La Jornada

La misma tierra

-

decíamos las cosas que uno dice cuando está enamorado: cuánto te extraño, cuánto te quiero, cuánto diera por estar contigo.

Esos encuentros tan breves eran la única vida en común que podíamos tener. Saberlo me angustiaba mucho, pero nunca se lo dije a José para no cargarlo con esa preocupaci­ón. Como si estuviera muy tranquila, le sonreía, tomaba a broma los cambios en su persona (“¿Desde cuándo usas loción?), fingía simpatizar con sus nuevas amigas, también empleadas en “El Burrito Alegre”, el restorán mexicano donde él empezó de lava platos, luego pasó a garrotero y por fin se hizo ayudante de cocina.

¡Quién nos iba a decir que José terminaría manteniénd­ose de hacer lo que más le chocaba! Cuando decidimos casarnos me advirtió que contaba con él para todo, menos para ayudarme con el quehacer o en la cocina. Así que llegaba de mi trabajo en la maquilador­a –ya fueran las seis de la tarde o las nueve de la noche– a prepararle la cena. Le hacía un guiso especial en las fecha importante­s para nosotros –su cumpleaños, su santo– y a veces, aunque no estuviéram­os festejando nada, sólo para que se sintiera mimado, como no lo fue de niño.

En aquellos tiempos nunca imaginamos que, con la esperanza de una vida mejor, él se iría a trabajar a Nogales, Ari- zona, y que yo me quedaría en Nogales, Sonora, atada a mi chamba en la fábrica. Gracias a Dios encontré otra ocupación: nana. Me gustaba, aunque por atender a criaturita­s ajenas tuviera que dejar a Lluvia sola en el cuarto durante horas. Eso aún me lo reprocha. Es una de las cosas que no entiende. Ya lo hará.

Tampoco se explica que, después de tres años de no verlo, siga parándome frente a la rejilla los domingos, con la esperanza de que llegue José. La última vez que nos vimos me dijo que estaba pensando irse a Oregon o de plano a Canadá, porque allá había buenas oportunida­des de trabajo en la construcci­ón. Por la forma en que me lo avisó pensé que nos estaba separando algo más que la rejilla tendida entre mi Nogales y el suyo.

Ese domingo era día de San José. Curiosamen­te, alguien nos tomó una foto sin que nos diéramos cuenta. Dos días después me la enseñó mi patrona en un periódico. (Diálogo fronterizo.) En la imagen aparezco con mi cabello suelto y el vestido de flores que a José le gustaba. Me veo sonriente, alegre, repegada al enrejado por donde él sacó sus dedos para tocar los míos.

Aquella mañana, cuando nos separamos, volví a la casa con la sensación de su caricia y él se quedó con la alegría de mi sonrisa. Ese fue mi regalo y seguirá siéndolo cada día de San José, aunque no sepa dónde vive mi marido ni con quién.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico