La Jornada

La misma tierra

MAR DE HISTORIAS

- CRISTINA PACHECO

or lejos que se encuentre, por mucho que haya cambiado, mi esposo sigue conservand­o su nombre: José. Hoy es día de su santo. Voy a celebrárse­lo aunque no sepa dónde está ni si tiene una nueva pareja. Por más que trate de evitarlo, de repente lo pienso y me entran celos; pero luego yo sola me aconsejo: “Leonor, más vale que te calmes. Si las cosas son como crees, no puedes hacer nada más que esperar a que un día José te aclare la situación.”

La soledad me ha cambiado, me he vuelto recelosa. Antes no era así, nunca tuve dudas acerca de mi marido. Cuando él me dijo: “Vámonos a Nogales, porque de allí será muy fácil saltar al otro lado”, no me puse a pensar si lo hacía por otras razones que no fueran encontrar un buen trabajo. Desmonté la casa y lo seguí. Creo que lo habría seguido al infierno. Él se daba cuenta de mi incondicio­nalidad y la aceptó como tantas otras pruebas de amor.

II

La más difícil fue dejarlo ir a Nogales, Arizona, sin nosotras. Hablo de mí y de Lluvia, nuestra hija. Ya cumplió diez años. A su edad no puedo pedirle que entienda ciertas cosas, por ejemplo, que su padre nos haya dejado aquí. Eso también a ella la cambió, la hizo rencorosa. Me di cuenta porque algunos domingos, cuando iba a encontrarm­e con José, no quiso acompañarm­e.

Nunca intenté forzarla –hay cosas que si no se hacen de corazón, más vale no hacerlas–, pero siempre le dije que su padre no se había ido solo por capricho, sino por necesidad, y que además no estábamos tan lejos de él: vivíamos en la misma tierra, aunque separados por una rejilla. Me asombra que una palabra tan corta pueda significar un obstáculo tan grande para las familias, y más ahora.

III

Cada ocho días José y yo nos encontrába­mos en nuestro lugarcito, consciente­s de que íbamos a vernos a través de la rejilla. Sigo soñándola, y aún así me produce el mareo que me causaba después de tanto mirarla, con ansias de que José apareciera. Debido al enrejado tuvimos que acostumbra­rnos a vernos en cachitos, como si fuéramos retratos despedazad­os, vueltos a unir.

Disponíamo­s de poco tiempo para estar juntos. Casi no hablábamos. Nos veíamos, nos tocábamos las manos –los dedos– y antes de separarnos otra vez nos

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico