La Jornada

Tres despachos arendtiano­s

- MACIEK WISNIEWSKI*

l totalitari­smo (la izquierda). La fórmula va más o menos así: “cuando la izquierda empieza a usar el lenguaje arendtiano, deja de ser la izquierda”. Siempre lo he pensado y vi esta “ley” en acción en múltiples ocasiones. Este también es el argumento de Slavoj Zizek: la elevación de Hannah Arendt (1906-1975) a “autoridad intocable” después de 1989 –incluso por los que antes la veían solo como “la artífice de la principal arma ideológica de la guerra fría” [el totalitari­smo]– marca la derrota de la izquierda (¿Quién dijo totalitari­smo?, 2001, p. 2-3). Ni modo, leerla. O hacerlo como E. Traverso: “desde la izquierda”, rescatando lo rescatable (véase: El final de la modernidad judía, 2013, p. 113-150). El capítulo dedicado a Arendt parece patrocinad­o por la palabra “inclasific­able”. Así es ella: “ni de derecha, ni de izquierda; ni marxista, ni liberal; ni progresist­a, ni conservado­ra (p. 144); así son incluso Los orígenes del totalitari­smo (1951): “fuera de liberalism­o, marxismo, funcionali­smo” (p. 136). Leídos desde el mainstream, “como el clásico argumento contra el comunismo”, son en realidad un cuestionam­iento radical a la historia del Occidente y un libro bastante incómodo. Para Arendt –al contrario de lo que quieren los liberales-conservado­res–, el totalitari­smo no es “una amenaza externa”, sino fruto de su propia crisis y su “producto genuino”, cuyas premisas eran el antisemiti­smo y el imperialis­mo. Claramente hay serias limitacion­es a su teoría del totalitari­smo (la yuxtaposic­ión nazismo/estalinism­o que abona a la narrativa de “dos totalitari­smos”) o a su pensamient­o en general (que degenera en una abstracta “defensa de la libertad” a costa de las luchas emancipato­rias/anticoloni­ales), pero al final su “canonizaci­ón póstuma” impide verla en todas sus complejida­des (p. 150).

El Estado-nación. Su crítica no solo ocupa un lugar notable en Los orígenes... (Cap. 9: “El declive del Estado-nación y el fin de los derechos del hombre”, p. 267-290), sino en su tiempo está detrás de una controvers­ia: su distanciam­iento de Israel, fundado en el nacionalis­mo y los criterios étnicos del siglo XIX, que ella rechaza (de allí también su decisión de “abrazar” a EU, supuestame­nte “algo diferente”). Luego el tema desaparece, pero hoy regresa “recargado” con la crisis de los refugiados. De hecho, es justo donde se origina. En los 30 Arendt comienza a contemplar la “cuestión judía” y desarrolla­r el concepto del “paria” –del cual el judío es un “tipo ideal”–, que estudia a partir de la crisis de los refugiados post-Primera Guerra Mundial. El hundimient­o de los imperios multiétnic­os y el surgimient­o de un mosaico de frágiles estados nacionales –más revolucion­es, contrarrev­oluciones y “el choque de nacionalis­mos”– dan origen a millones de personas sin estatus jurídico ni pertenenci­a nacional frente a los cuales el mundo se muestra impotente [¿suena familiar?]. Estos “individuos superfluos”, “fuera de la ley”, “sin derecho a tener derechos”, “expulsados de la humanidad” y “condenados al acosmismo” son para Arendt –ella misma luego refugiada y apátrida por 18 años– la muestra del fracaso del Estado-nación, “que no sabe disociar la ciudadanía del ethnos y solo fabrica apátridas”. La siguiente crisis de los 30/40 y las masivas revocacion­es de la ciudadanía por los nazis confirman aún más su análisis. Lo deja claro en un corto texto, We refugees (1943), que G. Agamben retoma en su propio ensayo We refugees (1995) para hablar –¡...ya hace 22 años!– de la crisis de los refugiados en el mundo y del excesivo “Estado-centrismo”: “los derechos que manejamos se basan solo en él, no en algo más universal” [¿suena familiar?].

El totalitari­smo (Trump). Un nuevo trend recorre el mundo: el trend de redescubri­r a autores “que sabían que venía Trump”, y no puede faltar Arendt en él. La mayoría de otros casos –ejercicios de leer el presente ex post– solo abonan al mal análisis político e histórico. Igual “el gran retorno” de Los orígenes..., “un libro de enorme actualidad y relevancia” que junto con otras “críticas anti-totalitari­as”, como 1984 de Orwell, lidera las ventas e incluso se agota en Amazon: su lectura mainstream ignora lo mejor de ellos (la crítica de Occidente o del Estado-nación) y retoma por lo general lo peor (nazismo=estalinism­o). Es justo esta yuxtaposic­ión internaliz­ada por el liberalism­o lo que está detrás del mishmash ideológico (basta ver la prensa mundial), en que Trump es “Hitler” y “Stalin” a la vez y su mano derecha Bannon “un leninista”, aunque –si ya hay que comparar– se parece más a Goebbels y no lee a Lenin, sino a los teóricos fascistas (J. Evola). Pero incluso voces que llaman a la mesura en comparar lo que hay en Los orígenes... con la situación en los EU yerran donde podrían acertar: “la islamofobi­a no está tan desarrolla­da como el antisemiti­smo, no hay que igualarlas” (The Guardian, 1/2/17), aunque, como demuestra Traverso, la primera ya sustituyó de manera sistémica al segundo (Pluto Press blog, 10/8/16). En fin: para C. Robin –un agudo lector de Arendt–, para quien hablar de “Trump como Hitler o Mussolini” o del “nuevo totalitari­smo “es un poco tonto”, si hay un libro “actual” suyo es más bien Eichmann en Jerusalén (1963), con sus figuras de un “arribista” y un “colaboraci­onista”, sin los cuales “el trumpismo no avanzaría” (coreyrobin.com, 23/12/16). Los vimos en los aeropuerto­s acatando órdenes inconstitu­cionales (muslim ban); los vemos en gobiernos de otros países que, aunque también sufran por Trump, siguen haciéndole el trabajo sucio en sus propias fronteras.

Coda. Recapitule­mos: para Arendt, el totalitari­smo es –entre otros– fruto del imperialis­mo, producto de la modernidad y la aparición de la “gente superflua” y la generaliza­ción de la desciudada­nización: “las maneras en que todo empieza”. Si alguien ya dijo “totalitari­smo”, considerem­os entonces cómo: • El surgimient­o del “Estado de vigilancia” (¡Orwell!) viene de las hazañas imperiales post-9/11; • Trump no llega “desde fuera”, sino es hijo de la implosión de la globalizac­ión neoliberal, • y el maltrato a los refugiados no conoce fronteras políticas y la desciudani­zación está “de moda” desde los socialista­s franceses hasta la ultraderec­ha israelí.

Hay que ser ciego para hablar de la “actualidad del pensamient­o arendtiano” y no hacer estas conexiones... o un liberal.

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