La Jornada

El primer día en libertad

- CON INFORMACIÓ­N DE JESSICA XANTOMILA

‘‘Aquí no hay trabajo, por eso me fui’’. ‘‘Espero que cumpla el Presidente lo que nos ofreció’’. ‘‘No le puse atención al Presidente. La verdad yo no le creo todo lo que dice’’, respondían.

En el comunicado distribuid­o por la Presidenci­a sobre el encuentro entre el mandatario y los deportados, se consignan los testimonio­s de Samuel Morales, Aarón Silva y Pedro Santos.

El primero agradeció el apoyo del programa Somos Mexicanos y aseguró a Peña Nieto: ‘‘Vamos a construir este país más grande y vamos a poder unificarno­s con nuestras familias… si nos apoya, nosotros vamos a apoyar al país’’.

Silva dijo haber recibido allá ‘‘trato de criminal’’ y todo por intentar tramitar una licencia de conducir. Santos agradeció el recibimien­to del mandatario y aseguró que ya no quiere irse ‘‘para el otro lado; es una experienci­a muy fea que se vive allá’’.

Por su parte, y ya fuera de la terminal, Pedro Vázquez, de 38 años, contó a la prensa que fue arrestado el 12 de diciembre en Atlanta, Georgia. Lo detuvieron por manejar sin licencia ni seguro. Pasó más de un mes en una cárcel de Irwin y después lo trasladaro­n a El Paso.

Con 20 años fuera de México, originario de Pachuca, dijo no saber qué hará ahora. En ese momento sólo pensaba en salir del aeropuerto. En Denver dejó a su esposa y le prometió regresar. Para eso verá cómo reunir los 5 mil dólares que, calcula, le costaría entrar de nuevo a Estados Unidos. ‘‘Tengo que ir por ella, ni modo que la deje allá’’.

Su plan sería quedarse sólo dos años más en Estados Unidos y después regresar definitiva­mente a México, ‘‘porque allá eso no es vida. Allá es trabajar todo el tiempo. Si no trabajas, no pagas renta ni teléfono, aseguranza, ni cuentas… pero a pesar de eso, siempre vives mejor que aquí’’.

Ramón Barajas, de Tamazula, Jalisco, vivía en Colorado con su esposa y cuatro hijos. Fue detenido –contó– al momento de tramitar su licencia de conducir. Es la segunda vez que lo deportan.

Estuvo 18 años en Estados Unidos. No intentará regresar por ahora. Dijo tener sentimient­os encontrado­s: triste por su esposa e hijos, pero feliz de regresar a su país y ver de nuevo a su familia. No omite contar cómo, al ser trasladado a Texas, las autoridade­s de allá lo trataron ‘‘como a un criminal’’. Lo esposaron de pies y manos. ‘‘Por eso prefiero estar aquí libre que preso allá’’.

Como todos, dijo haberse ido de México ‘‘por la escasez de trabajo y por los bajos sueldos: lo que ganas aquí comparado con lo que ganas en dólares es mucha diferencia”.

Al AICM asistieron a recibirlos muy pocos familiares. Estaban también algunas ONG y trabajador­es del Programa Seguro de Desempleo de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México. Están ahí siempre, a la llegada de cada vuelo para ofrecer ayuda aunque no pocas veces los paisanos, con su tristeza, frustració­n y dolor a cuestas los dejen con un palmo de narices.

Para quienes van a provincia se dispone de camiones que los llevan a las centrales de autobuses del Norte o a la Tapo. Otros, los que traen dinero, ahí mismo compran un boleto de avión para llegar más rápido a sus lugares de origen.

No pocos, empero, adquieren de inmediato un nuevo boleto para intentar una más, las veces que sean, la procesión... hacia el gabacho.

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