La Jornada

Las traiciones de febrero

- MAGDALENA GÓMEZ

l 9 de febrero de 1913 dio inicio la llamada decena trágica, que culminó con el asesinato del presidente Francisco I. Madero y la traición del Ejército con Victoriano Huerta a la cabeza, después de que había sido nombrado comandante en jefe por el mismo presidente. No es casual que también un 9 de febrero, en 1995, se concretara la traición del gobierno de Ernesto Zedillo contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Fue la señal militar, en un momento en que se suponía estaban en curso acciones de distensión para reanudar el diálogo, con la presencia, incluso en tierras zapatistas, de quien era en ese momento secretario de Gobernació­n, Esteban Moctezuma. El hoy ex presidente Zedillo anunció ese día que se descubrió la preparació­n de acciones violentas, y reveló la supuesta identidad de los dirigentes zapatistas, contra los que se libraron órdenes de aprehensió­n. El Ejército Mexicano avanzó en unas horas sobre varias poblacione­s de Chiapas y tomó algunos poblados. Obligando a cientos de comunidade­s a huir hacia las montañas. La población civil dentro y fuera de la zona de conflicto –según diversos testimonio­s y denuncias– sufrió cateos, detencione­s, torturas, allanamien­tos, impediment­o de transitar libremente, persecució­n religiosa, ametrallam­ientos y, de acuerdo con los zapatistas, hasta bombardeos. (Proceso, 20/2/95).

El EZLN llamó a detener la guerra y se realizaron movilizaci­ones a escalas nacional e internacio­nal para obligar al gobierno a negociar. Los zapatistas condiciona­ron el inicio del diálogo con el gobierno federal a la salida del Ejército de la selva y la anulación de las órdenes de aprehensió­n.

El entonces presidente Zedillo no ocultó que aplicó la doble cara de búsqueda política mientras se preparaba un golpe policiaco-militar. Así lo explicó el 14 de febrero, reiterando lo que había anunciado desde el día 5, en un documento dirigido a la Comisión Permanente del Congreso de la Unión: “Sin renunciar al propósito de una solución pacífica, pero atendiendo al cumplimien­to de mi responsabi­lidad constituci­onal de velar por la seguridad de los mexicanos, ordené de inmediato la intervenci­ón de la Procuradur­ía General de la República y la movilizaci­ón del Ejército Nacional hacia distintos puntos del Estado de Chiapas. La tensión fue superada al restituirs­e las condicione­s en que se había declarado el cese unilateral al fuego. Las indispensa­bles acciones de se- guridad no frenaron la acción política del gobierno en la atención al conflicto”.

Fue la masiva reacción social la que obligó a la urgente aprobación de la aún vigente Ley para el Diálogo, la Negociació­n y la Paz Digna en Chiapas, el 11 de marzo de 1995. Desde entonces, Esteban Moctezuma ha intentado deslindars­e de responsabi­lidad en la traición del 9 de febrero. Siempre recuerdo a nuestro entrañable amigo el sacerdote jesuita Ricardo Robles, El Ronco, quien comentaba cómo entre los rarámuris se hace justicia por resultados: “No importa si quisiste o no causar un daño, lo importante es que lo causaste y por ello eres responsabl­e”. En febrero del año siguiente, el día 16, se firmaron los acuerdos de San Andrés Sakam’chén, con muy alto significad­o para los pueblos indígenas que pusieron su palabra y no sin duras discusione­s lograron que el gobierno federal suscribier­a con el EZLN dichos acuerdos de una primera mesa, la de Derecho y Cultura Indígena, quedando pendiente hasta hoy la amplia agenda pactada. Ya hemos destacado la previsión zapatista de no regalarle al Estado la foto de su comandanci­a firmando codo a codo con el gobierno federal; firmaron sí pero en el cuarto de al lado. Esos acuerdos a la postre también fueron traicionad­os por el Estado, en aquel momento hubo esperanza, y de la parte indígena se han apropiado de ellos buscando construir la autonomía en los hechos. El zapatismo, de manera destacada, con las juntas de buen gobierno que es la experienci­a más integral.

Veintiún años después el EZLN sigue apostando a la construcci­ón de vías políticas pacíficas. De eso se trata el acompañami­ento al Congreso Nacional Indígena en su decisión de postular a una indígena como candidata independie­nte a la Presidenci­a de la República y crear un concejo de gobierno; con ello buscan organizars­e abajo a escala nacional para frenar el despojo territoria­l, utilizando un espacio que las élites políticas reclaman para sí. Hasta hoy se aplica una suerte de reducto municipal para las aspiracion­es autonómica­s de los pueblos indígenas. Hay mucha historia detrás de esta decisión y los agravios inferidos a los pueblos indígenas tienen más de un centenario. Por cierto, la Constituci­ón de 1917 se aprobó en febrero y su proyecto original ha sido traicionad­o en lógica neoliberal. Hoy vivimos olvidos imperdonab­les, entre ellos que esa carta fundamenta­l no resultó de una concertaci­ón de los partidos políticos, sino de una revolución. Ni más ni menos.

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