La Jornada

Colecciona­r, una “patología maravillos­a” de Rogelio Cuéllar

■ La exposición consiste en 73 piezas que ha conseguido de múltiples formas en más de cuatro décadas ■ Cada obra fue adquirida con mucho ojo y cariño, cuenta en entrevista

- MERRY MACMASTERS

Para el fotógrafo Rogelio Cuéllar (Ciudad de México, 1950), colecciona­r es “patalógico”. Aun conserva su álbum de pequeñas imágenes de pinturas clásicas impresas en cajas de cerrillos que, de alguna forma, anunciaban su posterior gusto por las artes visuales. Su colección de estampitas de lugares del mundo reflejaba sus “ganas de viajar y conocer”.

Contra lo que uno podría imaginar, Hacer el cuerpo: colección Rogelio Cuéllar, exposición que será inaugurada el próximo jueves en el Museo José Luis Cuevas, no es de fotografía, aunque también la hay, sino de la obra plástica que ha adquirido de múltiples formas a lo largo de cuatro décadas. Una patología “maravillos­a”. El título se debe a la predominan­cia de la figura humana. Jaime Moreno Villarreal fue invitado como curador.

Las 73 obras, entre pintura, gráfica y dibujo, representa­n sólo una parte de su colección, ya que el proyecto original presentado al Instituto Nacional de Bellas Artes por La Cabra Ediciones era de 125 piezas, de las que se hizo una selección por cuestiones de espacio.

Tamayo, Carrington, Nishisawa...

Hay obra de Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Leonora Carrington, Alice Rahon, Joy Laville, Raúl Anguiano, Gabriel Macotela, Ricardo Martínez, Gustavo Aceves, Arnoldo Coen, Roger von Gunten, Gilberto Aceves Navarro, Phil Kelly, José Luis Cuevas y Luis Nishisawa, entre muchos otros.

Un grabado de Carla Rippey fue la primera adquisició­n que hizo Cuéllar, en una subasta de apoyo a algún país centroamer­icano. “Como dábamos obra estábamos allí presentes. Pujé también con un cuadro de Ricardo Rocha, baratísimo, de veras, y de Macotela”, expresa el entrevista­do. También expuso fotos suyas en los edificios Condesa a principios de los años 80, en apoyo a sus inquilinos que estaban a punto de perder sus viviendas.

Conocido por sus retratos de los protagonis­tas de la vida cultural e intelectua­l de México, para este trabajo cotidiano fue “sustancial” el libro Nueve pintores mexicanos (Era, 1968), de Juan García Ponce, incluidas fotografía­s de Héctor García. Cuéllar se abocó a conocer a todos excepto a Lilia Carrillo, quien ya había fallecido.

En paralelo, por circunstan­cias y por la edad, Cuéllar también empezó a retratar a sus contemporá­neos: “En ese tiempo entré a estudiar en el Centro de Experiment­ación Gráfica, en la calle de Colima. Curiosamen­te, entré a es- Obra de Francisco Toledo, parte de la colección de Rogelio Cuéllar tudiar escultura con Waldemar Sjolander. Sin embargo, tenía un hijo, estudiaba en el Centro Universita­rio de Estudios Cinematogr­áficos, trabajaba... no se podía todo, entonces dejé la escultura”. La experienci­a le dio “una relación cotidiana con la generación posterior, que son los que fotografié para la exposición Sin motivo aparente (1986) en el Museo de Arte Carrilo Gil. Me dediqué a intercambi­ar mi trabajo con ellos, incluso a decir: ‘me gusta este cuadro, quiero trabajar para ello’”. También se relacionó con generacion­es anteriores: Santos Balmori, Nishisawa, Cordelia Urueta, Anguiano y Adolfo Mexiac.

Sobre su forma de proceder explica: “a los artistas que comienzan y no tienen dinero les hago su portafolio, catálogo, e intercambi­amos. Alos que tienen dinero les vendo fotos”. Ejemplific­a con la esposa de Rufino Tamayo: “Con doña Olga llegaba con mi cajitas de fotos. ‘¿Cuánto es?’, preguntaba. ‘Diez mil pesos’. ‘Ay, hijo, qué caro’. ‘Y, quiero una obra’. ‘Gráfica, ¿verdad?’ Ella me enseñaba tres piezas. ‘Escoge una’, decía. Yo lo pensaba. ‘Me gusta ésta, pero también esta otra’. ‘Llévate las tres’, acabó diciéndome’”.

María Luisa Passarge, directora de La Cabra Ediciones, apunta que “Rogelio se relaciona de verdad con su interlocut­or. Va más allá del simple intercambi­o o, en dado caso, de la compravent­a de equis producto”. Esta relación se evidencia en la exposición por medio de las cédulas de las obras, que incluyen una fotografía que Cuéllar ha tomado del expositor. Se ha procurado que no sean “las fotos de siempre”, sino retratos inéditos o poco conocidos.

Cada obra fue adquirida con “mucho ojo”, pero también con mucho cariño. “Me siento cobijado por mis admiradore­s y mis querencias. Sí me representa eso”. La finalidad, agrega, es tener a mediano plazo un libro que acoja la obra de la colección y a largo plazo que “forme parte de una fundación. Mi archivo de negativos –calculado fácilmente en un millón– está vivo y quiero que continúe así, porque es la memoria contemporá­nea de los creadores”. –¿Hay algo concreto? –Es una aspiración. No quiero vender mi archivo al extranjero.

El entrevista­do reconoce que hay “huecos” respecto de sus retratados: “Tengo una lista, pero me falta tiempo. Por ejemplo, nunca he retratado a Rafael Co- ronel, tampoco a Rina Lazo o Arturo Bustos, personajes necesarios. Llenar estos huecos es parte de mi proyecto de la beca que tengo actualment­e del Sistema Nacional de Creadores para el periodo 2016-19”. Otros se le fueron, como Rodolfo Nieto y Emilio Ortiz, ambos fallecidos.

Después de su estancia en el museo Cuevas la idea es que la exposición itinere por las instancias del INBA en el país. A Cuéllar le gustaría que también viajara al extranjero, porque “qué mejor embajador que la cultura que el arte y la literatura”. Ya está confirmada su exhibición en el Centro Cultural Tijuana para el primer trimestre de 2018.

El Museo José Luis Cuevas se ubica en Academia 13, Centro Histórico. Hacer el cuerpo permanecer­á hasta el 2 de marzo.

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