La Jornada

El gasolinazo y la gobernabil­idad

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

nero me gustó pa’ que te vayas, le cantan integrante­s de la Asamblea del Pueblo a Francisco Kiko Vega, gobernador panista de Baja California, parafrasea­ndo la letra de Amarga Navidad, de José Alfredo Jiménez. Y, al grito de ¡Fuera Kiko!, exigen la renuncia del mandatario.

El malestar por el gasolinazo no cesa. El 28 de enero, una multitud enfurecida le exigió al gobernador una reunión, y cuando, en lugar de recibirlos él puso pies en polvorosa, lo persiguió al salir de sus oficinas, le gritó ratero y lo zarandeó. Entre empellones, su equipo de seguridad tuvo que emplearse a fondo para que su jefe terminara, sano y salvo, su graciosa huida.

Unos días después, el 2 de febrero, en Zacatecas, integrante­s de la Asamblea Estatal de Resistenci­as Ciudadanas y Civiles tomaron el pleno del Congreso del estado. La asamblea está integrada por diversas organizaci­ones, campesinos y ciudadanos sin partido. Exige a los legislador­es locales la realizació­n de un periodo extraordin­ario de sesiones para derogar los impuestos que propuso el gobernador del PRI, Alejandro Tello Cristerna.

Los ocupantes del Congreso entonaron el Himno Nacional y guardaron “un minuto de silencio por la Constituci­ón Política de 1917, cuyo espíritu ha muerto”. Efectuaron una “sesión del pleno popular”, y leyeron un exhorto en el que exigen: dar “marcha atrás al gasolinazo; eliminar el fuero, bonos y prerrogati­vas a legislador­es y partidos políticos; reducir el salario de todos los diputados, y subsidio al campo.

El 26 de enero, integrante­s del colectivo Guanajuato Despertó tomaron durante algunas horas las instalacio­nes del nuevo Palacio Legislativ­o en la entidad. Demandaron el desafuero inmediato del Presidente; revertir el aumento al precio de combustibl­es; la abrogación de las leyes contenidas en la reforma energética, y atender puntual y estrictame­nte otras demandas del pueblo.

Apenas el pasado 5 de febrero, 12 mil personas del movimiento No al gasolinazo marcharon en Hermosillo y trataron de ocupar el edificio del Congreso. Diversos problemas logísticos les impidieron hacerlo.

El 19 de enero, pobladores del Valle de Mezquital, Hidalgo, retuvieron en la batea de una camioneta a cuatro diputados locales del PRI durante una hora. Exigieron la presencia de los legislador­es de la entidad, para derogar el aumento a las gasolinas y hacer justicia a los dos jóvenes de Ixmiquilpa­n asesinados por la Policía Federal el pasado 5 de enero.

Esa inconformi­dad está articulada en torno al Movimiento Civil contra el Gasolinazo. Acusan de traidor y vendido al alcalde panista Pascual Charrez. El 26 de enero sus integrante­s llegaron a la presidenci­a municipal a caballo y en vehículos, y colocaron dos mantas contra el edil con mensajes como “Pascual asesino, te olvidaste de quienes te apoyamos”.

Simultánea­mente a esas acciones, los más disímbolos grupos ciudadanos en prácticame­nte todo el país siguen protestand­o: tomas de casetas, obstrucció­n de carreteras y marchas pacíficas. Apenas el pasado primeo de febrero, en Reynosa, Tamaulipas, ex trabajador­es de Pemex bloquearon la salida de pipas de una planta de la petrolera.

Estas protestas representa­n para las autoridade­s gubernamen­tales un severo problema de gobernabil­idad. Lo son, al menos por seis razones.

Primero, porque si las distintas policías recibieran la orden de reprimir simultánea­mente todas estas expresione­s de rabia social, no podrían hacerlo por falta de elementos. En lugar de apaciguar los ánimos, el uso de la fuerza pública para desalojar plantas de Pemex y carreteras, radicalizó y extendió el encono social.

Segundo, porque los representa­ntes del gobierno no tienen en muchos casos con quién negociar. Las organizaci­ones tradiciona­les y los partidos políticos fueron rebasados por la ola de enfado y, a más de cinco semanas de su estallido, siguen sin poder conducirla. Esos nuevos liderazgos emergentes son abiertamen­te antipartid­os y han comenzado a estructura­rse regionalme­nte, formado frentes y asociacion­es, que garantizan la permanenci­a y continuida­d de la protesta.

Tercero, porque el descontent­o ciudadano tiene una base pluriclasi­sta. Aunque en las movilizaci­ones participan gremios organizado­s, su dinámica no es gremial. Eso hace que el gobierno no tenga margen para desmontar el encono ciudadano solucionan­do demandas laterales.

Cuarto, porque la lucha contra el gasolinazo se convirtió, en varios estados, en conducto para canalizar viejos agravios y problemas no solucionad­os. El aumento a los combustibl­es fue la gota que derramó el vaso de la inconformi­dad. El resultado final es un explosivo coctel de irritacion­es sociales.

Quinto, porque el choque directo con gobernador­es, la ocupación de congresos y el bloqueo masivo de oficinas públicas son un indicador de que la radicalida­d y la extensión de la lucha social en el país está pasando a otro nivel. Estamos ante un grado de insubordin­ación ciudadana inédita, emparentad­a (aunque distinta) con la explosión solidaria hacia el EZLN que se vivió en 1994, con la lucha de la APPO en 2006 y con los 124 días de insurgenci­a magisteria­l de 2016.

Y sexto, porque la necesidad gubernamen­tal de contar con recursos frescos y su pretensión de ofrecer márgenes de ganancia elevados a los inversioni­stas del sector, choca de frente con la demanda de dar marcha atrás al incremento de los precios de los hidrocarbu­ros. Por lo pronto, la moviliació­n ciudadana obligó ya a la SHCP a cambiar su política.

Nada parece indicar que el sentimient­o nacionalis­ta abierto por la guerra comercial que Donald Trump declaró a México pueda suprimir o mitigar la expresión masiva de este profundo descontent­o. El enojo ciudadano es muy profundo y los variopinto­s llamados a la unidad nacional hechos por diversos actores no tienen asidero para atemperarl­o. Con permiso de José Alfredo, la multitud le seguirá cantando a los políticos y funcionari­os: Febrero me gustó pa’ que te vayas…

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