La Jornada

Benito Juárez y los pueblos indígenas

- FRANCISCO LÓPEZ BÁRCENAS

as imágenes sobre la figura de Benito Juárez como estadista nacional son tan solemnes que pareciera que sus autores buscaban alejarlo de la realidad en que vivía y colocarlo en otra que le era ajena y muchas veces combatió; como si quisieran que no se le viera como indígena para que pudiera representa­r a la nación. Las imágenes de su juventud no lo son tanto, tal vez porque son menos; todavía no era representa­nte de la nación cuando se le tomaron y hay más evidencia de su vida cerca de los pueblos; las de su infancia francament­e responden a la imaginació­n de sus autores, provocando un imaginario idílico de esa etapa de su vida. De ahí a afirmar que no se preocupó por los indígenas sólo hay un paso, el cual queda firme si sus actos se analizan con desparpajo, sin incursiona­r en su esencia y sin tomar en cuenta el contexto y el tiempo en que sucedieron.

Afortunada­mente, existen elementos para forjarse otra imagen del indígena que unificó a la nación para defenderla ante la agresión imperialis­ta. Uno de ellos es su reconocimi­ento de su ser indígena, claramente expresado en sus memorias, que él mismo nombró Apuntes para mis hijos. Otro lo constituye­n las condicione­s en que estudió para forjar su futuro, trabajando en casa ajena a cambio de la comida y un espacio donde vivir. Pero el que más lo pinta de otra forma en sus años juveniles es su intervenci­ón como abogado postulante defendiend­o al pueblo de los loxichas contra las arbitrarie­dades del cura, decisión que lo llevó a pisar la cárcel sin que por eso se arrepintie­ra o lo llevara a dejar el caso. No estaba contra la Iglesia, sino contra sus arbitrarie­dades, y para combatirla­s tuvo que soportar ser víctima de ellas.

Forjó su destino con base en su propio esfuerzo. Todavía era estudiante de la carrera de leyes en el Instituto de Ciencias y Artes cuando ocupó la cátedra de física. En 1830 concluyó sus estudios de jurisprude­ncia y se puso a trabajar como litigante; poco tiempo, porque l acontecimi­ento. A ese mismo año fue electo regidor del ayuntamien­to de la capital y para el año siguiente fue electo diputado al Congreso del estado. En 1834 presentó su examen profesiona­l y días después la legislatur­a lo nombró magistrado interino de la misma Corte de Justicia del Estado. El 29 de octubre de 1847 fue nombrado gobernador interino de Oaxaca y con ese carácter, al año siguiente, al rendir su informe ante el Poder Legislativ­o del estado, propuso reconocer las repúblicas de indios, en una especie de municipios indígenas, y su derecho a elegir a sus autoridade­s con sus propias normas, lo cual, dijo, no era ajeno al federalism­o y su práctica lo fortalecía.

La mayor crítica de sus actos hecha por los estudiosos de su vida y obra es que atentó contra la propiedad comunal de las tierras de los pueblos, crítica que merece varios ajustes y matices. La ley sobre desamortiz­ación de las tierras no la impulsó él, sino Miguel Lerdo de Tejada, por eso se le conoce como Ley Lerdo. Cuando

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