La Jornada

Cada quien su propio instrument­o

- SERGIO RAMÍREZ

de Tierra, que realiza en Nicaragua construcci­ones amigables con el medio ambiente.

El acto se celebra al descampado, frente al flamante edificio que los estudiante­s, adolescent­es y adultos, recorren con orgullo, y unos toldos de lona nos protegen de la inclemenci­a del sol de la mañana. Es una verdadera fiesta y me siento contento de tener parte en ella. Debo hablar. Y el tema que he elegido es para mí una especie de parábola, la del solista y la orquesta, sobre el que insisto hace años.

Empiezo diciendo que el nuestro es un país de contrastes, porque cuando Rubén Darío nació, en 1867, las guerras civiles y las pestes habían despoblado Nicaragua, dejándola reducida a 150 mil habitantes, como resultó del censo que mandó a hacer el presidente Tomás Martínez, quien, preocupado de que los nicaragüen­ses fueran tan pocos, ordenó aumentarle al censo 100 mil almas más. Ya antes había mandado cambiar la Constituci­ón política para poderse relegir, viejo vicio del que aún parece no haber cura.

Había sólo 92 escuelas de primaria para varones en todo el país, y nueve escuelas para niñas, y ya podemos imaginar la tasa de analfabeti­smo. Ni se publicaban ni se importaban libros. No había tampoco biblioteca­s públicas.

Entonces, Rubén Darío es el solista que no tiene orquesta. ¿La orquesta completa, dónde estaba? Nacía un poeta capaz de transforma­r la lengua desde el traspatio, mientras la oscuridad de la ignorancia y del atraso seguían sin disiparse en un país rural, como lo sigue siendo ahora.

La palabra solista viene de solo. Cuando decimos orquesta imaginamos a gran cantidad de músicos tocando cada uno su instrument­o. Si una sociedad tiene una orquesta completa, entonces cada quien será ingeniero,

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