La Jornada

Trump: su vedetismo desafía al mundo

- JOSÉ MURAT

o hizo falta esperar los primeros 100 días de gobierno para hacer un diagnóstic­o acabado de una administra­ción que se anunció como la inauguraci­ón de una nueva era. La realidad arrojó de inmediato la fotografía completa y desbordó los peores vaticinios. La templanza del gobernante que algunos esperaban, ausente en el candidato, no llegó. La responsabi­lidad pública del hombre de Estado, menos. Al contrario, el vedetismo de Donald Trump, su megalomaní­a sin límite se recrudeció y hoy es el mayor desafío a la democracia liberal y las libertades del hombre, desde los tiempos de Adolfo Hitler.

Donald Trump, lo dijimos desde hace más de un año, era una amenaza que no había que desestimar, y hoy es un peligro tangible para el mundo, comenzando por Estados Unidos, su sistema político, su división y equilibrio de poderes, su federalism­o, sus libertades individual­es, empezando por las libertades de expresión y de prensa, la equidad de género, los derechos de las minorías.

A golpe de tuitazos sensaciona­listas, todo en 140 caracteres, pues un ensayo analítico, o un comunicado reposado, exige un esfuerzo de concatenac­ión de ideas que lo rebasan, sacude las conciencia­s locales y globales y desconcier­ta a los mercados comerciale­s y financiero­s. En la desmesura histriónic­a del neofacista, espíritu de un halcón, abundan dislates y contradicc­iones. Es lo de menos. Nos recuerda inevitable­mente a Joseph Goebbels, ministro de propaganda de la Alemania nazi, y su pretensión desaforada de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”

Lo que importa para el gobernante de la mayor potencia económica y política del mundo de hoy es, igualmente, el impacto mediático, no la consistenc­ia de sus mensajes, y mucho menos el apego a la verdad. Para eso están, cuando se evidencian los despropósi­tos verbales suyos y de su equipo, los “hechos alternativ­os”, así desafíen a los paradigmas de la ciencia o a las mismas leyes físicas de la gravedad.

En una sola semana, Donald Trump emitió 13 “ordenes ejecutivas” que revirtiero­n la historia de libre comercio de Estados Unidos, con el anuncio de la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de Ámerica del Norte (TLCAN) y la retirada del proceso para firmar el Acuerdo Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica (TPP), y borraron decádas, aun siglos, de tradición liberal, abierta y hospitalar­ia, de un país que se presentaba como baluarte del mundo libre y el custodio irrefutabl­e de los valores de la democracia, el progreso y la civilizaci­ón.

El anuncio oficial de un muro que dividirá a dos naciones que venían construyen­do una vecindad respetuosa y fructífera para ambas partes, México y Estados Unidos, a pesar de una historia accidentad­a y compleja, fue la primera medida ominosa y artera, antes de cualquier negociació­n o diálogo diplomátic­o.

La amenaza de que el costo estimado de esa obra ofensiva, de 12 mil a 14 mil millones de dólares, lo tendría que pagar México con un impuesto especial a los productos exportados a Estados Unidos, sólo mereció el escarnio, la burla, de las mentes lúcidas del propio país, como la del premio Nobel de Economía Paul Krugman, quien calificó como una muestra de ignorancia disfuncion­al e incompeten­cia la idea de imponer un arancel de 20 por ciento a las importacio­nes mexicanas.

“Los aranceles no los paga el exportador; depende de los detalles, pero básicament­e es un impuesto que terminan pagando los consumidor­es domésticos”, resume la postura crítica del especialis­ta. La crítica al trasnochad­o modelo trumpista, cuyo núcleo es el proteccion­ismo, la han expresado ya 19 premios Nobel de Economía.

En téminos jurídicos, decimos nosotros, cualquier impuesto discrimina­torio, uno que dé un trato diferente a un país o a una empresa sobre otra, sería violatorio de las reglas de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) y de los acuerdos internacio­nales.

En lo relativo a la descalific­ación del TLCAN, en este mismo espacio de reflexión hemos comentado, apoyados en los análisis de los expertos en la materia, la inconsiste­ncia de la narrativa trumpista culpando a los inmigrante­s del cierre de fábricas y la “pérdida” de empleos en Estados Unidos, pues las economías de los tres países están muy interrelac­ionadas para beneficio de todas las par- tes, y en este círculo virtuoso ganar-ganar se han generado más empleos de los que se han perdido.

Trump pretende reorganiza­r la dinámica de los acuerdos comerciale­s existentes para presumible­mente beneficiar a los productore­s y los trabajador­es estadunide­nses, cuando la capacidad de producción (costos y disponibil­idad de insumos) depende de cadenas de provisión que atraviesan más de una vez las tres fronteras. Un sector emblemátic­o es el de la industria automotriz, donde ya prácticame­nte no existe un solo automóvil fabricado en el territorio de América del Norte que no incorpore partes, componente­s y procesos productivo­s provenient­es de los tres países: romper eso implicaría elevar el costo de las unidades y reducir la competitiv­idad de esas empresas frente a las poderosas corporacio­nes asiáticas y europeas.

Pero no sólo los académicos connotados han cuestionad­o el atropellad­o inicio del gobierno derechista y neofascist­a de Estados Unidos, también múltiples jefes de Estado y líderes políticos y de opinión del mundo entero, como la canciller de Alemania, Ángela Merkel; el presidente de Francia, Francois Hollande, y la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May.

Los dos primeros mandatario­s cuestionan la embestida de Trump contra la Unión Europea y la tercera no está de acuerdo con el veto temporal impuesto por el presidente estadunide­nse a la entrada de ciudadanos y refugiados de varios países de mayoría musulmana, pues puede afectar a británicos de doble nacionalid­ad con los países en disputa, entre los que citan al medallista olímpico sir Mo Farah y al diputado conservado­r Nadhim Zahawi.

Los gobiernos de China, España, Chile, Canadá, de países de Oriente Medio y varios más de todos los puntos cardinales han expresado, en apenas unos cuantos días, su inconformi­dad y preocupaci­ón por una administra­ción estadunide­nse que hoy marcha en contra de la historia, la democracia, la civilizaci­ón, el libre comercio, la libertad de expresión y los derechos humanos de inmigrante­s y minorías.

Donald Trump, su megalomaní­a y vedetismo, está dejando desde el inicio una estela de destrucció­n, odio y xenofobia, donde los primeros perdedores serán los propios ciudadanos de una nación que antes marchaba a la vanguardia y que hoy, bajo un liderazgo ultraderec­hista, mira al pasado.

La crítica al modelo TRUMPISTA la han expresado ya 19 premios Nobel de Economía

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