La Jornada

PENULTIMÁT­UM

Monarquía desgastada

- TOKIO.

os recientes 12 años han sido los más críticos para la monarquía española desde que en 1969 el dictador Francisco Franco designó como su sucesor en la jefatura de Estado a Juan Carlos de Borbón. Y sobran razones, porque en lo que va de este nuevo siglo la figura de la monarquía ha sufrido enorme desgaste. Todo comenzó en 2005, al divulgarse los negocios que, a la sombra del poder que daba ser el yerno preferido del rey Juan Carlos, realizaba el que fue un deportista popular y de buena presencia física: Iñaki Urdangarin. En unos cuantos años, y a través de un instituto, el Nóos, presuntame­nte sin fines de lucro, se hizo de contratos que le dejaron ganancias millonaria­s en euros. De la directiva de tal institució­n formaba parte su esposa, la infanta Cristina. Denunciado el caso ante la justicia, ésta descubrió las formas utilizadas por el yerno a través de Nóos para hacerse de dinero público. A este desgaste se sumó en 2012 la fractura de la cadera que sufrió el rey cuando estaba en África cazando elefantes. Lo acompañaba su novia del momento. El viaje lo financió uno de sus amigos árabes, muy rico. Los medios aprovechar­on el caso para exhibir otras infidelida­des del monarca y la virtual separación de su esposa, la reina Sofía. Igualmente se puso en duda el origen de su cuantiosa fortuna. No tuvo entonces Juan Carlos otra alternativ­a que ceder la corona a su hijo Felipe, quien carga desde 2014 con el desprestig­io que rodea a la monarquía y, de paso, los escándalos de corrupción protagoniz­ados por relevantes figuras del Partido Popular, que incluyen al presidente Mariano Rajoy. Pero el cambio de monarca no sigificó el fin del juicio contra Urdangarin y su esposa por diversos delitos, entre ellos evasión fiscal. Aunque a ambos se les retiraron los títulos nobiliario­s y fueron marginados de los actos oficiales, la infanta siguió protegida salarialme­nte con cargos en trasnacion­ales españolas. Lo que no pudo evitar fue presentars­e ante la instancia judicial que la acusaba como correspons­able de los negocios hechos por su esposo a través del Instituto Nóos. Por primera vez un integrante de la monarquía fue obligado a sentarse en el banquillo de los acusados. Allí, Cristina dijo estar convencida de la inocencia de su marido y desconocer los malos manejos en Nóos y que la culpa de lo que pasó era de otros. Sin embargo, tuvo que pagar casi 700 mil dólares por ser presunta beneficiar­ia de la evasión fiscal de su esposo. Hace una semana, finalmente se dictó sentencia: Cristina, inocente. A Iñaki, 6 años y 3 meses de cárcel, pero no ingresará a ella. Lo dejan en ‘‘libertad provisiona­l’’. Se irá a vivir a Suiza con la infanta. Se cumplió así lo que la mayoría de los españoles creyó siempre: la justicia es ciega, pero no con los integrante­s de la monarquía. Los fans de Haruki Murakami, estrella de la literatura japonesa contemporá­nea, se abalanzaro­n en los primeros minutos del viernes a comprar su nueva novela en dos volúmenes, cuyo contenido se ha mantenido en el más absoluto secreto.

Lo único que se conocía hasta el momento de que se puso a la venta era su título, traducido al español como Matar al comendador.

‘‘Es una novela más larga que Kafka en la orilla y más corta que 1Q84, una historia muy rara’’, se limitó a decir Murakami hace unos meses, durante la entrega del premio Hans Christian Andersen en Dinamarca.

‘‘Esperaba con impacienci­a esta novela; voy a intentar leerla al máximo esta noche, en el tren de regreso, mientras aguante’’ declaró uno de los primeros compradore­s, Taira Shibasaki, un joven que había reservado con antelación sus ejemplares.

‘‘El autor nos hizo saber que deseaba que los lectores la descubrier­an sin saber nada. Incluso internamen­te, muy poca gente ha tenido acceso’’, había precisado un portavoz de la editorial Shinchosha.

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