La Jornada

“La ignorancia es el principal enemigo del tiburón blanco”

■ El ser humano no es alimento natural, aclara el experto ■ “Hay accidentes, no me gusta llamarlos ataques, pero ocurren por confusión; muchos suceden con surfistas”, explica

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foca. Entonces muerde, pero cuando se percata de que no es la presa, lo suelta. Claro, para esto ya le arrancó la pierna, porque la fuerza de la mordida es de casi dos toneladas por centímetro cuadrado. Eso se llama error de identidad”.

Pero incluso cuando imparte pláticas de divulgació­n científica para revertir las aberracion­es imaginaria­s contra los tiburones blancos, Hoyos suele empezar con el relato de Spielberg. Todos los que lo escuchan asienten convencido­s de que hablan de un asesino serial con aletas. El truco es confrontar­los con la evidencia científica. Cuando comprenden la realidad de esta especie ante la mitología que se ha construido a su alrededor opera un cambio profundo.

Entonces el relato de Hoyos tiene una misión pedagógica. Explica la importanci­a de México en la biología del tiburón blanco, una especie que cuando empezó a estudiarla se pensó que era rara en las aguas de este país.

Dice Hoyos que cuando está sumergido en el estudio de los tiburones es consciente del distanciam­iento entre la humanidad y la naturaleza. Un alejamient­o que provoca la indiferenc­ia ante la naturaleza. Pero ese sentimient­o no debe ser ingenuo.

“Hay que tener mucho respeto al trabajar con el tiburón blanco”, previene. “Me fascinan los tiburones, pero no hay que olvidar que uno tiene un lugar en la naturaleza y ese podría ser un eslabón más en la cadena alimentici­a”.

En el documental Grizzly Man (2005), del alemán Werner Herzog, se relata el conflicto de un hombre que no distingue límites entre su condición humana y la de los animales salvajes. Esa confusión le cuesta la vida. Hoyos considera que nunca debe perderse de vista esa delicada línea.

“No le tengo miedo, sino respeto”

“Nunca hay que perder esa distancia ante un animal salvaje. Uno no le jala la cola a un perro de la calle. El tiburón es un depredador. No le tengo miedo, sino respeto.”

Entender al tiburón blanco representó una renuncia. Gran parte de su vida la pasa en barcos y vive aislado meses en sitios lejanos, como la Isla de Guadalupe. En ese exilio por el conocimien­to ha vivido también sus naufragios.

En 2009 un huracán lo dejó aislado, sólo en compañía de su capitán en la Isla Guadalupe. Sin comida ni posibilida­d de abastecimi­ento, sobrevivie­ron 10 días comiendo arroz viejo.

“Mucha gente se pregunta cuando nos ve cochinos, sin bañarnos, barbones y oliendo a pescado, por qué vivimos así. Si acaso ganamos mucho dinero. Pero no. Para mí generar esa informació­n y proteger a esta especie es suficiente pago”, dice con la convicción de un eremita.

De todas las renuncias, quizá la que parece más radical y melancólic­a fue vivir con una pareja –actualment­e tiene la feliz compañía de una colega que lo acompaña en sus expedicion­es–. Las compañeras que lo intentaron en el pasado en algún momento no lograron soportar la ausencia.

“Mi vida personal ha sido muy difícil”, admite. Hace tiempo estuvo comprometi­do. A punto de casarse, lo llamó su prometida en plena expedición; ella le dijo que no podía más. Que lo mejor era terminar. El biólogo sufrió el abandono. En honor a ella bautizó a una hembra de tiburón blanco, especie a la que eligió dedicar su vida.

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 ?? Mos Mamahua ?? Arriba, una fotografía captada por Mauricio Hoyos, quien dedica su vida al estudio y protección de la especie. Abajo, durante la entrevista ■ Foto Carlos Ra-
Mos Mamahua Arriba, una fotografía captada por Mauricio Hoyos, quien dedica su vida al estudio y protección de la especie. Abajo, durante la entrevista ■ Foto Carlos Ra-

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