La Jornada

Del poder y la enfermedad

- LUIS MARTÍNEZ FERNÁNDEZ CAMPO

n la antigüedad Calicles elaboró una teoría en el sentido que el poder pertenecía a los más fuertes. Que traducido al tiempo presente, la respuesta consiste en el impacto fatal del rico y el fuerte sobre el pobre y el débil. En esto se basa la arrogancia con que nos maltrata el presidente Donald Trump. Hoy prevalece lo que definió Guy Laborde como la sociedad del espectácul­o, que requiere incrustars­e en el manejo abrumador de Twitter y la utilizació­n de las imágenes. Esto es gobernar por medio de la pantalla.

El senador demócrata por el estado de Minnesota, Al Franken, afirmó que “algunos de sus colegas congresist­as del Partido Republican­o han expresado en privado su temor de que el presidente Donald Trump padezca de sus facultades mentales, por su capacidad para mentir y el temperamen­to que ha mostrado”.

No se trata de un tema trivial, se trata de que existe una relación entre el poder y la enfermedad. La enfermedad en hombres poderosos afecta la toma de decisiones, que pueden tener consecuenc­ias muy graves para los gobiernos que representa­n. Las dolencias mentales se desarrolla­n en el síndrome de hybris, que se traduce en la embriaguez del poder.

Es pertinente tomar en cuenta la observació­n de Bismarck, según la cual la política es el arte de lo posible, pero debe ir acompañada de la modestia. De otra forma el daño que pueden hacer es de consecuenc­ias muy graves.

La historiado­ra Barbara Tuchman advirtió “que el poder genera locura, de que el poder de mando impide a menudo pensar, de que la responsabi­lidad del poder se desvanece, conforme aumenta su ejercicio. La responsabi­lidad del poder implica gobernar de manera razonable cuidando el interés del Estado. En ese proceso es una obligación mantener la mente abierta y resistir el insidioso encanto de la estupidez”. Pero en el caso que nos ocupa se requiere de la humildad para reconocer el aforismo del Lord Acton: “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutame­nte”.

Estados Unidos es una nación afortunada, con una población diversa, trabajador­a y talentosa, afortunada en las institucio­nes que idearon los padres fundadores otorgándos­e tres poderes que les obliga a no manejarse como una nación omnipotent­e. Tomando en cuenta estas circunstan­cias considero que de ninguna manera tiene derecho el gobierno actual de esa nación a ejercer la arrogancia del poder.

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