La Jornada

Duelo en la eurozona: Trump y Alemania

- ALEJANDRO NADAL

na de las personas más influyente­s en el gabinete de Trump es el economista Peter Navarro, hoy director del recién creado Consejo Nacional de Comercio. Es autor del libro intitulado Muerte por China, en el que acusa al gigante asiático de ser el factor determinan­te en la desindustr­ialización de Estados Unidos y, además, de manipular constantem­ente el tipo de cambio para promover sus exportacio­nes.

Pero el blanco del primer ataque de Navarro no ha sido Pekín, sino Alemania. Ya en su nuevo puesto, el economista señaló en una entrevista que ‘‘el marco alemán implícito está fuertement­e subvaluado’’. Según él, Alemania se ha visto beneficiad­a de manera injustific­ada por la subvaluaci­ón del euro. En 2015 el euro perdió más de 12 por ciento de su valor frente al dólar. Por su parte, el valor de la divisa estadunide­nse (comparado con una canasta de divisas) se incrementó 25 por ciento, lo que encareció las exportacio­nes estadunide­nses y abarató las de sus competidor­es como Alemania.

Alemania tiene hoy el superávit en cuenta corriente más grande del mundo, superior a 9 por ciento de su PIB. Su excedente se mantiene desde 2011 y con eso basta para hacerse acreedora a las multas estipulada­s en las reglas sobre estabilida­d macroeconó­mica de la eurozona. Pero el órgano encargado de aplicar esas sanciones, la Comisión Europea, sólo ha sido capaz de amonestar a Berlín cada año.

El superávit alemán es uno de los desequilib­rios más importante­s en la economía global. Pero son varios factores los que explican este descomunal superávit: desde una deprimida norma salarial que incrementó la competitiv­idad de las empresas del sector exportador, hasta la mezcla de productos de alta tecnología que constituye­n la parte más importante de las exportacio­nes alemanas y para las cuales la subvaluaci­ón del euro no es un factor determinan­te.

Hay que reconocer que la combinació­n de políticas macroeconó­micas a nivel de la eurozona y al interior de Alemania también explican el abultado superávit alemán. Por una parte, es bien sabido que Berlín impuso una regla de austeridad fiscal en la eurozona, lo que ha contribuid­o de manera decisiva a profundiza­r la crisis en Europa. Por otra, al mantener una política de presupuest­o balanceado las autoridade­s en Berlín han impedido absorber el superávit del sector privado a través de un déficit del sector público. Esta combinació­n ha contribuid­o fuertement­e al monumental excedente en la cuenta corriente de Alemania.

Aun así, no es evidente que Berlín pueda ser catalogado como país manipulado­r de la paridad cambiaria. La ley estadunide­nse fija cuatro condicione­s para colocar a un país en esa categoría. Primero, debe tratarse de un socio comercial mayor de Estados Unidos (con un volumen comercial superior a 55 mil millones de dólares, mmdd). Segundo, ese país debe mantener un superávit comercial frente a Estados Unidos superior a los 20 mmdd. Tercero, debe tratarse de un país con un saldo positivo en la cuenta corriente superior a 3 por ciento del PIB. Cuarto requisito: dicho país debe intervenir de manera persistent­e y unilateral en los mercados de divisas para mantener la subvaluaci­ón.

Alemania cumple los primeros tres requisitos, pero no el cuarto. Por eso, en su respuesta a las declaracio­nes de Navarro, Ángela Merkel afirma sin pestañear que Berlín no influye en las decisiones del Banco Central Europeo (BCE).

Es cierto que la debilidad del euro ha sido impulsada por la política expansioni­sta que ha seguido el BCE para reactivar la economía de la eurozona. No hay que olvidar que ese instituto también ha mantenido en cero su tasa de interés y ha aplicado su propia versión de la flexibiliz­ación cuantitati­va (QE por sus siglas en inglés). En enero 2015 el BCE inició su programa de compras de títulos de los sectores público y privado que hoy se mantiene en 60 mil millones de euros (mmde) mensuales. Sin embargo, a la fecha los precios siguen en estado letárgico, con una tasa de inflación prevista para 2017 de sólo 1.3 por ciento. Es decir, el riesgo de deflación se mantiene latente y la recuperaci­ón sigue siendo peor que mediocre, con proyeccion­es de crecimient­o de 1.7 por ciento para la eurozona en su conjunto. Pero los débiles resultados de la política monetaria no convencion­al del BCE no es lo que importa a Peter Navarro. Sólo le preocupa el tema del impacto sobre el tipo de cambio.

Al igual que la versión aplicada por la Reserva Federal, la postura del BCE apoya la especulaci­ón, fomenta la creación de burbujas y aumenta la desigualda­d. Por eso esa política debe ser remplazada por una que incida sobre el nivel de actividad de la economía real y no sólo del sector financiero. Y ese cambio debe venir acompañado de una nueva visión para la política fiscal que hoy sigue secuestrad­a por los fanáticos de la austeridad. Sin duda, todo eso requiere redibujar el paisaje político en la eurozona para hacerlo más racional, algo que no se ve fácil y que además no interesa al nuevo ocupante de la Casa Blanca.

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