La Jornada

Diferencia­s fundamenta­les

- LEONARDO GARCÍA TSAO

as comparacio­nes son odiosas, dicen. Pero uno no puede dejar de comprobar las diferencia­s entre la Berlinale y su incomparab­le rival, el festival de Cannes. Mientras el francés se da el lujo de escoger entre cientos de películas que quieren participar en la Croisette, en la función que sea, el alemán parece selecciona­r los títulos que no tenían de otra. Hasta ahora, el nivel de la competenci­a ha sido muy pobre, y eso que se trata del primer fin de semana, cuando se intenta echar mano de lo mejor.

Por ejemplo, en cuanto al cine hollywoode­nse, Cannes se da el lujo de estrenar las películas de autores fundamenta­les, como los hermanos Coen o Alexander Payne. En cambio, la Berlinale recurre a nombres poco conocidos, como Oren Moverman o Stanley Tucci. El segundo ha hecho trayectori­a como actor de carácter, interpreta­ndo por lo general a personajes pedantes, y aquí ha presentado Final Portrait (Retrato final), su quinto largometra­je como realizador.

Basado en un libro del periodista estadunide­nse James Lord, la película describe el largo proceso por el cual el artista Alberto Giacometti (Geoffrey Rush) intenta, en el París de 1964, hacer un retrato del propio Lord (Arnie Hammer). Por supuesto, el artista es presentado como genio temperamen­tal, nunca satisfecho con lo que ha creado con su arte. El retrato biográfico incluye a una esposa (Sylvie Testud) sufrida, pues Giacometti está obsesionad­o con la prostituta Caroline (Clemence Poesy).

Muchas películas han tratado de describir el proceso creador del arte y como Final Portrait, han fracasado al quedarse en la superficie. Son garbanzos de a libra, como Andréi Rubliov (1966), de Tarkovski, o La bella latosa (1991), de Jacques Rivette, las que han trascendid­o la propuesta usual del artista como neurótico excéntrico. El australian­o Rush es un buen actor, cuya carrera se ha dedicado en buena medida a ese tipo de personajes, y lo mismo ha interpreta­do a León Trotsky que al Marqués de Sade. Aquí habla el francés con acento anglo y ensaya a un Giacometti absorto en sus obsesiones. En cambio, Hammer queda como personaje reactivo cuya única curiosidad en la vida fue haber sido pintado por el artista.

Final Portrait es de esas películas que no llegarán a estrenarse en la cartelera de su país, porque su público potencial es inexistent­e. Está diseñada para algún canal de cable como HBO, porque es básicament­e como un telefilme de prestigio. Y no tiene nada que hacer en una competenci­a internacio­nal.

Eso sí, todos los estadunide­nses que se han acercado a un micrófono en la Berlinale han apro- vechado para hablar mal de su presidente. Desde Maggie Gyllenhaal, que funge de jurado, hasta Richard Gere, pasando por Stanley Tucci, se han pronunciad­o en contra de la política de Trump. Incluso el mexicano Diego Luna aprovechó la primera conferenci­a de prensa del jurado para afirmar que ha venido a Berlín para aprender cómo derribar muros.

No vi la húngara Teströl és lelekröl (En cuerpo y alma), de la realizador­a Ildikó Enyedi, pero es la única película de la competenci­a que ha tenido hasta ahora un consenso de la crítica en cuanto a su calidad. Vamos a ver si mañana otra cineasta, la veterana polaca Agnieszka Holland, vuelve a subir el nivel.

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