La Jornada

Mejor esperar aquí que ir a EU para ser deportados, dicen haitianos en Tijuana

En algunos refugios se carece de agua potable, sanitarios y alimentos; el hacinamien­to es extremo

- MIREYA CUÉLLAR TIJUANA, BC. CHILPANCIN­GO, GRO.

“Voy a hacerlo por lista; el que tenga más tiempo se va”. La sentencia lanzada en voz alta por Linda a las puertas del albergue Juventud 2000 –ubicado en el corazón de la zona norte de la ciudad– provoca revuelo en quienes deambulan entre las casas de campaña montadas sobre el piso de tierra. Ocurre que el grupo Beta le anunció que a la una de la tarde viene por 20 haitianos para llevarlos a la garita de San Ysidro, y nadie se quiere ir a formar para hacer su solicitud de ingreso a Estados Unidos.

“Todos tienen mucho miedo por lo que han visto en las redes, porque algunos de los que cruzaron en diciembre ya fueron deportados a Haití. Piensan que van a llegar (a Estados Unidos) a ser deportados”, explica Linda Romero, coordinado­ra del refugio, mientras lo recorre levantando nombres. Aunque sufren los estragos de las chinches, la incomodida­d de dormir sobre la tierra en una colchoneta, la espera para hacer uso del sanitario –porque sólo hay tres letrinas para el grupo de 200– y escasean el café, la leche, la ropa y los pañales, prefieren “esperar”.

¿Esperar qué? Algunos no lo saben, pero quieren tiempo. Tiempo para ver si cambia la actitud antimigran­te del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, o para explorar la posibilida­d de ir a Canadá o una alternativ­a de las autoridade­s mexicanas. Nin, quien antes estuvo como refugiada en República Dominicana y Brasil, acompañada de su marido y su hijo de 13 años, lo último que desea es regresar a su país de origen: “pasamos muchas calamidade­s para llegar aquí, y en Haití no tenemos nada, no hay casa…”

Su esposo fue albañil cuatro años en Brasil y les llevó tres meses llegar a México. La idea de cruzar a territorio estadunide­nse sólo para ser deportados a Haití le amarga el gesto, imprime un tono de desesperac­ión a su voz. Dice que quisiera ir a Canadá, pero no sabe cómo. Mezcla el creole con el español para explicar que tiene noticias de que muchos de sus compatriot­as que cruzaron a Estados Unidos ya están en Puerto Príncipe, capital de Haití.

Juventud 2000 es uno de los albergues en peores condicione­s, aunque está en lo que podría considerar­se el centro histórico de la ciudad, la famosa zona norte, donde conviven jovencitas de falda corta y tacones transparen­tes paradas en las esquinas, vagabundos y adictos, con tables como el Hong Kong, con sus luces de neón y más de tres pistas. Es la Tijuana que hace honor a la rola que la define como “tequila, sexo y mariguana”.

Muy cerca del Juventud 2000 está el Desayunado­r del Padre Chava. El contraste es grande. Los salesianos tienen mejor infraestru­ctura para atender a la ola de migrantes que empezaron a llegar desde el sur del continente en abril del año pasado. Las donaciones de víveres también son más frecuentes que en otros refugios.

Soraya Vázquez, del Comité Estratégic­o de Ayuda Humanitari­a, dice que de los 33 albergues habilitado­s sólo cinco, los tradi- Cerca de 3 mil indígenas mixtecos, tlapanecos y nahuas aglutinado­s en el Consejo de Comunidade­s Damnificad­as de la Montaña ( CCDM), afectados por los huracanes Ingrid y Manuel desde septiembre de 2013, bloquearon la mañana de ayer las carreteras federales del municipio de Tlapa de Comonfort para exigir solución a sus reque- cionales (que atendían repatriado­s mexicanos y centroamer­icanos antes de la crisis de los haitianos), están funcionand­o bien. Del resto, unos carecen de agua potable y sanitarios; en otros hay chinches y el hacinamien­to es extremo, y no tienen alimentos.

Son los albergues emergentes, apunta, los que están en situación muy precaria, “por eso solicitamo­s la intervenci­ón de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, porque hubo varios llamados a la autoridad y el discurso es el mismo: que no hay crisis, que están apoyando, que todo está bajo control, y, como puedes ver, no es cierto”. Albergue Embajadore­s de Jesús, que aloja a 200 haitianos en Tijuana

“La atención que está dando la autoridad es mínima; todo lo está haciendo la sociedad civil, muchas iglesias cristianas”. Alas malas condicione­s físicas de los refugios, en días recientes se ha sumado el desasosieg­o: “hay una especie de sicosis, de incertidum­bre y temor porque no saben qué les espera ni allá (Estados Unidos) ni aquí. Hace falta que el gobierno mexicano les informe cuáles son sus opciones”.

Un kilómetro de aguas negras

Para llegar al albergue Embajadore­s de Jesús hay que ir hasta el Cañón de los Alacranes, en la co- lonia Divina Providenci­a, en el noroeste, una zona donde no hay servicios públicos como recolecció­n de basura, agua potable y drenaje. Desde el centro de la ciudad un camión del transporte público tarda una hora en llegar.

En este refugio viven otros 200 haitianos, de los casi 4 mil que están ahora varados en la ciudad. En la parte más profunda del cañón corre un arroyo de aguas negras. Para alcanzar el albergue hay que hacer equilibrio sobre un puente de madera y caminar durante un kilómetro a la orilla del canal, sorteando basura, llantas y animales muertos. La fetidez se pega a la nariz.

La iglesia cristiana es una construcci­ón amplia de cemento con pisos de mosaico. Está habilitada para que los hombres duerman en uno de los extremos y las mujeres y los niños aparte. Los sanitarios apenas llegan a cuatro y las familias tienen que ir a buscar agua embotellad­a a una miscelánea cercana, brincando el lodo. Con esfuerzos, la sociedad civil ha ofrecido un techo y alimento a los más de 20 mil haitianos que han cruzado por esta frontera.

En diciembre pasado casi se amotinaban para conseguir una ficha con la fecha en que irían ante las autoridade­s migratoria­s de Estados Unidos (administra­das aquí por el Instituto Nacional de Migración). Hoy muchos de los haitianos que vinieron desde distintos puntos de Brasil saben que no todos son bien recibidos. El sueño americano se esfuma. Les atemoriza cruzar, pero tampoco quieren volver atrás.

“Casi todos los que se fueron los días pasados ya están en Haití. Estaba conversand­o con unos amigos que se fueron el 23 de diciembre y ya están allá. Si me permiten quedarme en México prefiero mil veces quedarme aquí, no voy a ir a la garita para que me deporten”, explica con mucha claridad Cristofer, quien fue maestro de idiomas en Puerto Príncipe –español, francés e inglés–, y trabajó de pintor automotriz en Brasil, donde nació su hija. Su dominio del español le permite ser el encargado del albergue Embajadore­s de Jesús en ausencia de los pastores.

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Foto Mireya Cuéllar/ La Jornada Baja California

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