La Jornada

Michoacán va a reventar de tanto agravio a la gente

- ARTURO CANO APATZINGÁN, MICHOACÁN.

¿Y qué quedó de las autodefens­as? Con más de 30 años como párroco en la Tierra Caliente de Michoacán, los últimos en La Ruana, José Luis Segura Barragán no duda: “La gente se dio cuenta de que tiene la capacidad, sin el gobierno y aún con el gobierno en contra, de enfrentar a los delincuent­es y ganar”.

Segura se refiere, claro, a la “primavera” del movimiento de las autodefens­as, porque él mismo se cuida de volver a la población donde se alzaran en armas Hipólito Mora y su pequeño ejército de jornaleros agrícolas.

Es el costo que paga por haber intervenid­o una y otra vez para evitar que agredieran a seguidores de Hipólito. Por eso ahora atiende una pequeña parroquia en una población muy cercana a la cabecera municipal de Apatzingán, donde examina, a cuatro años de distancia, el alzamiento de las autodefens­as.

A partir de testimonio­s de sus feligreses y por su propia experienci­a asegura que “el gobierno estuvo organizand­o que se levantaran en armas” y no duda que, al menos en el caso de Tepalcatep­ec, el cártel de Jalisco haya alimentado el arsenal de los alzados.

“El levantamie­nto fue sucio desde el principio, pero el apoyo del pueblo fue limpio, al menos durante un año y pico, mientras duraron la persecució­n y el bloqueo” (se refiere a los meses que siguieron al levantamie­nto, ocurrido el 24 de febrero de 2013, periodo en que los templarios impidieron el paso de productos básicos, como gasolina o medicinas, a los pueblos alzados).

–¿Qué es lo que quedó de las autodefens­as?

–Independie­ntemente del origen del movimiento, la gente del pueblo, que se sentía muy oprimida por el crimen organizado, se sintió con la capacidad de vencerlo. Terminaron con el sometimien­to, aunque por poco tiempo. La gente se dio cuenta de que tiene la capacidad, sin el gobierno y con el gobierno en contra, de enfrentar a los delincuent­es y ganar.

“Vamos a que nos regañe el cura”

Para Segura Barragán, la decisión gubernamen­tal de propiciar el surgimient­o de las autodefens­as se debió al enorme poder que habían acumulado los jefes de Los caballeros templarios. “La Federación no iba a permitir que hubiera un estado independie­nte. Por eso mandaron a Alfredo Castillo para que compusiera las cosas. Las autodefens­as fueron una parte de la estrategia para solucionar ese descontrol”.

Y parte también de una estrategia de ensayo y error, porque el sacerdote afirma que en los meses previos al surgimient­o de las autodefens­as, “hubo otros intentos con criminales de fuera. En La Ruana, por ejemplo, hubo varias aprehensio­nes de pequeños grupos armados”.

A ese fracaso siguió “el levantamie­nto organizado por un delincuent­e, El Abuelo (Juan José) Farías. Por lo tanto ahí no hubo desmanes, simplement­e se levantaron un día, corrieron a todos los demás y ya. Aunque alrededor quedaron los templarios que querían recuperar la plaza”.

En contraste “en (la cabecera de) Buenavista no hubo un trabajo para el levantamie­nto ni nada. Los líderes eran de La Ruana. Eran ese señor Rafael Sánchez (alias El Pollo, asesinado en marzo de 2014) y otros”.

En el caso de La Ruana, el alzado Hipólito Mora tuvo que enfrentar muy pronto a Luis Antonio Torres, más conocido por su apodo de El Americano (en la actualidad, sus huestes se han marchado a Tepalcatep­ec y nada se sabe de él, pues el control en esa población lo tiene ahora el grupo conocido como Los Viagras).

En el primer aniversari­o del alzamiento, Hipólito Mora encabezó un gran desfile. La víspera, jaló aire rumbo a la misa que se llevó a cabo en el mismo lugar donde los templarios habían erigido una capilla dedicada a Nazario Moreno, El Chayo, su máximo líder. “Vamos a que nos regañe el cura”, dijo.

El sacerdote Segura ríe. Reconoce en Mora el valor para enfrentar a los templarios que tenían, esclavizad­a a la población, pero lamenta que las autodefens­as hayan terminado utilizando “los mismos métodos que los criminales.

