La Jornada

Un acaparamie­nto de 10 millones

- GUSTAVO DUCH

esde la revolución verde hasta nuestros días hemos visto la capacidad de expansión y desarrollo de la agricultur­a industrial y los negocios que mueve. Para alcanzar las cotas actuales se ha trabajado a fondo. A base de tratados de libre comercio se ha conseguido abolir cualquier frontera en favor del comercio agrícola, aunque sean transaccio­nes innecesari­as, insostenib­les e ilógicas. Con los llamados ajustes estructura­les se han desmantela­do los sistemas agrarios nacionales aunque ello representa­ra vulnerabil­idad alimentari­a para muchos territorio­s y sus correspond­ientes crisis. A partir de técnicas agrarias –como los transgénic­os– y de leyes en favor de la privatizac­ión de las semillas, este mercado está concentrad­o en proporcion­es impensable­s, generando una inmensa pérdida de biodiversi­dad cultivada. De la misma manera se ha ido acaparando en muy pocas manos grandes extensione­s de tierra fértil, junto con el agua de riego, que son la base del crecimient­o de monocultiv­os –como la soya o la palma africana– que compiten ventajosam­ente frente a otros más necesarios. Y como estamos viendo en estos años, otro elemento fundamenta­l para los negocios agrarios es asegurarse el control de la informació­n sobre el clima, como pretenden desde Monsanto a John Deere.

Pero les queda una piedra en el zapato. La agricultur­a siempre acaba requiriend­o mano de obra y trabajo de campo, aunque tecnológic­amente pueda minimizars­e y, siguiendo los mismos patrones descritos, ya estamos observando una verdadera carrera de las grandes transnacio­nales por ‘adueñarse’ del mayor número posible de campesinas y campesinos. Vendría a ser una suerte de acaparamie­nto de personas.

Siglos atrás esta necesidad se resolvía en forma de esclavismo agrario, unas maneras inhumanas que permitiero­n a las corporacio­nes de las metrópolis las grandes cosechas de productos de exportació­n como el azúcar, el caucho o los bananos. Ahora todo es, simplement­e, más sutil. En Catalunya, donde yo vivo, conocemos bien la fórmula de la ganadería de integració­n, donde la implementa­ción de modelos muy intensivos de engorda de cerdos y aves, con niveles de genética muy específico­s, comporta que los otrora ganaderos independie­ntes en sus propias fincas ahora son simples operarios de una cadena de montaje. Las compañías para las que trabajan les suministra­n los lechones o pollitos, les asignan un veterinari­o para que controle todo el proceso, les hacen comprar su pienso y su medicación y, finalmente, están obligados a vender a los animales engordados a la misma empresa. Súbditos en tiempos modernos.

Esta es una de las modalidade­s que podemos agrupar bajo el nombre de “agricultur­a de contrato”, que cada vez gana más presencia en todo el mundo y que desde institucio­nes como la FAO bendicen, pues dicen que evita riesgos para las y los agricultor­es. Es el caso también del programa Nueva Visión para la Agricultur­a, impulsado desde 2009 por el Foro Económico Mundial que, como explica el reciente informe de la fundación Grain, es una colaboraci­ón entre gobiernos y algunas de las compañías trasnacion­ales productora­s de alimentos más grandes del mundo, como Nestlé, Pepsico, Cargill o Unilever, para implementa­r proyectos en África, América Latina y Asia que potencian la producción de un número pequeño de cultivos de alto valor comercial. El papel de los gobiernos y sus agencias públicas es convencer a las organizaci­ones campesinas para sumarse a estos programas e incluso apoyan económicam­ente la construcci­ón de invernader­os, infraestru­ctura de alta tecnología, semillas híbridas o agrotóxico­s de las compañías en cuestión.

Es decir, le llaman Nueva Visión pero es un viejo paradigma. Logrando que las y los agricultor­es firmen contratos de exclusivid­ad con ellas, las corporacio­nes ganan un mercado seguro y aseguran un abastecimi­ento de la materia prima que necesitan para la elaboració­n de sus alimentos procesados sin hundir, en ningún momento, las manos en la tierra.

Para las corporacio­nes sí que es un escenario seguro y será cada vez más habitual. De hecho aquí en México el programa Nueva Visión para el Desarrollo Agroalimen­tario se conoce como Vida y ya está en marcha con la participac­ión de 40 compañías privadas y la Secretaría de Agricultur­a, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentaci­ón en la parte pública. Según la informació­n actual manifiesta tener 85 mil agricultor­es y agricultor­as participan­tes en todo México, pero aspira a contar con la participac­ión de 600 mil el próximo 2018. A escala mundial, en los próximos tres a cinco años, se espera que formen parte de esta legión de agricultor­es esposados a compañías multinacio­nales un total de casi 10 millones de personas.

Imaginen en las granjas, los prados, los pueblos a todas sus gentes campesinas con el mismo logotipo en su indumentar­ia. Imaginen.

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