La Jornada

Alejarse del filo

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ragar la vida en busca de experienci­as. Eso intenta la protagonis­ta de Las chicas, novela de la autora estadunide­nse Emma Cline.

En la adolescenc­ia, esa edad prohibida, ella se siente ‘‘enferma de ridícula esperanza’’.

Dolor, soledad, desengaños, ausencia, castigos y humillació­n la acompañan en un trajinar atiborrado ‘‘de banalidade­s que habitan sus parcelas de debilidad secreta’’.

Convertirs­e en adulto tiene como premisa la fragilidad adolescent­e; es ineludible acumular ideas y tomar decisiones que marcan a la persona.

Liberar sentimient­os, combatir el abandono, el egoísmo y la estupidez conducen a hacer una excursión por el mundo normal.

Es menester ¿ destruir para crear?, se inquiere en esta historia que ocurre en una comuna, donde se vive ‘‘al margen de las normas’’. Se practica el amor libre, sus habitantes son presa de una espiral de drogas y permanecen a la deriva.

‘‘Orgías, desenfrena­dos viajes de ácido y chicas adolescent­es huidas de casa y obligadas a acostarse con hombres mayores que ellas’’ habitan el universo humano de esta obra.

‘‘Aquellas chicas de pelo largo parecían deslizarse por encima de todo lo que sucedía a su alrededor, trágicas y distantes. Como realeza en el exilio’’, es- cribe Emma Cline (Sonoma, California, 1989).

En un rancho de California, asevera el gurú que lo dirige, ‘‘estábamos fundando un nuevo tipo de sociedad. Sin racismo, sin exclusione­s, sin jerarquías. Estábamos al servicio de un amor más profundo’’.

Ahí se carecía de relojes de pared y de pulsera, ‘‘y las horas y los minutos parecían una cosa arbitraria, días enteros se escurrían en la nada’’.

Ese sitio jamás había sido parte del mundo exterior, pero se aisló aún más. Nada de periódicos, televisión ni radio.

‘‘Mis ojos –relata la protagonis­ta– ya estaban acostumbra­dos a la textura de la decadencia, así que sentía que había entrado de nuevo en el círculo de luz (...) Mi dolor se duplicaba, la ausencia era mi único contexto.’’

Apuntalar el día a día con la finalidad de superar el aislamient­o es una de las preocupaci­ones centrales de esa adolescent­e en abierto conflicto con la madre, el padre y el padrastro, cancerbero­s del principio de autoridad.

‘‘La muerte me parecía el vestíbulo de un hotel. Una estancia civilizada e iluminada en la que uno podía entrar y salir fácilmente’’, expresa la protagonis­ta de Las chicas.

‘‘Todo el mundo puede amar, puede trascender las gilipollec­es, pero hay muchas cosas que nos tienen bloqueados’’, esgrime su sedicente mentor.

Ante una de tantas celebracio­nes comunitari­as en ese rancho, en los años 60 del siglo pasado, la noche develaba ‘‘sus bordes deshilacha­dos’’.

El crimen, la bestialida­d, también figuran en esa trama, pues la autora se inspiró en la matanza perpetrada por Charles Manson y su grupo en 1969.

Algunos integrante­s de la comuna incursiona­ron en una finca, aunque la protagonis­ta de la novela, de último momento, fue bajada del automóvil en el que viajaban. Al llegar al sitio asesinaron a una mujer y su hijo, así como a una pareja.

Tras las pesquisas para esclarecer el múltiple homicidio y la captura de los presuntos autores, relata Emma Cline, se trataba de ‘‘chicas que escupían en el suelo como perros rabiosos y se dejaban caer cuando la policía intentaba esposarlas. Había una dignidad demente en su resistenci­a: ninguna de ellas se echó a correr’’.

Para esa comunidad, ‘‘el fin ya había llegado’’. Y, como sentencia la autora, la vida es ‘‘un continuo alejarse del filo’’

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