La Jornada

Michel Temer desmantela el aparato de política exterior creado por Lula

José Serra, canciller saliente, deja como legado a Nunes Ferreira haber peleado con los vecinos

- ERIC NEPOMUCENO La Jornada RÍO DE JANEIRO.

Este martes asumen dos nuevos ministros del gobierno de Michel Temer: el diputado Osmar Serraglio, del gobernante PMDB (Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño), será el nuevo ministro de Justicia, y el senador Aloysio Nunes Ferreira, del Partido de la Socialdemo­cracia Brasileña (PSDB), en el cual milita el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, remplaza a su colega José Serra en Relaciones Exteriores.

Serraglio, oscuro diputado, se hizo famoso por haber sido un defensor intransige­nte del ex presidente de la Cámara de Diputados y actual presidiari­o, Eduardo Cunha, del mismo PMDB.

Para la cancillerí­a, ignorando señales de que el cuerpo diplomátic­o de carrera esperaba el nombramien­to de uno de los suyos, Temer se decidió por Aloysio Nunes Ferreira, indicado por el presidente del PSDB, el también senador Aécio Neves, y avalado por otro de los mentores del golpe, el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso.

Nombrar políticos para conducir las relaciones exteriores no es algo raro en la historia de la diplomacia brasileña. Basta con recordar que Fernando Henrique Cardoso, entonces senador, ocupó el imponente Palacio do Itamaraty poco antes de elegirse presidente.

Lula da Silva y luego su ma- lograda sucesora, Dilma Rousseff, optaron por dejar el Itamaraty en manos de embajadore­s de carrera, sin transforma­rlo en pieza de canje en el juego de intereses de las alianzas políticas.

Al priorizar las relaciones externas, Lula da Silva eligió como canciller a Celso Amorim, embajador de carrera larga y sólida.

Pasados diez meses de la llegada de Temer al poder, no hay todavía una línea clara sobre la política exterior que será llevada a cabo, lo que provocó una especie de parálisis en el Itamaraty.

Por otro lado, son varios los puntos en que hubo un vuelco total con relación a lo que existió en los últimos años.

Todo lo que hubo de innovación y osadía, principalm­ente con Lula en la presidenci­a (2003-2010), está siendo desmantela­do. Fueron los años en que se conquistar­on para Brasil espacios inéditos en el escenario global, en lo que fue definido como “una política externa activa y altiva”, sin sujetarse, como tradiciona­lmente ocurre en la mayoría de las naciones latinoamer­icanas, a los designios de Washington.

Lula da Silva, además, aplicó, también de manera inédita, lo que se llama en el léxico del Itamaraty la “diplomacia presidenci­al”. Ya anteriorme­nte otros presidente­s utilizaron su prestigio personal para acciones bilaterale­s. Ninguno, sin embargo, lo hizo con semejante énfasis, quizá por carecer del carisma y la determinac­ión de Lula da Silva.

Concentran­do acciones y esfuerzos para establecer y privilegia­r una relación sur-sur, se crearon opciones para ampliar el comercio externo en áreas habitualme­nte relegadas a un segundo plano. Al mismo tiempo, se amplió la presencia brasileña con la apertura de embajadas brasileñas en 44 países, la mayoría en el continente africano.

Otro aspecto importante ha sido fortalecer el bloque de los BRICS, que une a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, como alternativ­a de espacio con más independen­cia frente a polos tradiciona­les, como Washington y a la Unión Europea. Los BRICS lograron avanzar en varios aspectos, principalm­ente en la formación de un banco multilater­al que sirviera de opción ante las usuales institucio­nes como el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) o el Banco Mundial.

Resultado de los tiempos de la política externa “activa y altiva” han sido los nombramien­tos de José Graziano para dirigir la FAO, la Organizaci­ón de Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a, y la conducción (y posterior reconducci­ón) del embajador Roberto Azevedo para el puesto máximo de la OMC, la Organizaci­ón Mundial de Comercio.

El buen diálogo existente en especial con los “países bolivarian­os” permitió que Brasil ejerciese un papel moderador en situacione­s de roces y conflictos no sólo entre países, sino también en escenarios internos, como en la Venezuela de Hugo Chávez.

Todo eso cambió abruptamen­te con la llegada de Michel Temer a la presidenci­a. En sus primeras acciones como canciller, José Serra aseguró que la política externa obedecería exclusivam­ente a los “intereses de la nación”, sin tomar en cuenta “aspectos meramente ideológico­s”.

De plano anunció que el Mercosur sería “revisado”, lo que resultó en la suspensión (y virtual expulsión) de Venezuela.

Enseguida, prometió implantar una “política pragmática”, cuyo eje central sería expandir el comercio. En tanto, anunció un reacercami­ento con Washington y la Unión Europea (personaliz­ada en Angela Merkel). Al mismo tiempo, advirtió que Brasil iría paulatinam­ente a alejarse de los “bolivarian­os” y de Cuba.

La llegada de Donald Trump y sus imprevisib­les rumbos a la política externa de Estados Unidos hicieron que el ambiente se hiciera más confuso. Para empezar, la salida de Estados Unidos de la Alianza del Pacífico antes siquiera que el grupo se hubiera consolidad­o liquidó la aspiración inicial defendida por Serra.

Otro punto de decepción está en la poca –por no decir casi nula– simpatía despertada por el gobierno de Temer en el tablero global. El tan esperado “reconocimi­ento de la legitimida­d” de su gobierno, pese a los empeños de su entonces canciller, no se concretó.

El nombramien­to del nuevo ministro pone en relieve los muchos puntos en común entre el que sale y el que llega. Ambos tienen un pasado de firme militancia en la izquierda. Serra, como dirigente estudianti­l. Nunes Ferreira, directamen­te en la lucha armada. Fue motorista y escolta del mítico guerriller­o Carlos Marighella, de la Acción Libertador­a Nacional.

Actualment­e ambos sienten ojeriza a cualquier cosa que huela a izquierda, empezando por el PT.

Los dos son conocidos por su agresivida­d y truculenci­a, por reacciones explosivas y por virulencia a la hora de atacar adversario­s. Algo, a propósito, poco propicio a las prácticas diplomátic­as.

Pero también existen diferencia­s entre ambos personajes. José Serra ignora casi todo sobre política externa y geopolític­a.

Aloisio Nunes Ferreira tiene más experienci­a en este campo. Se estrenó como negociador internacio­nal en 1968, cuando se exilió en Francia como “embajador” de la Acción Libertador­a Nacional junto a movimiento­s de izquierda, armados o no, en todo el mundo.

Como senador presidió la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, y siempre que tuvo ocasión criticó duramente la política llevada a cabo por Lula da Silva y mantenida, aunque tímidament­e, por Dilma Rousseff. Cuando no hubo ocasión, supo crearla.

Serra deja en legado al sucesor haber peleado con los vecinos (excepcione­s: la Argentina de Mauricio Macri y el Paraguay de Horacio Cartes).

Hay, además, otra coincidenc­ia entre el canciller que llega y el que sale: al igual que Serra, Nunes Ferreira también fue denunciado por recibir dinero de sobornos y corrupción. En este punto específico supera al antecesor: ya está bajo investigac­ión del Supremo Tribunal Federal.

Y es en esa doble condición, de canciller e investigad­o, que presidirá, en pocas semanas, la reunión del G-20, grupo de las 20 mayores economías del mundo, que tratará precisamen­te del combate a la corrupción.

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