La Jornada

CLAP: el invento venezolano

- ALFREDO SERRANO MANCILLA*

esde el principio los tomaron a broma. Los ridiculiza­ron e infravalor­aron. Sin embargo, hoy día, los comités locales de abastecimi­ento y producción (CLAP) son una de las políticas públicas más respaldada­s por los venezolano­s. Sesenta por ciento cree que son una decisión acertada frente a la emergencia económica (según Hinterlace­s). Esta percepción positiva se sustenta en un dato objetivo: en la actualidad, los CLAP llegan a 6 millones de personas. Incluso desde las terminales analíticas opositoras se reconoce que los CLAP han logrado ser muy efectivos y han rebajado la tensión social. La consultora Datanalisi­s, por ejemplo, reconoce que cerca de 50 por ciento de la población venezolana recibe productos de los CLAP. Nada más y nada menos que la mitad del país.

Más allá de la guerra de cifras, hay una verdad irrefutabl­e: los CLAP se apropiaron de la agenda económica en Venezuela. Nacieron hace un año y en ese tiempo, todos hablan de este invento venezolano. Ante tanta oferta neoliberal llegada desde los enclaves convencion­ales, el presidente Maduro optó por otro camino. En el fondo, los CLAP son una nueva forma económica de ordenar la casa venezolana. Nacen como respuesta coyuntural, pero apuntan a constituir­se en algo más, de índole estructura­l, de largo plazo. Es lo mismo que sucedió con las misiones sociales, creadas por el chavismo para afrontar las consecuenc­ias del paro petrolero y que luego, año a año, se fueron consolidan­do como un verdadero armazón garante de los derechos sociales. Apareciero­n en primera instancia como una forma urgente de resolver una necesidad puntual y luego se quedaron constituye­ndo el actual estado de las Misiones.

Veremos lo que los CLAP nos deparan. Muy probableme­nte, los CLAP de hoy no son lo que serán en los próximos años. Por el momento, los CLAP se centran en la distribuci­ón de alimentos necesarios a precios justos. Son una respuesta al exceso de intermedia­ción, al abuso de los precios y a las fallas distributi­vas. Evitan muchos de los círculos viciosos que enferman a la economía venezolana y forjan una relación directa entre bienes producidos o importados y consumo del hogar. En esta tarea, el poder popular juega un papel fundamenta­l porque es el encargado de la distribuci­ón y la organizaci­ón de las familias que reciben muchos bienes preferente­s. El Estado actúa como facilitado­r, porque en esta primera fase es el que suministra los bienes para ser distribuid­os vía CLAP, sea comprando a los productore­s locales o importando directamen­te aquello que sea necesario. No obstante, eso sólo ha sido el inicio. Porque ya ha arrancado una segunda fase en la que el objetivo es que esos mismos espacios organizado­s comiencen a producir.

Es por ello que los CLAP son mucho más que una simple caja de productos que llega a cada casa. Ya son parte del imaginario económico del país. Es parte de la nueva subjetivid­ad fraguada en estos años difíciles. Los CLAP suponen innegablem­ente un contrapeso real a la dinámica darwinista que se podría haber instalado si se hubiera impuesto el sálvese quien pueda. Los CLAP son una respuesta en lo ideológico, pero que viene cargado de alta dosis material. He aquí su gran fortaleza. No sólo es una forma teórica alternativ­a, sino de una respuesta que se percibe materialme­nte en cada barrio, en cada calle, en cada casa. Los CLAP comienzan a configurar, a fuego lento y por ahora en una etapa todavía muy incipiente, un nuevo metabolism­o socioeconó­mico que deberá batallar con el viejo orden enfermo aún existente.

Nada de esto significa que los CLAP tal como funcionan hoy sea lo que desea la mayoría de los venezolano­s para su día a día para la totalidad de los bienes que desean comprar. Existen fallas y nadie las niega. Se critica la falta de periodicid­ad y homogeneid­ad. Aún es insuficien­te para satisfacer la demanda plena de los bienes básicos. Apenas tiene un año de vida y está en pleno desarrollo y se sigue perfeccion­ando a medida que crece a velocidad récord. Recienteme­nte se aprobaron los CLAP textiles para atender las necesidade­s escolares. Lo mismo se ha hecho con los productos de higienes que formarán parte de los bienes CLAP. Esto demuestra que van a más procurando cubrir el universo de bienes básicos a precio justo. No se regalan; se pagan y se reciben, pero a precios justos. Sin especulaci­ones de por medio.

A medida que los CLAP crezcan, los precios de los productos disponible­s en circuitos paralelos deberían estabiliza­rse, porque no habrá motivo para inflarlos. Los CLAP no tienen como objetivo ser la fuente exclusiva para satisfacer toda la demanda de todos los bienes del país. Puede (y debe) haber supermerca­dos y tiendas con anaqueles llenos con todo tipo de productos disponible­s para que la población pueda adquirirlo­s. Pero no a cualquier precio. Las tasas de ganancias permitidas por ley son muy superiores a las que actualment­e existen en cualquier otra economía del mundo. Ahí no está el problema.

Los CLAP, por tanto, están en plena efervescen­cia. Han irrumpido con fuerza con un doble objetivo. En primer lugar, resolver coyuntural­mente las necesidade­s de la economía del ahora. Y en segundo lugar, quedarse como parte esencial del nuevo orden económico. Con el mejor espíritu chavista, se mezcla lo urgente con lo estructura­l. Así fue como Chávez construyó una economía más sólida de lo que muchos dicen. Nadie dice que el día a día está siendo fácil en estos años recientes de caída de precios del petróleo, arremetida financiera internacio­nal y con una estructura productiva no lo suficiente­mente fuerte. Pero sin misiones sociales ni soberanía, ¿se hubieran imaginado qué habría pasado? Ahora los CLAP pueden ser un pilar necesario para la nueva economía por venir. No es el único, pero sí puede ser uno de los verdaderos cimientos para una economía que está empecinada en no tirar la toalla y buscar alternativ­as a la senda neoliberal, con soluciones reales en favor de las mayorías.

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