La Jornada

Cuando do mayor es mucho más que do

- ALEXANDRA COGHLAN

Cuando Artur Schnabel dijo que las sonatas para piano de Mozart eran ‘‘demasiado fáciles para niños y demasiado difíciles para adultos”, hablaba de simplicida­d. Se requiere tanto humildad como destreza para acometer esas obras ingenuas, y no hay muchas más cándidas que la Sonata en do mayor K545, con su pureza de notas blancas y su encanto de cajita de música.

Es una inteligent­e elección para abrir un concierto. Antes de llegar a la primera repetición, Mitsuko Uchida había retirado limpiament­e el tapete debajo del concepto de recital de virtuoso, argumentan­do, con el elegante fraseo de cada escala y la inmaculada cadencia, que el verdadero talento está en la contención.

Pero, una vez demostrado esto, Uchida se compadeció y nos regaló una hora de Schumann (Kreisleria­na y la Fantasía en do mayor) que combinó la misma humildad técnica con una nueva descarga emocional. El Schumann de Uchida es delicado y lleno de gracia, que alcanza su punto culminante durante momentos de sencilla belleza: la coda semejante a un coral de Ser Rasch, de Kreisleria­na, o la gentil bocanada de aire que abre el Sehr Iangsam. Las partes heroicas eran menos pronunciad­as, aunque sopesadas con cuidado y controlada­s en el resplandec­iente movimiento central de la Fantasía: densas nubes negras de tormen- ta pintadas con precisión en la apertura.

Comenzar y terminar un recital en do mayor es un regreso a los principios, a la primera escala que cualquier principian­te comienza a tocar con tanto trabajo. En las manos de Uchida esa simplicida­d es transfigur­ada: ya no es una clave de notas blancas, sino algo rico, familiar, pero a la vez infinita y maravillos­amente extraño. © THE INDEPENDEN­T TRADUCCIÓN: JORGE ANAYA

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Mitsuko Uchida y su piano en el booklet de uno de los discos de la ejecutante japonesa

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