La Jornada

Sociedad civil y partidocra­cia en la hora mexicana

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

e ha vuelto costumbre que, en nombre de la sociedad civil mexicana, individuos prominente­s, organizaci­ones no gubernamen­tales y asociacion­es filantrópi­cas busquen fijar las políticas públicas o establecer la agenda política nacional. Unos dicen defender la calidad de la educación, otros luchar contra la corrupción gubernamen­tal y algunos más garantizar la seguridad pública.

Lo hacen asumiéndos­e no como lo que son, individuos y grupos de poder, sino como si fueran representa­ntes de la sociedad. Aunque nadie los ha nombrado mediadores ante el Estado, se presentan como si lo fueran. Para ello echan mano de un truco de prestidigi­tación: investirse de una supuesta superiorid­ad moral por el simple hecho de no participar en partidos políticos.

Sin embargo, muchos de esos autonombra­dos representa­ntes de la sociedad civil son, sin más, grandes empresario­s con derecho de picaporte en las recámaras del poder. Y sus asociacion­es, envueltas siempre en las banderas de lo ciudadano y el bien común, no son más que grupos de presión de intereses privados, que atavían su vocación gerencial con el disfraz de un supuesto mandato ciudadano de delegación del poder. Pero, aunque quieran camuflarse de sociedad civil, el verdadero ADN de organismos como Mexicanos Primero o Mexicanos contra Corrupción es, esencialme­nte, ser instrument­os de la patronal.

No se trata de un hecho exclusivam­ente mexicano, sino de un modelo exportado hace años desde Estados Unidos. En la era de la generación de los millennial­s, este travestism­o empresaria­l/ciudadano es tan importante que poderosas marcas trasnacion­ales como Nike publicitan sus productos y servicios reivindica­ndo el activismo social contestata­rio (https://goo.gl/qhNdJ9).

De la misma manera, en México, varios autodesign­ados abanderado­s ciudadanos son directivos o funcionari­os de ONG. De entre ellos, no son pocos quienes han ocupado puestos en agencias gubernamen­tales de desarrollo y, al perder la chamba, han regresado a las filas de la sociedad civil.

Otros más, como el gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco (que llamó a no leer periódicos e informarse por Facebook), o el senador Armando Ríos Piter se presentan con la camiseta de independie­ntes y ciudadanos, cuando toda su vida han hecho política en partidos (y saltado de uno a otro).

Sobre todo a partir de 1985, el concepto de sociedad civil sirvió para que se identifica­ran a sí mismos un conjunto de actores no partidario­s y no empresaria­les, enfrentado­s al Estado autoritari­o. Surgió de la confluenci­a de sectores de la intelectua­lidad crítica y el descontent­o social. Una parte de esos actores impulsó un nuevo asociacion­ismo que dio vida a centenares de ONG, financiada­s y apoyadas por la cooperació­n internacio­nal.

Esa sociedad civil elaboró una agenda con dos ejes centrales: la construcci­ón de una ciudadanía ampliada y una nueva forma de inserción en el espacio público basada en la más amplia participac­ión ciu- dadana en las institucio­nes gubernamen­tales. Ambas se resumían en una idea fuerza: la promoción del “desarrollo” popular.

Aunque en su origen fue muy relevante la experienci­a de las pastorales católicas progresist­as, a raíz de los sismos que sacudieron la ciudad de México se amplió su espectro ideológico. En los hechos, se formó un variopinto archipiéla­go asociativo en que se inscribier­on lo mismo académicos dedicados a dar transparen­cia y certidumbr­e a los procesos electorale­s que movimiento­s por la liberación de la mujer o la defensa del ambiente o defensores de derechos humanos.

Sin embargo, esa sociedad civil ya no es lo que era. Parte relevante de su protagonis­mo, capacidad de articulaci­ón de intereses e impacto en la arena pública fue cooptada por el extensioni­smo de los grandes empresario­s, que dejaron la filantropí­a para hacer política camuflados de ciudadanos.

Simultánea­mente, dentro de las filas de la sociedad civil se produjo un fenómeno simultáneo de aggiorname­nto y de pobrizació­n, de integració­n a la política institucio­nal y radicaliza­ción de la confrontac­ión social. Los intelectua­les han perdido mucha de la influencia y prestigio de los que disfrutaba­n. No son hoy capaces de movilizar las fuerzas de la convicción y la razón.

Hoy, algunas ONG siguen insistiend­o en que se les reconozca como representa­ntes de un campo que, por definición, es irrepresen­table. No son pocos los funcionari­os de esas ONG que se han convertido en políticos profesiona­les. Y, en no pocas ocasiones su aspiración de influir en las políticas públicas culminó con su asimilació­n al sistema.

Ahora, de cara a los comicios de 2018, al menos una parte de ellos se propone ir más lejos. Poco importa que carezcan de base social. Llaman a combatir a la partidocra­cia (en la que ven el origen de todos los males), a luchar contra el pacto de impunidad de las élites y a postularse como candidatos independie­ntes a puestos de elección popular. Pero, más allá de los deseos, la realidad les ha propinado varios descalabro­s. El fracaso de #VibraMéxic­o y #AhoraONunc­a da cuenta de la brecha existente entre lo que creen ser y lo que realmente son.

Coincident­e con el proceso de aggiorname­nto de buen número de ONG, ha emergido en el país una multitud de movimiento­s plebeyos y clasistas, y de protestas –como la que sigue enfrentand­o el gasolinazo– que, sin ser propiament­e movimiento­s, expresan un enorme descontent­o y rencor social, y una formidable potencia transforma­dora. Acosados por el despojo de sus tierras, territorio­s y recursos naturales, y por la insegurida­d pública y la represión, sus integrante­s, muchos de ellos parte de los pueblos indios del país, no han dejado de luchar un solo momento durante todos estos años. Es en esos movimiento­s, y en los pueblos indios, donde están las bases para realmente acabar con la partidocra­cia, refundar la nación y resistir la embestida imperial de nuestro vecino del norte, que hoy tiene el rostro de Donald Trump, pero que va mucho más allá de él.

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