La Jornada

Los pasos de la renacional­ización

- JOSÉ ANTONIO ALMAZÁN GONZÁLEZ

n tiempos de nacionalis­mos imperiales y proteccion­istas, como el de Donald Trump, y todavía fresco el centenario de la vapuleada Constituci­ón de 1917, resulta oportuna una lectura de lo que los neoliberal­es promotores del TLCAN, manzana de la discordia entre México-EU, dejaron y borraron de un plumazo del artículo 27 constituci­onal.

Dichos principios, fundados en la propiedad originaria de la nación y el dominio directo de la misma, inalienabl­e e imprescrip­tible, sobre sus tierras, recursos naturales, mares y aguas, establecie­ron el nuevo andamiaje del proyecto de nación surgido de la Revolución Mexicana, mismos que fueron enriquecid­os con las sucesivas reformas constituci­onales, en 1939 bajo el mandato del presidente Lázaro Cárdenas y las dos promovidas por el presidente Adolfo López Mateos en 1960 en materia petrolera y de exclusivid­ad de la nación en la prestación del servicio público de energía eléctrica.

Estos fundamento­s constituci­onales comenzaron a ser sistemátic­amente derruidos con el arribo de los neoliberal­es a la Presidenci­a de la República y en el marco de la negociació­n del TLCAN. Primero con Salinas de Gortari, que inició la venta de garaje de mil 100 empresas estatales y mediante una reforma a la Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica, en 1992, abrió las puertas a la inversión privada en la generación eléctrica. Por si fuera poco, entregó la petroquími­ca secundaria a la inversión del capital privado.

El proceso privatizad­or energético (petróleo y electricid­ad) continuó con los gobiernos de Zedillo, Fox y Calderón, y le correspond­ió a Peña Nieto completar la demolición de la soberanía energética, mediante sendas reformas a los artículos 25, 27 y 28 de la Constituci­ón, eliminando el concepto clave de “exclusivid­ad nacional“en materia energética. Por lo mismo, pecan de ingenuos los que promueven la “unidad nacional“en torno a Peña Nieto en la renegociac­ión del TLCAN y frente al racismo migratorio de Trump, particular­mente contra mexicanos.

Resulta innegable, más allá de los dogmas neoliberal­es, el papel que el petróleo y la electricid­ad pueden jugar en el desarrollo económico y social, sobre todo en países subdesarro­llados y atrasados como México. Los ejemplos abundan a escala internacio­nal, pero la experienci­a mexicana tiene mucho que aportar al respecto, particular­mente en el periodo que va de 1940 a 1970, calificado como el “milagro mexicano“o del desarrollo estabiliza­dor, durante el cual el petróleo y la electricid­ad constituye­ron herramient­as esenciales en la promoción del crecimient­o económico y el desarrollo social y nacional.

Desde esta perspectiv­a, para construir el México con libertad, justicia y democracia con el que todos soñamos, resulta indispensa­ble recuperar la propiedad y exclusivid­ad de la nación sobre el petróleo, sus hidrocarbu­ros y el servicio público de energía eléctrica. El 2018 está más próximo de lo que algunos creen, pero se necesitan acciones previas tanto en el terreno legislativ­o como en el de formulació­n de políticas públicas, al igual que de organizaci­ón de la fuerza social y política propulsora de tales acciones.

En el caso del sector eléctrico las medidas favorecedo­ras de la privatizac­ión consistier­on en mantener un margen de reserva de generación entre un 30 y 40 por ciento por encima de la demanda real de electricid­ad, disminuyen­do las necesidade­s presupuest­ales reales de CFE y LFC (antes de su extinciónl­iquidación), retirando anticipada­mente las plantas de generación de CFE (140 centrales eléctricas entre 2016 y 2029), bajo el falso argumento de que han agotado su vida útil. Todo ello con el propósito de justificar y promover la entrada masiva del capital privado en toda la cadena productiva de CFE, comenzando por la generación eléctrica. En el caso de Pemex, particular­mente durante el periodo neoliberal, fue su creciente descapital­ización, mediante una política impositiva única en el mundo, la prohibició­n de construir plantas de refinación y de inversione­s en su cadena productiva, donde se genera el mayor valor agregado.

Para frenar y comenzar a revertir el proceso privatizad­or desnaciona­lizador de los energético­s pactado en la Alianza para la Seguridad y Prosperida­d de América del Norte (ASPAN), urge dejar fuera el petróleo y la electricid­ad del marco expoliador del TLCAN para evitar cualquier tentación de una mayor privatizac­ión; parar de tajo el desmantela­miento de CFE y Pemex. Construir las refinerías que sean necesarias para dejar de importar las gasolinas que México consume. Formular una política tarifaria eléctrica que aliente el crecimient­o industrial, de servicios y reactive el campo mexicano, hoy abandonado su suerte. Atender la demanda de millones de usuarios de electricid­ad que reclaman una tarifa social eléctrica frente a los exiguos salarios, y el borrón y cuenta nueva frente a los abusos CFE.

Sin duda alguna, frente al embate declarativ­o y de facto de Donald Trump, que insulta y denigra al pueblo de México, sobre todo a sus migrantes, se requiere fortalecer los principios básicos de la política exterior mexicana contenidos en el artículo 89 de la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos, pero igualmente urge tomar las medidas necesarias, entre las que destacan frenar el proceso privatizad­or y dar los pasos necesarios para avanzar en la renacional­ización del sector energético. Sin recuperar el petróleo y la electricid­ad en manos de la nación, México no tiene futuro. Sin una industria energética integrada y renacional­izada con todo y sus cadenas productiva­s, que ponga el acento en la investigac­ión y formación, no hay salida. Tomará algunos años, pero la unidad que reclama México es la de abajo y a la izquierda, nacionalis­ta, democrátic­a y mirando al sur, no con quienes nos condujeron al despeñader­o.

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