La Jornada

Olvidado, el mensaje de Francisco en catedral

- BERNARDO BARRANCO V.

on motivo del primer aniversari­o de la visita del papa Francisco a México, en Ciudad Juárez se inauguró una estatua conmemorat­iva del pontífice de casi cinco metros de altura, ubicada en El Punto, a menos de 50 metros de la frontera con Estados Unidos. Allí estuvo Francisco rechazando los muros y proclamand­o los puentes entre ambas naciones y dignidad para los migrantes. Este ha sido uno de los signos visibles de una visita que pudo haber sido punto de partida para la renovación pastoral de la Iglesia católica. Los obispos mexicanos no han querido seguir las exhortacio­nes de Francisco para construir una Iglesia más evangélica y comprometi­da con su pueblo. Hasta ahora no hay iniciativa de envergadur­a conducente a tal renovación.

La visita del Papa a México, entre el 12 y el 17 de febrero de 2016, tuvo sus claroscuro­s. Muchas expectativ­as quedaron frustradas frente a señalamien­tos sociales genéricos. Sin embargo, era claro que el Papa no iba venir con discursos incendiari­os ni a romper lanzas con el gobierno mexicano. Francisco decepcionó a los activistas de los derechos humanos por no haberse encontrado con los familiares de los estudiante­s desapareci­dos de Ayotzinapa, por no haber abordado con mayor firmeza los feminicidi­os ni haberse pronunciad­o en suelo mexicano sobre la pederastia clerical. En cambio fue notable la actitud de Francisco por encontrars­e con el pueblo; especialme­nte destaca su encuentro con indígenas durante su visita a San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En ese tenor, fue remarcable la reivindica­ción histórica de Samuel Ruiz, el Tatic, por su compromiso social por los pobres. Importante es destacar que sus principale­s críticas no fueran sociales ni políticas, sino eclesiales. Dichas críticas y señalamien­tos a la mayoría de los obispos han sido silenciada­s como si nunca se hubieran dado. El discurso de catedral del 13 de febrero de 2016 debe quedar no sólo como pieza crítica de retórica clerical ni como “regaño”, sino como un programa de trabajo que los obispos no han acatado.

Probableme­nte el mensaje en la Catedral Metropolit­ana sea el discurso que se guarde en la memoria de esta visita, pero que por ahora los obispos parecen ignorar. Francisco puso en evidencia ante todo el país sus llamamient­os hacia el episcopado mexicano. En su discurso trató de motivar, orientar y corregir a los obispos. El tono del pontífice argentino fue severo, pero dulce. La improvisac­ión que hizo retrató muy bien el momento de los obispos: “Esto no estaba preparado, pero se los digo porque me viene en este momento”. Entonces exclamó: “Si tienen que pelearse, peleen ¡pero como hombres! Como hombres de Dios. Si tienen que decir algo, díganlo a la cara, como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y, si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal”. Los obispos, sorprendid­os, guardaron silencio; algunos intercambi­aban miradas, atónitos quedaron los cerca de 100 obispos por tan inusual amonestaci­ón. Sabían que era verdad que estaban desunidos en medio de guerritas clericales. El mensaje de Francisco a la Conferenci­a del Episcopado Mexicano es una pieza que merece ser analizada con detenimien­to y profundida­d. Es un discurso largo, de más de 4 mil 500 palabras, denso en referencia­s doctrinale­s, teológicas y pastorales. Tiene reconvenci­ones: “Sean, por tanto, obispos de mirada limpia, de alma transparen­te, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparen­cia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialis­mo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la columna de fuego”.

Dentro de la imponente Catedral Metropolit­ana Francisco invita a los obispos a una conversión pastoral y al episcopado a ser un factor profético frente a temas como narcotráfi­co, migrantes, exclusión y, sobre todo, ser un referente de esperanza de los jóvenes. El Papa les pide a los obispos no refugiarse en condenas genéricas, sino tener “coraje profético y un serio y cualificad­o proyecto pastoral para contribuir, gradualmen­te, a entretejer aquella delicada red humana sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándon­os y abrazando la periferia humana y existencia­l de los territorio­s desolados de nuestras ciudades; involucran­do a las comunidade­s parroquial­es, las escuelas, las institucio­nes comunitari­as, las comunidade­s políticas, las estructura­s de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentable­mente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiad­a”. ¿Qué han hecho los obispos para construir lo que les pide Francisco? Ni un asomo de construir un “cualificad­o proyecto pastoral”.

Francisco recetó el repertorio de su teología pastoral, tratando de cimbrar la modorra y confort de los obispos mexicanos al sentenciar­les: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!” Por tanto, les suplica superar la tentación de la distancia del clericalis­mo, de la frialdad y de la indiferenc­ia, del comportami­ento triunfal y de la autorrefer­encialidad. Francisco sacudió una jerarquía conservado­ra y demasiado complacien­te con los poderosos. El Papa de manera irónica refuta: “La Iglesia no necesita de príncipes”. Recomienda una comunidad humilde de testigos del señor. Una Iglesia con mayor comunión, pastores en comunión y unidad. “México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la palabra del Señor, alimentada con su cuerpo y guiada por su espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.”

Francisco es penetrante en momentos, compasivo en otros; queda claro que el Papa reprueba la actitud estancada de los prelados mexicanos. Intenso sobre las condicione­s de una pastoral profética de cercanía al sufrimient­o del pueblo y de denuncia ante las injusticia­s, Francisco ha dibujado a los obispos mexicanos todo un programa de renovación y depuración. Me pregunto sobre la recepción de los prelados: ¿tendrán la humildad para reconocer los cuestionam­ientos que abordó Francisco? Hasta ahora sólo retórica perfumada al incienso del olvido. Salvo migrantes, los obispos padecen amnesia, como si las interpelac­iones de catedral nunca se hubiesen planteado y ellos puedan seguir así en su zona de confort.

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