Hacia adentro: ¿cómo?
El caso es que el impacto del excelente instrumento que representó el TLCAN se manifestó de manera muy desigual. Hay que admitir que la medición convencional del PIB no expresa de modo efectivo lo que pasa de modo general en la economía. Esta se ha expandido más de lo registrado. Esa es una cosa y otra imprescindible es tratar cómo y con qué consecuencias.
Por supuesto que un sector productivo como el automotriz especialmente, y algunos otros también, tuvieron un dinamismo notable, con un derrame hacia actividades conexas y un efecto regional identificable. Pero otros sectores no respondieron igual y otros, de plano, prácticamente desaparecieron del mapa.
Muchas ciudades cambiaron su fisonomía con la construcción, como ocurrió con la vivienda, aunque esas áreas contrastan mucho con las de interés social y la precariedad de la población más pobre.
La productividad general de la economía no se amplió correlativamente con los efectos de la apertura y el nivel de ingreso de una gran parte de los hogares se rezagó y creció la fragilidad de las ocupaciones y también la informalidad.
Los servicios públicos decayeron en su cobertura y calidad, el sistema de pensiones no cumplió con las expectativas de la privatización. Pemex quebró y consumió una gran suma de recursos públicos. Etcétera, etcétera, etcétera.
Así que en el contexto actual que se ha creado de modo rápido y contundente con la llegada de Trump, no parece la mejor opción insistir en las fórmulas técnicas y políticas conformadas alrededor del TLCAN.
Dice Zedillo que México debe afianzarse como un lugar propicio para las inversiones globales que produzcan para este mercado y para otros y sin intimidaciones por parte del gobierno. Concluye que el gobierno debe usar los medios legales para impugnar cualquier acción arbitraria o ilegal que imponga Trump. Como si las reglas le importaran demasiado por ahora.
Hasta aquí la versión de Zedillo es compatible con la de Slim y el énfasis en el mercado interno. Pero así planteadas son visiones muy parciales e insuficientes.
Durante mucho tiempo se ha debatido acerca de la necesidad de alterar las pautas de las políticas públicas impuestas durante las tres últimas décadas.
Esto exige un cambio radical en la gestión de la economía y en el comportamiento político que se ha asentado profundamente en el país.
No es posible modificar de modo sensible el funcionamiento de la economía sin un ajuste real de las finanzas públicas. Estas siguen tercamente centradas en la exacción de recursos de la sociedad sin la contraparte que esto exige. Sobre todo