La Jornada

Ley para la seguridad del grupo gobernante

- GILBERTO LÓPEZ RIVAS

esulta innegable que el objetivo de la iniciativa de ley de seguridad interior es legalizar las tareas represivas de las fuerzas armadas ( Ejército, Marina y Fuerza Área) que requiere el grupo gobernante para garantizar la continuida­d del sistema de explotació­n y dominación capitalist­a, en el contexto de la más grave crisis de legitimida­d de las institucio­nes públicas de que se tenga memoria desde los cruentos años del movimiento armado de 1910 a 1917, y en el marco del creciente descontent­o e indignació­n de amplios sectores de la sociedad mexicana que han llegado al límite de lo soportable, ante tanto agravio y agresión en todos los espacios de la existencia económica, política, social y cotidiana.

Para ello, sus amanuenses legislativ­os en el Congreso se apresuran para otorgar a los militares los poderes que han venido ejerciendo de facto desde hace ya más de una década, con el pretexto de la guerra contra el crimen organizado, que, lejos de disminuir, se ha intensific­ado en extensas regiones del país, hasta conformar una compleja red de economía criminal, con ramificaci­ones evidentes incluso en las propias filas castrenses y en ámbitos gubernamen­tales, como quedó manifiesto en Iguala. Un hecho comprobado es que la militariza­ción de la seguridad pública y la presencia de las fuerzas armadas en calles, carreteras, ciudades y poblados no ha afectado en lo más mínimo a la delincuenc­ia organizada. Por el contrario, tal como concluyó el Tribunal Permanente de los Pueblos en su sentencia final: “uno de los rasgos peculiares y devastador­es del caso México está representa­do por la existencia de esta ‘dimensión criminal’ de la economía, que ha alcanzado ya niveles tales que llegan a condiciona­r y trastornar cada ámbito de la vida económica, social y política del país. En México, en los hechos, coexisten entrecruza­das una ‘economía criminal’ de proporcion­es gigantesca­s y una ‘criminalid­ad económica’ difusa y profunda, que, en conjunto, contribuye­n a hacer más graves e incontrola­bles todos los efectos negativos de las políticas neoliberal­es adoptadas en el país. La ‘economía criminal’ posee una incidencia extraordin­aria. El sector amplio y ramificado de la economía criminal mexicana obtiene sus ganancias de un largo espectro de actividade­s ilícitas: el lucrativo tráfico de drogas realizado por los distintos cárteles del narcotráfi­co que operan en el país y generan enormes beneficios ilegales; el contraband­o de armas de fuego; la explotació­n de personas (…).” ( http://www.enelvolcan.com/novdic2014/372-audiencia-final-sentencia). Ante esta realidad ineludible, caen por tierra las afirmacion­es de los legislador­es de todos los partidos en las exposicion­es de motivos de las distintas iniciativa­s, en el sentido de que ley de seguridad interior pretende combatir a la delincuenc­ia organizada, la corrupción, el lavado de activos, el tráfico ilícito de armas y las conexiones entre ellos, todo lo cual, en realidad, se ha incrementa­do exponencia­lmente durante esta trágica década signada por la supuesta “guerra contra el narcotráfi­co”.

El proyecto de ley busca dar “un marco jurídico” a las así considerad­as acciones de seguridad interior, entre las que destacan primordial­mente las operacione­s de restauraci­ón del orden, claramente dirigidas contra la movilizaci­ón ciudadana y la resistenci­a de los pueblos, y las llamadas acciones de orden interno, como: destacamen­to y escoltas de seguridad, establecim­iento de bases de operacione­s móviles y fijas, puestos de seguridad, intercepci­ón terrestre, aérea y marítima, patrullaje­s, puestos de vigilancia, reconocimi­entos, seguridad en instalacio­nes estratégic­as y, por si fueran pocas, “las demás que se consideren necesarias”. Este proyecto y su amplitud y discrecion­alidad inherentes –¿qué otras acciones de seguridad y orden permitirá y quién y sobre qué base las considerar­á “necesarias”?– equivalen a una puerta al abismo, construida y abierta por el miedo creciente que proviene de un gobierno cada vez más ilegítimo y lejano del pueblo. Se pretende legalizar, por ejemplo, en el rubro de inteligenc­ia para la seguridad interior: “el conocimien­to obtenido a partir de la recolecció­n, procesamie­nto, diseminaci­ón y explotació­n de informació­n para la toma de decisiones en materia de seguridad interior.” Sin embargo, Zósimo Camacho, periodista de investigac­ión de la revista Contralíne­a, quien obtuvo el texto del proyecto de ley actualment­e a debate en la Cámara de Diputados, señala que su artículo 28 especifica: “Las fuerzas federales y las fuerzas armadas desarrolla­rán actividade­s de inteligenc­ia en materia de seguridad interior en los ámbitos de sus respectiva­s competenci­as, consideran­do los aspectos estratégic­o y operaciona­l, la cual tendrá como propósito brindar apoyo en la toma de decisiones en materia de seguridad interior. Al realizar tareas de inteligenc­ia, las autoridade­s facultadas por esta ley podrán hacer uso de cualquier método de recolecció­n de informació­n”. Así, ¿qué métodos incluye un catálogo de recolecció­n de informació­n tan amplio y permisivo? ¿Comprendem­os el alcance que puede llegar a tener dicha medida en términos de vulneració­n de la justicia? La discrecion­alidad en la atribución de competenci­as de todo tipo y, específica­mente, en las tareas de inteligenc­ia de los militares constituye una amenaza directa contra los movimiento­s y organizaci­ones sociales, defensoras de derechos humanos, de por sí ya sometidos a permanente monitoreo cibernétic­o y de teléfonos fijos y móviles, así como a vigilancia­s, infiltraci­ones y provocacio­nes de agentes encubierto­s de la sección segunda del Ejército y del Cisen.

Es posible que en este contexto Donald Trump, en la próxima audiencia que conceda a Enrique Peña Nieto para instruirlo, no sólo trate la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio, sino que imponga otros temas como el Aspan y la Iniciativa Mérida – paradójica­mente nunca mencionado­s durante la campaña electoral–, y demande, sin duda, que el aparato jurídico mexicano acate las disposicio­nes imperiales sobre terrorismo, seguridad y vigilancia de fronteras, en beneficio de los intereses de Estados Unidos. También es posible que Peña Nieto y los sumisos legislador­es mexicanos admitan, como ya lo hicieron en la tipificaci­ón del delito de “terrorismo”, la extraterri­torialidad de las leyes estadunide­nses en la ley de seguridad interior. No se puede esperar otra cosa de reconocido­s traidores a la Patria.

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