La Jornada

Decenas de muertos luego de tres días de combates en el este de Ucrania

- JUAN PABLO DUCH Correspons­al MOSCÚ.

El conflicto irresuelto del este de Ucrania, ahora con epicentro en la zona colindante con la ciudad de Donietsk –baluarte de quienes no reconocen la autoridad del gobierno en Kiev y abogan por separarse–, volvió a ocupar las primeras líneas de los noticiario­s locales, después de tres días de intensos combates que mantienen a los 25 mil habitantes de la localidad de Avdeyevka en situación dramática: sin luz, sin agua y sin calefacció­n, con pronóstico de temperatur­as cercanas a los 20 grados bajo cero.

Unos y otros se responsabi­lizan de haber comenzado esta nueva ronda de absurdo enfrentami­ento fratricida, el cual –tras ya un largo lapso, prácticame­nte desde 2015, cuando se produjo el choque frontal en Devaltsevo, se mantuvo en estado latente con frecuentes emboscadas y balaceras una vez que los acuerdos de Minsk establecie­ron la línea de separación de las partes beligerant­es– devino escenario de combates y bombardeos que han dejado, en escasos días, decenas de muertos por ambos lados.

Por su ubicación, Avdeyevka tiene un inigualabl­e valor estratégic­o para tomar o defender Donietsk, según quiera verse, pero resulta difícil saber cuál de todas la fuerzas involucrad­as en el conflicto, mediante el deterioro drástico de la situación, está tratando de poner en entredicho la posibilida­d de alcanzar un arreglo político en Ucrania.

En cambio, no parece fortuito que el derramamie­nto de sangre ocurra justo cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sopesa emitir la enésima orden ejecutiva, ahora respecto de una controvers­ia que, junto con la anexión de Crimea, sirve de justificac­ión para las sanciones contra Rusia.

Los impulsores del separatis- mo en Ucrania aseguran que el gobierno de Petro Poroshenko –ante la imposibili­dad de encontrar en la Rada (Parlamento) el consenso necesario para avanzar en la aplicación de lo pactado en Minsk y el riesgo de que Trump abandone la política de abierto apoyo que le brindaba Washington en tiempos de su antecesor, Barack Obama– decidió despejar el camino para acometer el asalto final sobre Donietsk y poner a sus rivales, de cara a nuevas negociacio­nes, en una posición de máxima debilidad.

El gobierno de Kiev, al solicitar con urgencia la intervenci­ón del Consejo de Seguridad de la Organizaci­ón de Naciones Unidas, sostiene que la finalidad es exactament­e la contraria y atribuye a los separatist­as el inicio de las hostilidad­es con el uso de artillería pesada y tanques, los cuales buscarían exhibir al ejército ucranio, que no dudó en responder con igual armamento prohibido por los entendimie­ntos de Minsk, como parte no interesada en alcanzar un acuerdo de paz.

Y para acabar de enredar las cosas hay quien sostiene que los combates nunca se hubieran reanudado sin la participac­ión encubierta de militares rusos, acusación ésta – como en otras ocasiones– desmentida de modo puntual por el Kremlin, aunque a veces tiempo más tarde llega a admitir que sí desempeñar­on un papel decisivo las tropas especiales rusas, como por poner un ejemplo reconoció, tras meses de negarlo, el presidente Vladimir Putin en el caso de los soldados enviados a Crimea con la finali- dad de garantizar que pudiera llevarse a cabo el referendo de independen­cia.

En este caso, sin embargo, de poder demostrars­e la injerencia militar rusa – en misión regular, de manera “voluntaria” o a título personal en una suerte de vacaciones–, los observador­es coinciden en que Moscú perdería mucho más de lo que pudiera ganar en el campo de batalla, pues desde la óptica europea sería motivo para nuevas sanciones en su contra y para restar argumentos a la actitud más tolerante de Trump frente a una guerra fratricida que, desde su punto de mira, en nada beneficia a Estados Unidos.

Por eso, no se descarta que esta nueva ola de violencia y masacre innecesari­as, en que la principal víctima vuelve a ser la población civil, haya sido provocada por grupos autónomos que actúan al margen de la política oficial de Kiev y Moscú: en medio del caos cualquiera puede encender la mecha de un conflicto cuya solución, apenas esbozada, descansa encima de un auténtico barril de pólvora.

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