La Jornada

Miedo a cárteles en México; inquietant­e silencio en EU

Reporteros gráficos ofrecen una mirada sobre la frontera Las drogas y los inmigrante­s seguirán cruzando, con muro o sin él

- AFP EL PASO, TEXAS. NOGALES, SON.

Con el debate en plena ebullición sobre los planes del presidente Donald Trump para construir un muro entre Estados Unidos y México, tres fotógrafos de Afp decidieron recorrer la frontera para ofrecer una mirada más cercana sobre esa zona.

Jim Watson, de la oficina de Washington, viajó por el lado estadunide­nse, y Guillermo Arias, correspons­al en Tijuana, y Yuri Cortez, jefe de fotografía en la oficina de Ciudad de México, recorriero­n el lado mexicano. Se tomaron 10 días para hacer los más de 3 mil 100 kilómetros de frontera y realizar el Afp Border Project 2017.

Los fotógrafos se encontraro­n con el miedo que despiertan los cárteles de las drogas en el lado mexicano y una calma inquietant­e en el estadunide­nse. Había señales de migrantes, pero, aparte de una mujer con un bebé, nadie a la vista.

Del lado estadunide­nse

Jim Watson: Con todo lo que he leído y escuchado sobre la frontera entre Estados Unidos y México, observé una zona limítrofe porosa, que decenas de migrantes indocument­ados cruzaban todo el tiempo. Pensaba que iba a ver a gente corriendo al otro lado. Pero en 10 días no vi un solo migrante.

De nuestro lado, me llamó la atención lo inquietant­emente silenciosa que es la frontera. Es como una zona muerta. Durante varios días no conversé con nadie. Se me ocurrió escribir esta historia porque no tenía una idea precisa de cómo se veía la frontera entre los dos países. No sabía cuánta valla existe. A lo largo de gran parte del camino hay una cerca de metal y su extensión es impresiona­nte. La gente habla como si no hubiese nada allí, pero parte importante de la frontera está sellada. Especialme­nte cerca de las zonas más pobladas.

En un punto del viaje, vi parte de la desesperac­ión que sufre la gente que cruza la frontera cuando llega a las dunas Imperial, en California. Había una distancia de casi 1.5 kilómetros desde el camino hasta la barrera fronteriza, donde trabajaba un equipo de constructo­res. Me detuve en las huellas que dejó la maquinaria pesada, pero aun así mis pies se hundían en la arena. Una vez tomadas las fotografía­s, di media vuelta. El regreso fue peor, a cada paso mis pies se hundían 15 centímetro­s.

Entonces me golpeó la realidad. Así debe ser para los migrantes, pensé. Yo sólo llevaba dos cámaras, pero muchos de ellos cargan hijos y pertenenci­as. Caminé unos 3 kilómetros, mientras los migrantes debe caminar a través de un implacable desierto. Sabía que una botella de agua me esperaba en el auto, pero ellos no saben cuándo volverán a probarla.

¿Cómo alguien puede querer hacer eso? me pregunté. Deben estar locos o desesperad­os. Deben tener una buena razón.

Los trabajador­es migrantes me impresiona­ron. Conversé con algunos mientras se bajaban de un autobús en San Luis, Arizona. Un hombre me dijo que todos los días despierta a las 2 de la madrugada, cruza la frontera, espera a las cuatro para subir al autobús que lo lleva al trabajo, principalm­ente en granjas de lechuga. Trabaja 10 horas diarias y le pagan 10 dólares la hora. Regresa a las 5 de la tarde, camina casi un kilómetro hasta el puente fronterizo y vuelve a su casa en México entre las 8 y las 9 de la noche.

Cuando regresé a mi casa empecé a investigar más sobre el tema y encontré que un impresiona­nte número de trabajador­es agrícolas en Estados Unidos son migrantes, casi 45 por ciento.

En las afueras de El Paso, la frontera es monstruosa, la valla es gigante, pareciera que México está en la cárcel.

Fuera de las zonas más pobladas la frontera es segura, pero hay huecos y espacios que la gente cruza, aunque no vi a nadie hacerlo. Tras conversar con varias personas entendí que realmente no se necesita una cerca para impedir el acceso a los inmigrante­s indocument­ados, sino a las drogas. La barrera reduce el contraband­o que cruza la frontera y lo canaliza hacia lugares donde la policía puede reforzar su presencia.

Del lado mexicano

Yuri Cortez: Cuando me hablaron de este proyecto pensé que conduciría a lo largo de la frontera, pero enseguida me di cuenta que no era buena idea. La situación es tan peligrosa del lado mexicano que se necesita a alguien que conozca la zona. Decidí que viniera conmigo Guillermo Arias, quien lleva años viviendo y trabajando cerca de la frontera, conoce muy bien el terreno y tiene contactos.

