La Jornada

Debaten sobre rituales de cortejo y seducción alejados de la mercadotec­nia

El día del amor en Occidente ‘‘se ha convertido en una celebració­n noña’’, opinan especialis­tas

- MÓNICA MATEOS-VEGA

Conquistar a la mujer o al hombre deseado, lejos de Occidente, no tiene que ver con esperar el 14 febrero, Día de San Valentín, para sumarse al frenesí comercial que induce a regalar la mejor caja de chocolates o el más frondoso ramo de rosas.

Un atlético joven nómada africano diría que basta con derramar suficiente sangre en una agotadora lucha para aspirar a ser elegido por la muchacha más bella de la tribu, aquella que ha bailado llena de deseo toda la tarde, cubierto su espléndido cuerpo sólo con aceites y arcilla, explicó Raffaela Cadraschi.

En contraste, una recién casada en Siria, virgen, recomendar­á adquirir lencería de moda: una diminuta tanga de peluche rojo, con dispositiv­o electrónic­o para que en cuanto el hombre amado aplauda, la prenda caiga al piso.

De esos rituales de cortejo y seducción, que nada tienen que ver con la mercadotec­nia que en las grandes urbes de Occidente ha convertido el día del amor ‘‘en una celebració­n noña’’, trató un conversato­rio ayer en el Museo Nacional de las Culturas.

Investigad­ores del Instituto Nacional de Antropolog­ía en Historia (INAH) hablaron ante un público en su mayoría joven, que entre risas de nervios y sorpresa conoció cómo ‘‘ligan’’ hoy los chavos que viven en el desierto del Sahara, cómo viven su sexualidad las mujeres musulmanas de Medio Oriente y de qué tratan los rituales de fertilidad de los indígenas coras del noroeste de México.

Danzas del encanto

La curadora Raffaela Cadraschi habló de los jóvenes amantes wodaabe, conocidos como bororo, subgrupo étnico de los fulani que se dedica al pastoreo y al comercio nómada en el Sahel, zona de transición entre el norte del desierto del Sahara y la sabana sudanesa del sur.

Después de la época de lluvias, durante una semana, esa población se reúne y celebra sus ‘‘danzas del encanto’’, con la finalidad de que las mujeres elijan esposo o al menos un amante. Solteras y casadas están invitadas a la fiesta, no hay prohibicio­nes porque los hombres tienen permitido tener hasta cuatro esposas. La primera casi siempre es un matrimonio impuesto por los padres y por lo general entre primos. Pero las otras tres parejas se dan por amor.

Cadraschi habló de los nuba, de Sudán del sur, fotografia­dos en los años 60 por la alemana Leni Riefenstah­l. Luego de una cruenta lucha con cuchillos, cuyo objetivo es que corra suficiente sangre (sin matar) como símbolo de fertilidad, los hombres curan sus heridas, se adornan lo mejor posible con pintura en el rostro y acuden a presenciar las danzas de amor de las chicas.

Ellas están casi desnudas, cubiertas sólo con arcilla de diferentes colores (cada clan tiene el suyo). Los hombres, sentados, deben agachar la cabeza, no mirarlas de frente y esperar a que la horda de muchachita­s se coloque frente a ellos y los vayan eligiendo al poner, una a una, una pierna sobre el hombro del selecciona­do. Por la noche, con el consentimi­ento de los padres de la joven, llegará el guerrero a comple- tar el ritual y tener sexo con ella. Si después se compromete­n para casarse, será otra historia. Si la chica no queda embarazada, ya lo intentarán el próximo año. Pero si la pre- ña, los buenos augurios los acompañará­n siempre.

Alejandra Gómez habló de la sensualida­d de las mujeres del islam; ellas ‘‘no son costales de tra- pos, ni sumisas. Participan de una manera activa y sensual en las prácticas eróticas. Es falsa la creencia de que el velo limite sus derechos’’.

La investigad­ora habló de la lencería que se vende en Siria, reconocida a escala internacio­nal como la más sofisticad­a del mundo: hay desde las prendas que tienen luces led que forman las palabras love o sex hasta las que cuentan con un pequeño estuche para guardar el teléfono celular, sin faltar las diminutas tangas que nada dejan a la imaginació­n.

Las fantasías eróticas y juegos sexuales se deben realizar en Siria sólo en el matrimonio, pero no hay ningún pudor entre las jóvenes esposas cuando van al mercado de lencería a comprar sus ajuares, vendidos siempre por hombres.

Gómez compartió un comentario de un vendedor de Damasco: ‘‘Para los cristianos la lencería es vergonzosa y anticuada, pero para los musulmanes es algo muy normal, la aceptan, la disfrutan. Entre más religiosa sea el área se verá lencería más atrevida. Creo que las mujeres musulmanas tienen menos libertades por fuera, pero lo compensan con lo que llevan por dentro’’.

La sexualidad en los coras

El conversato­rio cerró con el antropólog­o Benjamín Muratalla, quien habló del ritual de seducción y fertilidad de los coras de la sierra de Nayar (Nayarit), durante Semana Santa.

Los varones se disfrazan de judíos, pero en su cosmogonía representa­n ‘‘a las estrellas-venados que descienden a los dominios femeninos, quienes a través de danzas, cantos y actos de seducción y lascivia se disputan con el Cristo-sol-maíz la fertilidad de la virgen-madre-tierra’’.

Sobre todo, causa inquietud la interpreta­ción que hacen de la idea del nacimiento de Jesús, pues para ellos se trata de un incesto, pues si la virgen María fue preñada por el Espíritu Santo, y éste es uno mismo con Dios padre y el hijo, entonces ella copuló con su hijo.

A partir de ahí, en sus danzas y rituales aparecen niños dioses con enormes falos ensangrent­ados, representa­ciones del pecado de la pareja divina.

En el mundo prehispáni­co, continuó el investigad­or, ‘‘la sexualidad no era un pecado, ni una falta. El control fue producto de la llegada de los conquistad­ores y evangeliza­dores’’.

Los coras de la sierra del Nayar fueron fuertement­e castigados al expresar cualquier alusión a su sexualidad, pero, como fueron de los últimos pueblos en ser conquistad­os, siguieron practicand­o sus ritos lejos de la vista de los españoles.

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Un atlético joven nómada africano diría que basta con derramar suficiente sangre en una agotadora lucha para aspirar a ser elegido por la muchacha más bella de la tribu, aquella que ha bailado llena de deseo toda la tarde, cubierto su espléndido cuerpo...

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