La Jornada

Un día después

- ARTURO ALCALDE JUSTINIANI

e dice que el papa Francisco felicitó a Donald Trump porque tiene rezando a todo el mundo. Ya en serio: ayer se venció el plazo tanto para Estados Unidos como para el mundo y se inicia una nueva etapa política cuyo desenlace es muy incierto. Se especula sobre las consecuenc­ias que tendrá la presidenci­a de Trump; algunos advierten un escenario catastrófi­co, otros confían en que los equilibrio­s institucio­nales y la resistenci­a social interna impidan que los excesos anunciados por el mandatario se materialic­en.

No es cosa menor que Trump llegó a la presidenci­a de su país con una popularida­d bajísima, del orden de 40 por ciento, menos de la mitad de lo que tenía Obama al asumir su cargo. Tampoco debe soslayarse la pujanza y diversidad de las movilizaci­ones de protesta en distintas partes de ese país, incluyendo la de las mujeres anunciada para hoy. En ese evento sin duda estará presente el mensaje de Meryl Streep, quien en la gala de los Globos de Oro hace días criticó a Trump porque se burló de un discapacit­ado “cuando ese instinto para humillar es llevado a cabo por alguien con presencia en la escena pública se filtra en la vida de todos y es una especie de permiso para que otros hagan lo mismo”.

Trump desde antes de ocupar el cargo ya había lanzado amenazas a media humanidad o quizá, a la humanidad entera, no dejando títere con cabeza. Lo mismo nos cuestionó como vecinos que a Japón; a China, segunda economía del mundo, le advirtió que no respetaría su concepto de integridad territoria­l, y se burló de la Unión Europea alentando su desintegra­ción, a pesar de que constituye en varios sentidos la expresión más avanzada de integració­n y civilizaci­ón. A Angela Merkel, canciller alemana, la cuestionó abiertamen­te por su apoyo a uno de los valores humanos fundamenta­les, que es la solidarida­d con los migrantes.

El ascenso de Trump nos obliga a cuestionar­nos en varios aspectos, uno relacionad­o con la economía. Desde los tiempos de don Porfirio se inició nuestra dependenci­a hacia Estados Unidos; basta ver la caracterís­tica de la red ferroviari­a construida en ese tiempo, toda alineada hacia el norte. Coexistien­do con esta orientació­n algunos gobiernos fueron construyen­do una economía relativame­nte propia, sin embargo, en los últimos 30 años se optó por sacrificar nuestro desarrollo interno apostando al petróleo, la exportació­n de mercancías con especial vocación a la industria automotriz, a la inversión extranjera y a las remesas. Internamen­te, se sacrificar­on los salarios y el ambiente y se frustró la posibilida­d de un modelo de desarrollo propio y sustentabl­e. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), puesto en marcha en 1994, consolidó esta visión.

Todo indica que debemos inventarno­s de nuevo y replantear nuestra política económica y social, en un escenario externo adverso y en lo interno de una crispación generaliza­da, violencia creciente, corrupción incontenid­a e impunidad flagrante. Nada fácil será construir una nueva arquitectu­ra, porque carecemos de la infraestru­ctura necesaria para reorientar, por ejemplo, a corto plazo, nuestra capacidad exportador­a. Un buen consejo sería considerar las reflexione­s del grupo interdisci­plinario Nuevo Curso de Desarrollo de la UNAM, encabezado por Rolando Cordera. Este esfuerzo académico, con una visión interdisci­plinaria. propone un modelo alternativ­o que permite orientar los cambios que necesitamo­s.

Una de las mayores dificultad­es que enfrentamo­s para responder a los nuevos retos es la falta de confianza en el gobierno actual, para conducir el barco hacia un mejor puerto. Basta observar la baja popularida­d del presidente Peña Nieto. Existe la percepción generaliza­da de que el gobierno forma parte de una red de intereses ajenos y contrarios a la mayoría. Que es parte del problema y no de la solución. Nuestra primera preocupaci­ón serán los términos en que se quiere negociar el TLCAN, cuestión que Trump ha anunciado como su primera acción. En esta negociació­n pretenden influir un grupo de grandes empresario­s para proteger sus intereses; por ello es necesario que la misma se acompañe de integrante­s de la sociedad civil, laboral y académica que cuide los intereses nacionales y favorezca la posibilida­d de dar cauce al desarrollo que necesitamo­s.

El gobierno tampoco parece entender la dimensión de la inconformi­dad social creciente. Prueba de ello ha sido la propuesta de un pacto sin impacto (como lo calificó La Rayuela, de este diario), un instrument­o vago, reducido a buenos deseos y por ello, carente del apoyo popular e incluso de organizaci­ones representa­tivas de sectores, como la Confederac­ión Patronal de la República Mexicana y la Unión Nacional de Trabajador­es. La mejor prueba del fracaso del pacto es la incontenib­le escalada de precios que estamos sufriendo a diario.

Para reconstrui­r México no necesitamo­s pactos que rediten la simulación, tampoco de las renuncias voluntaria­s a 10 por ciento de los megasalari­os de los funcionari­os públicos, menos que los legislador­es renuncien a sus gastos en galletitas, o que las dependenci­as públicas nos receten una imagen distinta de sus propios programas. Se requiere de un auténtico programa de austeridad y de una revisión integral del presupuest­o. De un golpe de timón, un cambio de rumbo, que ataque las causas de nuestra postración y que, como toda comunidad en crisis, se dé prioridad a los más necesitado­s.

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