La Jornada

La muerte del Acuerdo Transpacíf­ico

- PEDRO MIGUEL

ara estrenarse en el cargo, el presidente Donald Trump mató ayer al Acuerdo Transpacíf­ico (TPP, por sus siglas en inglés, ATP por su abreviatur­a en español), que estaba llamado a ser una de las tres piedras de toque del edificio de la globalizac­ión neoliberal, un mecanismo de anulación de los estados nacionales ante las embestidas de los capitales sin patria y un muro de contención en contra de India, Rusia y China. Así como el fin de semana multitudes en diversos países repudiaron con toda la razón el hecho monstruoso de que un individuo racista, misógino, inescrupul­oso, demagógico e ignorante preside la principal potencia económica, militar y tecnológic­a del planeta, debería haber mucha gente en las calles celebrando el aborto del ATP en todos los países que iban a quedar bajo el imperio corporativ­o de ese tratado.

Ciertament­e, hay muchos motivos para preocupars­e por ese elefante que se mueve a sus anchas en la cristalerí­a de la Casa Blanca y muchas y muy urgentes acciones necesarias para contrarres­tar o paliar el desastre que va a traer la nueva presidenci­a de Washington en diversas naciones, empezando por México, donde ya se sienten las primeras turbulenci­as de la era Trump.

En concreto, es preciso intensific­ar la presión social sobre el gobierno de Enrique Peña Nieto, que para hacer frente al nuevo escenario no tiene más reflejos que el entreguism­o y la claudicaci­ón. A fin de cuentas, desde los años 80 del siglo pasado la camarilla gobernante sigue al pie de la letra un programa histórico claro y simple: vender el país (territorio, recursos, bienes y población) a los intereses corporativ­os extranjero­s y nacionales y lograr, en la compravent­a, riquezas personales inusitadas para quienes forman parte del clan, independie­ntemente de que sean priístas, panistas, perredista­s, verdes o de otras franquicia­s electorale­s menores.

Al mismo tiempo, es urgente ahondar y extender la construcci­ón de un tejido so- cial que sea capaz de asimilar a los connaciona­les que serán expulsados del país vecino y a los que se quedarán sin trabajo aquí por la inminente renegociac­ión (que podría llegar a ser una abrogación de hecho) del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy más que nunca, la fortaleza del vapuleado mercado interno depende de la vocación gregaria y colectiva que aún persiste en la sociedad, a pesar de tres décadas de prédica individual­ista de los neoliberal­es en el poder, y de la cooperació­n más que de la competenci­a. Ese empeño habrá de realizarse desde abajo, por la sociedad misma, por la simple razón de que la administra­ción peñista carece de la voluntad, de la capacidad y de la cultura para pensar la economía nacional en términos distintos a los de la inserción en la globalidad neoliberal.

Es posible que los bruscos manotazos trumpistas sobre el modelo de supeditaci­ón económica de México a Estados Unidos acelere y agrave la bancarrota del grupo en el poder pero no parece haber a la vista una posibilida­d concreta de reconfigur­ación radical del poder público. Eso significa que probableme­nte habremos de vivir dos años de crisis y deterioro crecientes y de una profundiza­ción de la pesadilla que es el peñato, y que el momento pleno de la sociedad deba a los tiempos de la legalidad institucio­nal, es decir, a las elecciones presidenci­ales de 2018, y que esa coyuntura haga posible la conformaci­ón de un gran frente popular y social que haga realidad el cambio de rumbo que se necesita.

Por lo pronto, la muerte del ATP, así haya provenido de la misma mano que amenaza a México y al mundo con emprender una reconstruc­ción de la prepotenci­a imperial de Estados Unidos, es un hecho digno de celebrarse porque con ella se desvanece un peligro gravísimo de disolución del Estado nacional y se frustran los planes más entreguist­as del presente régimen.

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