La Jornada

El cucaracho enamorado de la mariposa

- JOSÉ CUELI

l caballero águila suspendido en el aire imaginaba el encuentro con la princesa Malinalxóc­hitl – así como el cucaracho lorquiano enloquecía de amor por la mariposa de colores–, en la zona malinalca, capital del triángulo mágico Xochicalco, Tepozteco y Malinalco, cerco de la muralla de sus pedregales – no muros, murallas–, temblores de sangre que se mecen en la brisa que anuncia la primavera.

Rumbo de guitarras rancheras, cortinas de viento, frágiles ramas levanta techos de terciopelo. Temblores sostenidos por la estirpe de las caderas, mariposas de arenas movedizas. Calma chicha, presagio de tormentoso futuro.

Espera que asiente la sangre caliente; vibra que es sexualidad, que nace en las cuerdas de la guitarra y necesita de los dedos enciendefu­ego, en vuelos de la canción; el ay, ay, ay que lleva por los caminos del tocar hondo y profundo.

Tocar de cuerdas por caminos desconocid­os, rompen rejas de cárceles y reglas de renglones de los verbos, vuelven el ensayo soneto, el discurso canto, y el verso vivencia ligada a la prosa silenciosa. Ritmo de calles lóbregas y oscuras, dolorosas y siniestras.

Porque las morenas, en la cultura pedregosa, tienen tocar moroso, acariciar de cuatro versos, donde el azar juega un tiempo y espacio que antecede al lenguaje.

Gesticulac­ión, tocar preverbal, encuentro de sangres y latires; acoplamien­to de pieles, suavidad de juegos y bálsamos, que se deslizan por las vías y avenidas del cuerpo, contrapunt­o de lo que sucede en Occidente y diferencia de ritmos, sones y voces.

Guitarra y mujer, de cuerdas finas y delicadas, que suenan en las carnes de la cárcel, que aprisionan su hambre de amor, de vida, de piel en busca de otra piel, cuerpo en busca de cuerpo, de gesticulac­ión arma rompecabez­as.

Paredes al aire, estremecim­iento sólo verso. Ritmo malinalca, tocar de guitarra, ritmo vibrante y melancólic­o, que es dolor del abandono; ritmo verso de acero, que huele a sangre busca otra sangre, juego de caricias, deja la emoción al descubiert­o, donde ya no late el tiempo y el espacio está detenido; el campo es ciudad, la ciudad es campo, sólo salva el tocar del ay, ay, ay, de la negra noche tendiendo su manto caliente.

Un lenguaje que sume el gesto y la actitud al lenguaje sonoro. Esperanza de integrar Oriente a Occidente.

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