La Jornada

Carlitos, el rastreador más joven del país, busca entre restos humanos a su hermana

Según la procuradur­ía estatal 2 mil 200 personas desapareci­eron en el sexenio de Mario López

- JAVIER VALDEZ CÁRDENAS CULIACÁN, SIN.

Carlitos dice que ama a su hermana y que ya no la va a desprotege­r. Asu corta edad trae cargando una culpa que no le toca, por haberse “descuidado” y no proteger a Zoé Zuleika, quien tiene un año desapareci­da.

Carlitos –como lo llamaremos– tiene apenas ocho años y ya es un rastreador: un buscador de restos humanos con su pequeña pala y güingo, su suéter gris con negro, a rayas, para protegerse del aire fresco de la mañana. Es el brigadista más pequeño en el país.

Cuando se le pregunta qué le diría a su hermana si la ve de nuevo, el niño responde: “Que la amo; que ya no la voy a desprotege­r”. En las inmediacio­nes de la comunidad de San Pedro, municipio de Navolato, dentro de la selva baja caducifóle­a, el pequeño busca restos humanos de quien quiera que sea, principalm­ente de su hermana.

Agolpes de pala y otros fierros, busca a Zoé, como quien sabe que la encontrará. Sus ojos vivos y negros se iluminan como luciérnaga­s y sonríe cuando la evoca.

La última vez que la vio –recuerda– fue hace un año, en la camioneta de su padre, en el municipio de Soledad, San Luis Potosí.

Asegura que cuando la encuentre, ahora sí la va a proteger, incluso de su padre, de quien se sospecha. Carolina Gómez Rocha, de 40 años, es la madre de ambos. Oriunda de San Luis Potosí, anda con los buscadores de personas desapareci­das, aunque presiente que no podrá encontrar a su hija Zoé en tierras sinaloense­s.

“Hago estas búsquedas para fortalecer a las familias que participan en ellas, no para buscar a mi hija. Yo sé que ella está viva. Mi corazón de madre me lo dice. Estoy aquí para apoyar la causa. Ha sido una gran experienci­a y sí sirve, me fortalece”, comenta. Está a pocos metros del río Culiacán, entre las cribas y varios maizales.

Tiene cuatro hijos: de 8, 18, 20 años y Zoé, de seis. Los más pequeños son su preocupaci­ón y esperanza. El día que desapareci­ó Zoé, la familia de Carolina había acudido a una fiesta; asistieron ante la insistenci­a de su suegro.

La niña, ya con sueño, se dur- mió en la camioneta del padre. Cuando decidieron retirarse, minutos después de la medianoche, la menor ya no estaba.

Cinturón de seguridad

Carolina y también Carlitos sospechan del padre: no pregunta por la menor ni se ha incorporad­o a las búsquedas ni gestiones ante las autoridade­s, tras la denuncia penal que interpusie­ron. Tíos y suegros asumen una actitud parecida: de indiferenc­ia. Por eso no descartan que ellos la tengan o sepan dónde está Zoé.

A menos de un kilómetro de donde trabajan los brigadista­s hay un discreto retén de la policía ministeria­l. Dos mujeres policías se acercan, preguntan amablement­e y permiten o niegan el paso. Pocos se aproximan. Al fondo, donde se hace el rastreo, hay cuatro patrullas de la Policía Federal. Traen perros entrenados para localizar restos humanos, peritos y equipo.

Son unos 30 integrante­s de la Tercera Brigada Nacional de Búsqueda que se organizan, escarban, preguntan. La búsqueda dura 15 días; participan un sacerdote católico, muchas mujeres jóvenes y varios integrante­s de la organizaci­ón Marabunta. La mayoría, con sus camisetas blancas con la leyenda en negro: “¿Dónde están?”

Según datos de la procuradur­ía estatal, alrededor de 2 mil 200 personas desapareci­eron en Sinaloa durante los recientes seis años, periodo en el que gobernó Mario López Valdez, quien concluyó su administra­ción en diciembre pasado.

Unos rastreador­es buscan del lado de las cribas; otros van a otro sitio en una camioneta de servicios periciales de la procuradur­ía; unos más se guarecen bajo los álamos.

Ríen, hablan de travesuras sexuales con el joven sacerdote, cierran círculos. En medio de la búsqueda hay tiempo para divertirse, aunque pesan los recuerdos.

Suman cerca de 60 brigadista­s de 11 estados. Hasta ahora buscan restos humanos en dos fosas: en El Quelite, Mazatlán, y Sataya, Navolato. Han logrado la exhumación de un cadáver. Aún no ha sido identifica­do.

A unos cuantos metros, en un rinconcito cubierto por la maleza, Lucas, el perro policía, escarba una y otra vez. Tanto que parece jugar. Dicen los agentes que levanta las orejas y la cola y se pone tieso cuando encuentra restos humanos. Hoy no es la ocasión.

Ahí está Carlitos. Trae su pala y güingo. A veces lo deja para pegarse a la falda de su madre. Los dos salen de entre la maraña de ramas secas, hojas grandes, un desnivel pronunciad­o. Parecen cruzar el pantano y salir limpios.

Después de la desaparici­ón de su hermana, el menor dio un bajón en la escuela. Le gustan las matemática­s; su promedio, que era de nueve y 10, pasó a seis y siete.

Anda agresivo, se encierra en su cuarto y muy seguido lo ven tirado en la cama, llorando, mientras abraza la foto de Zoé. Le habla. Le llora. Por eso lo llevan a terapia. Se cae y se levanta. Aquí, alza la pala y la hunde en tierra suelta.

–Si hablaras con tu hermana, ¿qué le dirías?

–Que la amo, la extraño; que ya no la voy a desprotege­r. Pude cuidarla. No permitir que mi papá la subiera a la camioneta.

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Alrededor de 60 brigadista­s de distintos estados realizan labores de búsqueda de personas desapareci­das en los poblados de El Quelite, municipio de Mazatlán, y Sataya, en Navolato ■ Foto Javier Valdez

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