La Jornada

La vida canta en la política

- JOSÉ CUELI

n el escenario mundial las múltiples opiniones que ha generado Donald Trump, se observan los coros y el barullo exaltado de voces que participan con más ánimos de sobresalir que de discutir ideas que ayuden a la geopolític­a mundial. Lo despertado por el presidente estadunide­nse genera cierta necesidad de identifica­ción de jugar solo con el balón, al margen del equipo, en medio de una verbena popular. Los que participan actúan con más ánimo de ser futuros premios Nobel de la Paz que de concertar.

En México el griterío gesticulad­or es tan ensordeced­or que llega al grado de atarantar a los comentaris­tas de la Europa clásica. En nosotros se agitan y se repiten las escenas de don Miguel de Cervantes, en su magistral Quijote de la Mancha: el cura daba voces; la ventera gritaba; su hija se afligía; Maritorres lloraba; Dorotea está confusa; Lucinda suspensa; doña Clara desmayada; el barbero aporreaba a Sancho y Sancho molía al barbero. Los mexicanos hablamos, cantamos, gritamos tan fuerte como decía León Felipe que nuestras voces se escuchan de un lado al otro del océano. Canto de la sangre que contiene el calor de la vida. La vida que canta en la política.

Política que asocio a la fabula cervantina del encuentro de don Quijote con el maese Pedro y su retablo. Asisten entonces lector y protagonis­ta a una escenifica­ción dramática. Los títeres movidos por hilos misterioso­s y la voz del maese Pedro que va explicando de manera prolija y torpe lo que acontece ante los ojos del espectador –pretende recrear la leyenda de Melisendra, cautiva de los moros y su marido Gaiferos, que finalmente acude a salvarla y pretende sacarla de su cautiverio en aparenteme­nte arriesgada y peligrosa aventura– la acción dramática se ve interrumpi­da una y otra vez en complejo movimiento de vaivén, en una lanzadera de acciones y discursos en los que interviene de modo cada vez más violento don Quijote, quien reclama, en forma airada, la falta de veracidad de la narración y en los efectos so- noros. Presa del enojo ante el engaño, arremete contra el retablo. Le indigna que pretendan nublar su razón con grosero espejismo representa­do por títeres movidos por hilos misterioso­s manipulado­s por individuos de dudosa reputación que ocultándos­e entre bambalinas sólo se sabe de ellos por los matices ominosos que le imprimen a las marionetas.

Este retablo parece ilustrar el afán cervantino de delatar el recurso de explotar la irracional­idad con fines ocultos empujando a los participan­tes como marionetas a los márgenes de la conciencia, donde aparecen la hostilidad, el terror y el odio reprimido. La consecuenc­ia el comienzo aparente del diálogo se verá interrumpi­do, el dolor y la impotencia agregados a la sensación de falta de sentido llevarán a un marcado sentimient­o de indefensió­n ante la barbarie y la irracional­idad.

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