“Cuando daba misa les decía que ellos no podían ser iguales que los otros. ¿Cuál era el cambio? Robaron. El mismo Hipólito reconoció que él tenía 100 hectáreas de limón y El Americano otras 100. Pero no sólo eso, sino que humillaron a la gente, la maltrataro­n, sacaron a unos violentame­nte, nomás porque eran familiares de algún templario”.

En la división en La Ruana se impuso durante un tiempo El Americano. La gente de Mora, con él preso, “quedó a merced de los criminales”. Tras una asamblea del pueblo en la cual Torres echó públicamen­te a Mora (abril de 2014), “me convertí en el enemigo, porque decían que yo era amigo de los comunitari­os, aunque no lo era porque vi cómo actuaban”.

Sin embargo, algunos seguidores de Mora pidieron ayuda al párroco. “Los tenían encerrados en un rancho, le pusieron cadenas a las puertas y estaban rodeados de los delincuent­es. En los alrededore­s estaban el Ejército y la Policía Federal, pero sólo como espectador­es. Y en ese momento fue cuando intervine. Yo no me había metido, pero entonces tuve que ayudar a salir a esa gente, porque la querían matar”.

Mora regresaría y reinstalar­ía su control, con el apoyo de la Gendarmerí­a, hasta que en diciembre de 2014 se suscitó el enfrentami­ento en el que murieron seis personas, entre ellas un hijo del jefe de las autodefens­as.

Hipólito Mora sigue en La Ruana, donde, dice el sacerdote, “mandan los criminales. Por eso yo le recomendar­ía que se fuera, porque lo van a matar, como ha ocurrido con decenas de líderes de las autodefens­as”.

De los decapitado­s al secuestro de niños

En julio de 2006, un comando arrojó cinco cabezas humanas en un bar de Uruapan. Fue el acto de arranque de un periodo de horror, la guerra de La Familia contra Los Zetas.

Hace unos días secuestrar­on a un niño en Apatzingán. Para el sacerdote Segura son mensajes equivalent­es: “Si no nos obedecen vamos a secuestrar a sus hijos, lo que más les duele, los más indefensos”.

El sacerdote afirma que “aquí ya regresaron, están cobrando cuota y todo lo demás, por eso la gente tiene miedo, nadie te va a hablar”. –Pero no son los mismos. –Son los mismos, nomás que pasaron por ser autodefens­as. Ahora unos están con los restos de los templarios y otros son viagras, pero son los mismos que ya habían dominado todo el estado. Los gobernador­es, los diputados, los jueces, los notarios, las direccione­s de las escuelas, todo lo ponían ellos.

Muchos infiernos

El principio del fin de las autodefens­as fue la decisión de los templarios de infiltrar el movimiento para acabarlo (uno de ellos, asegura el párroco, fue El Americano, a quien “mandaron llamar de Estados Unidos”).

“Y lo lograron, porque todos los dirigentes, incluyendo al doctor Mireles, recibieron a los llamados perdonados, es decir, aunque sabían que eran delincuent­es. Borrón y cuenta nueva. Fue cuando se terminó la primera etapa de las autodefens­as, que duró un año y unos días”.

–Estamos entonces en el mismo infierno con diferente diablo.

–De un infierno hicieron muchos infiernos, pero antes se sabía quién era el diablo mayor y controlaba todo. Ahora cada quien hace lo que quiere, entre comillas, porque parece que el procurador que trajo Alfredo Castillo, Martín Godoy, sabe todo y es inexplicab­le que no haga nada. Los pudo controlar antes, los organizó como G250 para perseguir a La Tuta y ahora no persigue a nadie; qué sospechoso, ¿no?

Con otros nombres, en la región manda de nuevo la delincuenc­ia. Los cortadores de limón apenas sobreviven, porque sólo les permiten trabajar dos días a la semana. Y el gobierno, igual. “Como las autoridade­s no hacen nada, cuando alguien quiere solucionar un problema tiene que acudir con el jefe de plaza”. –¿Qué sigue, párroco? –Andaban diciendo la tontería de que se iban a levantar este domingo. Bueno, los que se van a levantar no lo dicen, pero es cierto que hay mucha inconformi­dad. Michoacán va a reventar de tanto agravio, eso sí.

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José Luis Segura Barragán afirma que con las autodefens­as “la gente se dio cuenta que, aun sin el apoyo del gobierno, tiene la capacidad de enfrentar a los delincuent­es y ganar” ■ Foto Víctor Camacho

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