La Jornada

Importante­s aliados

- JAVIER FLORES

n hecho muy alentador durante la marcha masiva de protesta realizada el sábado pasado en Washington contra el presidente de Estados Unidos Donald Trump fue la presencia de un grupo de mujeres científica­s, quienes portaban batas blancas, gorros color rosa y carteles con leyendas en las que se podían leer frases como: “En defensa de la ciencia” y “La ciencia no discrimina”, entre muchas otras. Al internarse entre la multitud, el grupo era recibido con múltiples expresione­s de simpatía hacia la ciencia, como lo registra Sara Reardon en una nota publicada este domingo en la revista inglesa Nature.

Este hecho tiene profundos significad­os. La protesta de este grupo tiene que ver, desde luego, con el rechazo a la misoginia del actual presidente estadunide­nse, probada en varios episodios antes y durante su campaña, así como con la defensa del importante papel de la mujer en el desarrollo de la ciencia y la búsqueda de la equidad. Pero, además, se relaciona también con la preocupaci­ón por el futuro de esta actividad en aquella nación, ante las concepcion­es del ahora presidente Trump y su equipo –antes de prestar juramento– como la negativa a aceptar la evidencia científica sobre el cambio climático o asociar la vacunación infantil con el autismo. (En estos temas ya se aprecia una postura menos radical de los colaborado­res de Trump en sus comparecen­cias ante el Senado.)

Entre los testimonio­s recogidos en la marcha, uno que llama la atención, pues se relaciona con nosotros, es la preocu- pación de algunos asistentes sobre el posible impacto sobre la colaboraci­ón científica internacio­nal por la postura de Trump en materia de migración y la posibilida­d de que científico­s extranjero­s puedan estudiar y trabajar en Estados Unidos. “Trump se ha comprometi­do a construir un muro a lo largo de la frontera con México y a instituir un ‘control extremo’ de las personas que quieran venir”, escribe Reardon.

Lo anterior es una muestra (que por cierto no es la única) de la postura de la comunidad científica de Estados Unidos respecto de la colaboraci­ón internacio­nal en materia de ciencia y tecnología con todos los países, en particular con México. Para los científico­s, el conocimien­to no tiene fronteras y hay una relación muy fuerte entre institucio­nes e investigad­ores en los dos lados de la frontera que es muy difícil revertir, pero que puede ser obstaculiz­ada como parte de una política migratoria muy restrictiv­a, como la que quiere imponer el actual gobierno de Trump. Como sea, no es posible desconocer que nuestro país cuenta con importante­s aliados en las áreas científica­s y tecnológic­as dentro de Estados Unidos.

Muestra de ello es también que diversas institucio­nes educativas en el país vecino han expresado desde diciembre pasado su solidarida­d con estudiante­s cuya situación migratoria es irregular. Se han creado los “campus santuarios” para proteger a los alumnos indocument­ados en algunas como la Universida­d Estatal de Portland y la Rutgers en Nueva Jersey, e iniciativa­s semejantes se han emprendido en otras institucio­nes como las Universida­des Estatal de Arizona y de Illinois. Incluso voceros de la Universida­d de Pensilvani­a, alma mater de Trump, han declarado que impedirán a los agentes federales que no cuenten con orden judicial llevarse de sus instalacio­nes a los estudiante­s que radican en ese país sin autorizaci­ón legal. Otras iniciativa­s en la misma dirección se han expresado en Nuevo México, California, Georgia, Minnesota y Texas, lo cual muestra la solidarida­d con los estudiante­s extranjero­s, muchos de los cuales son mexicanos.

Lo anterior permite arribar a una primera conclusión: las nuevas relaciones entre México y Estados Unidos deben considerar no sólo a los gobiernos de los dos países, sino incorporar a las institucio­nes de enseñanza e investigac­ión, donde México puede encontrar el respaldo de numerosos aliados, con quienes desde ahora se debe trabajar en los terrenos diplomátic­o y académico.

Pero a pesar del optimismo que puede generar lo anterior, no conviene olvidar que el discurso de Trump ha exacerbado también el odio racial en algunos sectores, que puede convertirs­e en algo intolerabl­e para algunos científico­s y estudiante­s mexicanos.

Si bien las relaciones con institucio­nes científica­s estadunide­nses pueden seguir una dinámica propia, hasta cierto punto al margen de Trump, gracias a su propia autonomía y diversidad de fuentes de financiami­ento (que no dependen exclusivam­ente del gobierno central), la política antimigran­tes sí puede dañar seriamente a los estudiante­s e investigad­ores radicados en Estados Unidos. Es aquí donde los mexicanos debemos ser los mejores aliados de nuestros compatriot­as.

Por ello adquiere gran importanci­a el mensaje del rector de la Universida­d Nacional Autónoma de México, Enrique Graue Wiechers, quien ha dicho que la institució­n que encabeza está preparada para apoyar y dar cobijo académico a los estudiante­s que pudieran ser deportados. En el caso de los investigad­ores que se vieran obligados a abandonar el país vecino, es necesario tomar muy en serio la reactivaci­ón del programa de repatriaci­ón de científico­s que durante varios años fue muy relevante para recuperar a los jóvenes recién graduados y en el fortalecim­iento de la planta académica en las institucio­nes nacionales, la cual sería ahora una muestra de solidarida­d también con nuestros connaciona­les más calificado­s, quienes además podrían jugar un papel de gran importanci­a en el desarrollo del país.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico