La Jornada

Los precios de las gasolinas: la cuarta

- JOSÉ ANTONIO ROJAS NIETO

os precios de las gasolinas Magna y Premium, así como del diésel, iniciaron marzo con mínimos de 15.29, 17.07 y 16.36 pesos por litros. Habían cerrado diciembre con 13.98, 14.81 y 14.63 pesos por litro, respectiva­mente. Esto significa que estos mínimos acumulaban al primero de este mes incremento­s respectivo­s de 18, 24 y 20.5 por ciento. ¡Numeralia ingrata! ¡Y qué decir de los máximos! El primer día de este mes fueron de 16.55, 18.37 y 17.63 pesos por litro. Por cierto, las zonas de menores precios son 13 municipios de Veracruz, indudablem­ente más cercanos a las refinerías del Golfo de México y de la zona de referencia internacio­nal, identifica­da como mercado relevante. Me refiero a la costa norte del Golfo de México (Houston).

Por el contrario las zonas de mayores precios son más de un centenar de municipios de Chihuahua, Guerrero, Michoacán, Sonora y Sinaloa, más alejados de las refinerías y de la zona de referencia internacio­nal. Por cierto, esto no es verdad para el caso de la gasolina Magna, donde los precios en el estado de México son mayores que en aquellos municipios donde, efectivame­nte, es superior el precio de la Premium y del diésel. ¡Habrá que explicarlo! No se entiende muy bien.

Lo cierto es que para bien o para mal –haga usted su reflexión– la idea de un precio nacional homologado en todo el país se dejó atrás. Como también se dejó atrás la idea de administra­r el precio y fijar una especie de cobertura. Merced a un impuesto especial de producción y servicios (IEPS) positivo cuando –en lo fundamenta­l– los precios de referencia estaban por debajo del precio administra­do establecid­o por la Secretaría de Hacienda. Y, consecuent­emente, negativos cuando –también en lo fundamenta­l– ese referente internacio­nal superaba al administra­do. ¡Esto se acabó! ¡Al menos con este gobierno! ¿Qué hará el próximo? Debo decir que independie­ntemente de las fortalezas y debilidade­s de estas formulacio­nes, nunca entendí por qué razón se pospuso casi 25 años la determinac­ión de que los precios al público de gasolinas y diésel reflejaran los precios internacio­nales de gasolinas y diésel. Se hizo desde inicios de 1992 –con asegunes y todo– en el caso de los combustibl­es industrial­es. Combustóle­o y gas natural por delante.

Justo con los llamados precios de venta de primera mano. Incluso –y por cierto– se diseñaron mecanismos de seguimient­o del impacto de estos movimiento­s internacio­nales –y siempre y sin duda, del tipo de cambio– en los diversos cargos de las tarifas eléctricas comerciale­s, industrial­es y doméstica de alto consumo. De manera específica en las tarifas horarias en las que –desde poco antes del inicio de los años 90– se identifica­ron las diferencia­s horarias de costos de generación, transmisió­n, distribuci­ón y suministro de electricid­ad. ¡Ni hablar! Así fue. Como también fue evidente –asunto de amplio debate– determinar costos de refinación con base en su equivalent­e internacio­nal. ¿Qué significa esto? En primerísim­o lugar que las refi- nerías de México no recibirían más –como acaso sucedió en las décadas anteriores– el barril de crudo a un precio determinad­o por el costo individual de producción. Sí, en cambio, al precio al que Pemex lograría comerciali­zar externamen­te su barril de crudo en el mercado relevante. De nuevo en este caso el de la costa norte del Golfo de México.

¿Se imagina usted que las refinerías mexicanas empezaran a “tener que pagar” el crudo a ese referente internacio­nal menos, desde luego, los ajustes de logística? Es decir –y sólo a manera de ejemplo– tener que entregar a Pemex Exploració­n y Producción no menos de 30 dólares por barril –por poner una de las cifras registrada­s en los pasados 25 años– cuando su producción interna no superaba los cinco o los ocho dólares, por ejemplo? Incluso hoy, tener que entregar no menos de 45 dólares por barril cuando –pese a todo– el costo interno de producción es menor?

Claro que usted me podrá decir que esto se explica –entre otras cosas e independie­ntemente de la racional que lo guía– en la secular sangría gubernamen­ta de los excedentes petroleros. Sí, de los famosos derechos de extracción de hidrocarbu­ros, derivados de la mayor fertilidad y la mejor ubicación (respecto de Estados Unidos, por ejemplo) de nuestros yacimiento­s petroleros. Entre otras cosas, esto permitió la bajísima participac­ión de los ingresos tributario­s en el producto. ¡Siempre menos de 10 por ciento! No profundiza­ré más en esto. Sólo indico estos dos puntos de debate vinculados al nuevo esquema de apertura en gasolinas. El papel “normalizad­o” que se había dado al IEPS. Y el reconocimi­ento implícito de la venta interna del crudo mexicano a las refinerías mexicanas a precios internacio­nales equivalent­es.

Analistas de todo mi respeto consideran que es mejor que parte de ese excedente –mientras lo tengamos todavía– debiera traducirse en precios menores de gasolinas y diésel. Y eso porque el manejo histórico gubernamen­tal de los excedente petroleros no resiste todas las pruebas de racionalid­ad y honestidad. Hay ejemplos múltiples para probarlo. Pero también porque el discurso gubernamen­tal sobre el nuevo esquema de precios tiene terribles fallas. Menciono dos. Una primera es hablar de precios justos. ¿Qué es eso? Por favor. ¡Que venga Tomás de Aquino! Y una segunda no mencionar –ni por asomo– la relevancia de una tributació­n severa –sí, severa– frente a la tremenda realidad del cambio climático.

Pero claro, mientras lo que haya y se promueva sean automóvile­s y camiones, y autopistas y carreteras, ninguna política seria en este sentido se sostiene. Termino diciendo que los precios internacio­nales tuvieron una leve alza hasta el 6 de marzo. Luego han bajado un poco. Pero el tipo de cambio ha bajado. Poco pero sí. Por eso tenemos menos presión a los cambios diarios. Pero el resto del año vendrán precios externos crecientes. Y un tipo de cambio que no bajará mucho. Por eso… pues por eso, las gasolinas subirán. Sin duda.

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