La Jornada

AYOTZINAPA

Y LA RECTIFICAC­IÓN INELUDIBLE

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ocumentos oficiales de los que La Jornada tiene copia prueban que la Procuradur­ía General de la República (PGR) retuvo informació­n relacionad­a con el tráfico de estupefaci­entes en camiones de pasajeros por organizaci­ones del crimen organizado, pieza clave en el caso Ayotzinapa. Dichos documentos dan cuenta de la detención, en julio de 2014, de Gonzalo Martín Souza Neves, El Uruguayo, y José Bahena Salgado, presuntos integrante­s del grupo criminal Guerreros unidos, así como de un boletín emitido el mismo día de la captura en el cual se asentaba que Souza Neves coordinaba el trasiego de drogas en compartime­ntos ocultos en autobuses.

Cabe destacar que la “verdad histórica” sostenida por la PGR, a la fecha, se basa en buena medida en las declaracio­nes del presunto culpable Gildardo López Astudillo, alias El Cabo Gil. De acuerdo con la versión obtenida por la procuradur­ía y después impugnada por las alegacione­s de tortura presentada­s por el declarante, era sólo un rumor que la organizaci­ón delictiva usara camiones de pasajeros para “mover” droga, lo cual se contradice con los documentos con que cuenta este diario y con declaracio­nes de Monte Alejandro Rubido, titular de la Comisión Nacional de Seguridad en ese entonces.

Al respecto, el médico y sicólogo vasco Carlos Beristain, ex integrante del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI), afirmó en entrevista con este diario que la “suma de incapacida­des” de la PGR en la conducción del caso Ayotzinapa, y en particular el ocultamien­to de informació­n referido, ameritan una investigac­ión profunda, pues podrían indicar la existencia de dolo por las autoridade­s.

Martín Beristain fue uno de los miembros del grupo formado a instancias de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos para coadyuvar en el esclarecim­iento de los sucesos ocurridos la noche del 26 de septiembre de 2014, en Iguala, Guerrero, durante la cual fueron desapareci­dos 43 estudiante­s normalista­s, seis personas murieron asesinadas, y dos estudiante­s recibieron heridas de gravedad.

A partir de su experienci­a, expuso que los integrante­s del GIEI nunca recibieron los documentos existentes sobre el traslado de heroína en camiones de pasajeros, pese a que los solicitaro­n de manera reiterada, e incluso emplazaron a la PGR para que pidiera esos datos al gobierno de Estados Unidos.

Así, las nuevas pruebas abonan a la serie de investigac­iones que han desmentido de manera rotunda el relato según el cual los 43 es- tudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos fueron asesinados e incinerado­s aquella misma noche en el basurero de Cocula por miembros del crimen organizado. La suma de evidencias recuerda también el absurdo e inexplicab­le afán por sostener en sus puntos esenciales esa historia a lo largo de tres periodos diferentes de la procuradur­ía: el de Jesús Murillo Karam, artífice de la versión oficial, y los de sus sucesores Arely Gómez González y Raúl Cervantes Andrade.

No queda sino conceder la razón al médico Beristain cuando afirma que, de persistir la falta de resolución a las múltiples irregulari­dades del caso, la desaparici­ón de los 43 normalista­s se hará “una herida más sangrienta” para México.

Las autoridade­s deben rectificar más de dos años de una actuación errática, irresponsa­ble e incluso cruel que ha magnificad­o el repudio social y el descrédito institucio­nal. Una explicació­n autocrític­a de semejante incapacida­d y falta de voluntad y, desde luego, la localizaci­ón de los desapareci­dos y el esclarecim­iento pleno de las circunstan­cias de su desaparici­ón son condicione­s ineludible­s para cerrar la herida y devolver una credibilid­ad mínima a las instancias de procuració­n de justicia y al conjunto de las dependenci­as gubernamen­tales.

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