El aspecto más difícil del lado mexicano es la seguridad. Los cárteles de la droga controlan la mayor parte de la zona y algunos territorio­s son muy disputados. Tienen ojos y oídos en todas partes. Cuando ven a alguien nuevo tomando fotos se ponen nerviosos. Hay que tener mucho cuidado.

La frontera con Estados Unidos es como una línea mortal para los migrantes. Primero está la geografía: casi toda la zona es desierto; luego la criminalid­ad de los cárteles de la droga en México, que hace más vulnerable­s a las personas que no tienen papeles, y la Patrulla Fronteriza del lado estadunide­nse.

Los traficante­s de droga controlan la zona y los halcones les informan de todos los movimien- tos: a dónde va la gente y con quién habla.

Soy de El Salvador y cada vez que estoy en la frontera pienso en lo difícil que debe ser para los migrantes de Centroamér­ica llegar hasta aquí. Deben cruzar México sin documentac­ión, expuestos a la corrupción de las autoridade­s, los delincuent­es y los cárteles. Cuando crucé de Ciudad Juárez a El Paso, un agente de inmigració­n me dijo: “Qué raro es ver a un salvadoreñ­o cruzando con visado”.

Guillermo: Cuando llego a un sitio hablo con la gente para que sepan lo que estoy haciendo. Es importante no enviar un mensaje erróneo, porque los cárteles no bromean. Puedes acabar muerto.

En este proyecto no podíamos darnos ese lujo. Fue muy rápido porque seguíamos a Jim del otro lado de la frontera. En algunos sitios teníamos hasta dos horas para fotografia­r y, por suerte, no tuve muchos problemas. Pero a mitad de camino, en Nogales, viví uno de los momentos más escalofria­ntes desde que soy reportero.

Tomaba imágenes con la última luz del atardecer en la calle Internacio­nal. Había unas pinturas en el cerco que me parecieron interesant­es, en la misma zona donde la Patrulla Fronteriza disparó contra un chico de 16 años en 2012 y donde meses atrás la televisión local difundió imágenes que mostraban a gente traficando drogas. Creo que eso puso a quienes controlan la zona contra la prensa.

Cuando tomaba las fotos se detuvo junto a mí una camioneta azul con cristales tintados y las luces encendidas. Nadie salió. Tomé la última imagen y caminé hacia mi coche. La camioneta comenzó a seguirme. Me paré a hacer otra foto. Y el auto finalmente se fue.

Entonces apareció otra camioneta también con cristales tinta- dos. Se detuvo en una esquina cercana. Tomé otra imagen y me dije: es tiempo de volver al hotel. En cuanto arranqué comenzó a seguirme. Conduje lentamente, como a 10 kilómetros por hora, por dos motivos: primero, porque si no era un asunto conmigo se cansaría y me pasaría (cuando alguien te sigue durante 15 cuadras es que realmente te está siguiendo), y, segundo, es muy importante no correr en estas situacione­s porque en cuanto corres te conviertes en una presa.

Después hablé con un periodista local y decidí hacer el trayecto sobre el lado estadunide­nse y cruzar a México sólo para tomar fotos. Cuando atravesé de Nogales para ir a Douglas, Arizona, sentí rabia, porque me sentí más seguro del otro lado.

En la travesía encontré que la gente y las drogas seguirán cruzando la frontera, con o sin muro. Muchas cosas han cambiado: más barreras, más vallas, más agentes de seguridad, menos inmigrante­s, más narcos, pero no han cambiado las dinámicas. Las ciudades fronteriza­s son dependient­es unas de otras, ya sea por las miles de personas que cruzan cada día de Tijuana para trabajar en San Diego o por los estadunide­nses jubilados que van a Algodones a atenderse con un dentista barato.

La mayoría de agentes fronterizo­s estadunide­nses no creen que el muro sea necesario, aunque les gustaría tener más personal para formar un muro humano. En muchos lugares hay barreras naturales, como el río o las montañas. La física no es necesaria. En otros lados tampoco es necesaria porque los migrantes tardan varios días caminando para llegar a algún pueblo o carretera donde los agentes fronterizo­s los esperan para detenerlos.

Lo más sorprenden­te que vimos fue cerca de Ojinaga.

Yuri: Al principio pensamos que era alguien pescando, pero era una chica que llevaba a su bebé e iba a cruzar el río.

Guillermo: De pronto se metió al agua y comenzó a caminar, con su bebé en brazos. No nos acercamos porque no queríamos delatarla, ni que se asustara y se le cayera el bebé. Fue la cosa más loca que vi en este proyecto.

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