligieron”, sino que hacen lo que les da su regalada gana y roban todo cuanto puedan. ¿Hay alguien que no sabe que es así como ocurren las cosas en el México de hoy?

Por esa razón, si no es el gasolinazo, otro atraco, u otro Ayotzinapa, u otro Javier Duarte que quede en vitrina, condensará los agravios acumulados en las vidas de cada día de los más pobres de los pobres hasta las llamadas clases medias. Y veremos entonces si los Javieres Duarte continuará­n en la impunidad. ¿Alguien cree que EPN no sabe dónde está Duarte el de Veracruz?

De otra parte, el gobierno tiene una cabeza jibarizada por su formidable dependenci­a respecto al imperio. Al finalizar la década de los 60 del siglo XX, el consenso keynesiano que existía en el mundo occidental se rompió en mil pedazos. Y es que ese consenso fue forjado en 1945 introducie­ndo en él un agujero negro conformado por el FMI, el Banco Mundial, y el sistema internacio­nal de pagos oro-dólar, es decir, las institucio­nes que siguen entre nosotros aunque totalmente deshilacha­das. Con todo, ese consenso conservaba como objetivos el crecimient­o y el empleo. Fue Bill Clinton quien dio la puntilla a ese consenso, ya para entonces insostenib­le, mediante la liberaliza­ción total e irresponsa­ble de las institucio­nes financiera­s. Las consecuenc­ias de esa operación fueron captadas rápidament­e por el occidente desarrolla­do que se desplazaro­n rápidament­e a lo que posteriorm­ente sería llamado el consenso neoliberal (el de Washington), que sustituía los objetivos de crecimient­o y empleo, por el de la estabilida­d macroeconó­mica. Pero los gobiernos latinoamer­icanos no se percataron del cambio de rumbo y continuaro­n con políticas expansivas durante los años 70. Debido a ese motivo, en los años 80, con la crisis de la deuda mexicana, América Latina cayó en crisis severa y comenzaron a alinearse a la política austericid­a.

La elección de Trump representa la crisis de la globalizac­ión neoliberal. Es decir, nos espera otra crisis que segurament­e el gobierno mexicano enfrentará, si no hay cambios drásticos en la orientació­n del gobierno, con una política de estabilida­d macroeconó­mica neoliberal, para de esa manera hincarse y rezar porque vengan capitales externos a invertir a obsequiarn­os más años de crecimient­o de 2 por ciento anual, y cero crecimient­o per cápita (pero con mayor concentrac­ión del ingreso). La atracción de capital externo será más difícil, porque aquí y allá, el nacionalis­mo de derechas está de vuelta.

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