De ida y vuelta
MAR DE HISTORIAS
on las nueve de la mañana. Justina presiente que, después de lo sucedido anoche, este no será un buen día. En realidad, empezó mal: a las cinco se fue la luz en el edificio, tuvo que ponerse un vestido arrugado, su madre se pasó los minutos del desayuno quejándose por el alza en los precios y el exceso de gastos. El tío Arnulfo, ofendido, abandonó la mesa y se fue dando un portazo.
Para colmo, en ese momento la llamó Ignacio a su celular y le dijo que se iba a Querétaro con una mudanza. Regresaría muy tarde. Cancelaba su cita de la noche. Justina estuvo a punto de suplicarle que no se fuera. En vez de hacerlo se mostró comprensiva: “Ni modo, mi amor. Primero está la chamba.” Para evitar las preguntas de su madre, que había estado obser- vándola, tomó la bolsa con su uniforme y sus zapatos. Dijo algo incomprensible y escapó si terminarse el café con leche.
II
Después de esperar inútilmente la aparición de la micro, Justina decide hacer a pie el resto del trayecto hasta Las Dos Azaleas”. Atrapada en sus pensamientos, no repara en el montón de escombros abandonados a media banqueta y tropieza. Para no caer se apoya en la pared de una casa. Mientras se frota el tobillo ve a través de la herrería el jardín marchito donde una manguera se enrosca junto a un altero de cajas, sillas patas arriba, una estufa inservible y un asador.
Tal desorden le provoca una incontenible antipatía hacia los moradores de la casa. La irrita que hagan tan mal uso de un espacio que tanta falta le hace a su familia. “Y le hará más cuando regrese Carlos”, murmura.
III
El dolor y el desánimo agobian a Justina. Piensa llamar a su patrona para decirle que se lastimó un pie y no irá a la fonda. Imaginarse la expresión de su madre cuando la vea de vuelta la lleva a desistir de su propósito. Sigue adelante, camino de Las Dos Azaleas. Es lo mejor que puede hacer. El trabajo la mantendrá activa, sin tiempo para pensar en el comportamiento de su familia.
Lo encuentra inexplicable. Ella sabe que sus padres siempre han visto a Carlos como un hijo, aunque sólo sea el ahijado al que adoptaron cuando tenía nueve años y quedó huérfano. Desde que él se fue a Estados Unidos, ni un sólo domingo dejaron de ir a la iglesia para encomendárselo a la Virgen y pedirle que regresara con bien. Ahora que está a punto de ocurrir el milagro, ¿por qué no se alegran?
En cuanto a Renato y Lázaro, los dos crecieron –lo mismo que ella– viéndolo como el hermano menor al que tenían que ayudar y proteger. En su ausencia muchas veces recordaron su inteligencia, su ingenio, sus desplantes y su habilidad para el deporte. No parecían ser los mismos que anoche dejaron traslucir cuánto los incomodaría con su pesencia.