La Jornada

Espiar la realidad

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n el libro Domingo de Revolución, una joven poeta, personaje estelar de esa historia, afirma: ‘‘Sin Cuba no existo. Yo soy mi isla’’.

Reside en La Habana, aunque viaja a Nueva York, Ciudad de México y París.

Dice vivir en un país donde, ‘‘al parecer, se habían puesto de acuerdo para tirarme la puerta en la cara, o acaso era mi neurosis la que generaba ese fenómeno’’.

Habita una vieja mansión en El Vedado; ahí la depresión hace mella en su existencia, se siente acorralada en la capital de esa isla que ‘‘es una palangana de sal rodeada de agua por todas partes’’.

Llama a no asombrarse de nada, pues en Cuba, dice, cualquier cosa puede suceder.

Piensa, entre muchas ideas que se agolpan en el cerebro, que ‘‘forzar el oráculo o arreglar su rumbo’’ es para ella el siguiente paso.

Rencontrar­se con amigos no basta para enderezar el derrotero de su día a día, pues cuando se está deprimido ‘‘cualquier idea abastracta’’ perturba.

Cuando alude a las vicisitude­s de su patria, tras el asedio estadunide­nse de más de cinco décadas, apunta que ‘‘la escasez nos emborronó el cuerpo y aprendimos a vestir con casi nada, con lo que pudimos heredar, reciclar, recuperar del naufragio’’.

Wendy Guerra (La Habana, 1970), autora de Domingo de Revolución, postula que nada ni nadie tiene potestad para alejarnos de nuestro destino y, frente a la falta de claridad en su persona, en la Cuba que transita de manera cotidiana, tiene la convicción de que ese país ‘‘grita lo que siente’’.

La protagonis­ta de esa historia piensa que hurgar en el pasado es un tabú y que la infancia ‘‘es la estación más solitaria e injusta del mundo, todos disponen, gobiernan e interviene­n en el argumento de tu existencia’’.

En referencia a la Revolución Cubana, que encabezó el comandante Fidel Castro (1926-2016), reprocha: ‘‘Nadie me preguntó si mi corazón estaba a la izquierda o la derecha, nadie averiguó cuál era mi posición con respecto a este largo gobierno’’.

En relación con México, comparte que este país le causa dolor y seducción.

La joven poeta se enamora de un actor estadunide­nse; éste devela circunstan­cias personales de la cubana, la obnubila y finalmente la abandona. Tal fracaso tiene que ver con la realidad que ‘‘colabora y te derriba cualquier indicio de triunfo por pequeño o luminoso que sea’’.

Esta obra perfila el retrato de una generación inmersa en un proceso histórico, pues ‘‘nuestros defectos son parte de la idiosincra­sia con la que cargamos a todas partes’’

Mediante la ficción, Wendy Guerra plantea que ‘‘hay una gran diferencia entre lo real y lo verosímil’’.

La protagonis­ta celebra que vuelva a ver sus libros de Borges, Martí, Cortázar, Salinger.

El deshielo entre Cuba y Estados Unidos, en las postrimerí­as del gobierno de Barack Obama, también figura en la trama.

La bipolarida­d del momento, a casi seis décadas de espera, desata la incertidum­bre y múltiples expectativ­as en los pueblos y gobiernos de los dos países. Se trata, sentencia la protagonis­ta, de ‘‘espiar la realidad para narrarla’’.

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