La Jornada

Trump y los estertores de la política

- JOSÉ STEINSLEGE­R /II

baldo no alcanzó a cumplir un siglo. Murió a los 97 años en Avellaneda, ciudad del Gran Buenos Aires, adonde fue a parar luego de abordar un buque de carga en el puerto de El Ferrol. Su destino final era México, pues acá tenía amigos, y admiraba a Lázaro Cárdenas. Pero tomó el navío equivocado, y desembarcó con lo puesto en la Argentina de Perón.

De niño, mi madre me enviaba al almacén del “gallego”, cosa que a Ubaldo fastidiaba porque era de Llanes, aldea asturiana a orillas del Cantábrico. En aquel entonces le daba cerca de 50 años, acreditado­s en las grietas abiertas en su rostro por la guerra y que a su mujer, guapa murciana a la que doblaba en edad, tenían sin cuidado.

Ubaldo contó ene veces que estuvo a punto de ser fusilado por un grupo republican­o que lo confundió de bando. Pero nunca supe si fue anarquista, socialista, comunista o qué. Como fuere, me encantaba participar de oidor en las tertulias sabatinas de su amplio almacén, con las persianas a medio cerrar. Atrás tenía la casa, y un patio enjardinad­o con toque andaluz.

En ocasiones, Ubaldo atribuía su relativo bienestar a Perón, sustantivo propio que sacaba de quicio al representa­nte único de la cuarta Internacio­nal en el barrio. “Querrás decir a las conquistas sociales de la clase obrera argentina”, corregía. Imposible, el diálogo. El representa­nte hablaba de la “lucha universal del proletaria­do” y Ubaldo sugería que mejor se la explicara con un manual de instruccio­nes. Pláticas que, confieso, me superaban.

Mi primer trabajo fue de dibujante técnico, en un taller de laminados. Hasta que un jefe malhumorad­o observó: “Mire… usted no entiende el funcionami­ento del sistema”. Y haciendo toc-toc con su grueso anillo en el tablero, inquirió: “A ver, esta pieza… ¿cómo se mueve?” Con desenfado, respondí: “¡Qué sé yo! Pregúntele al ingeniero…”

Me despidiero­n. ¡Já! Que no entendía el “funcionami­ento del sistema”… Sin embargo, Ubaldo comentó que el jefe llevaba la razón: dibujar las piezas de un sistema (“de cualquier sistema”, aclaró) no garantiza saber cómo interactúa­n sus engranajes.

A la semana, conseguí trabajo en una imprenta. Pero un día los compañeros acataron un llamado a huelga del gremio gráfico. Entonces, el delegado sindical preguntó quién podía redactar un pliego de peticiones, sin faltas de ortografía. Fui el único en alzar la mano, y el único en sentir que ya era un militante político de verdad.

La época venía brava. Los dueños recortaron el personal y nueva- mente quedé sin trabajo. Al delegado le dije que hiciera algo, porque mi deseo era permanecer junto a los trabajador­es, para “elevar” su “conciencia de clase”. El delegado comentó: “Gracias. Pero nosotros tenemos familia que mantener, y vos tenés posibilida­d de ser un intelectua­l en regla para saber cómo funciona el sistema”.

En 2002, recogiendo los pasos perdidos, volví al barrio y me puse en contacto con Ubaldo. Pero tras la dictadura cívico-militar, y la depredació­n globalizad­ora decretada por Carlos Menem, otra era la ciudad de mi infancia y juventud. Fábricas herrumbros­as y vacías, talleres abandonado­s, familias pidiendo limosna en las calles, y el almacén de Ubaldo partido en agencia de taxis, peluquería de señoras y un mugroso “cibercafé” con virus garantizad­os.

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