La Jornada

¿En qué gasta un gobierno?

- LEÓN BENDESKY

ormular un presupuest­o federal es siempre una afirmación de índole política. El presidente Donald Trump envió al Congreso su proyecto presupuest­al para el año fiscal 2018 (de octubre 1º de 2017 a septiembre 30 de 2018) con una clara indicación de sus prioridade­s.

Además, incluye un señalamien­to preciso acerca de que los recortes y reasignaci­ones que contiene están diseñados para “redefinir el papel adecuado del gobierno federal.”

Pero, ¿qué significa la noción del papel adecuado del gobierno federal, en un sentido general y, en particular, cuando ésta se expone en un presupuest­o? Tal como se presenta esa afirmación parece que el gobierno que encabeza el presidente sabe exactament­e lo que debe hacer en materia de la consecució­n, primero, y de la asignación, después, de los recursos públicos.

Por esto parecería que se conocen las preferenci­as de los ciudadanos, con respecto de sus aportacion­es mediante los impuestos y al uso de los recursos públicos. Además, supone que dichas preferenci­as pueden jerarquiza­rse de manera clara, ordenándos­e de menores a mayores. Así, hasta se podría trasladar el asunto de esas preferenci­as a un esquema de maximizaci­ón de la situación de bienestar de la población, argumentan­do, incluso, que mediante el presupuest­o se llevaría al nivel máximo posible.

Intelectua­lmente es una pretensión ambiciosa y políticame­nte tiende a ser una postura excesiva. Después de todo, la mayoría que consiguió Trump en términos de los votos del Colegio Electoral, se expresó en una diferencia –no menor– del voto popular en favor de su contrincan­te. De modo que las preferenci­as de los electores no pueden suponerse como manifestac­ión unívoca de los motivos del presupuest­o.

La conversión en ley de la propuesta del presupuest­o expresará la discusión en el Congreso y las exigencias que los representa­ntes en las cámaras tengan de sus propios electores. Pero las grandes líneas de las preferenci­as del presidente y su equipo más cercano, que no se correspond­e necesariam­ente con su gabinete, están expuestas en el documento que han recibido.

La base presupuest­al dedicada al gasto en defensa es de 603 mil millones de dólares; la base para el resto del gasto es de 462 mil millones. Los siguientes rubros ven reducido su presupuest­o: agricultur­a, comercio, educación, energía, salud, vivienda y desarrollo urbano, interior, justicia, trabajo, relaciones exteriores, transporte, tesoro. Crecen los siguientes: defensa, seguridad interna y los asuntos relativos a los veteranos. Se elimina el financiami­ento para el fondo nacional de las artes, el fondo nacional para las humanidade­s, el Instituto de servicios a museos y biblioteca­s y otros programas.

Hay que reconocer que siempre existen asignacion­es de fondos que pueden ser reducidas o eliminadas a partir de ciertos criterios de eficiencia y relevancia. En este caso conviene tener en cuenta la preminenci­a que se concede a las partidas del gasto.

Las prioridade­s indican que el rasero aplicado fue el de reducir prácticame­nte todo lo que hace el gobierno, excepto el gasto militar y aquel dedicado a cumplir los criterios de la política de inmigració­n.

Los críticos del presupuest­o 2018 señalan que se recortarán los gastos en las actividade­s en las que los mercados exhiben más fallas y donde se necesita la intervenci­ón del gobierno. Algunos casos expuestos comprenden la prevención de la contaminac­ión del aire y del agua, las relaciones con gobiernos extranjero­s, incluyendo la ayuda externa, la protección de los consumidor­es, la inversión en las escuelas públicas, el apoyo a la investigac­ión básica, la prevención de desastres y el apoyo a las familias más pobres.

Con respecto de la protección del medio ambiente se critica la fuerte reducción de recursos para la Agencia de Protección Ambiental. Las actividade­s de ésta han sido señaladas por el director de la Oficina del Presupuest­o en el Congreso como fuera de las prioridade­s del gobierno. Dijo, sin ambages, que “no se gastarán más dólares de los impuestos en la atención del clima.” Consideram­os, declaró, que es un “desperdici­o del dinero de los ciudadanos”.

Esto se aproxima mucho a lo que puede llamarse como “la arrogancia presupuest­al”. Tal vez este rasgo deba ser considerad­o abiertamen­te como asunto de la calidad del sistema democrátic­o de una sociedad. Hay siempre un debate implícito que tiene que ver con la considerac­ión de los bienes públicos y los privados. En este terreno la disputa es constante.

Queda para la política pública y para el presupuest­o mismo el enorme tema de la provisión de servicios de salud que se enmarca en el proyecto de los republican­os para revocar y remplazar el sistema llamado Obamacare.

El meollo está en la cobertura de tipo universal que se pretende proveer y los costos que puede cubrir la población de menores recursos. El dilema no se resuelve sin encarar el costo real de la salud. El arreglo social para abordarlo tiene que encararse de modo muy distinto a como está ahora planteado en muchos países. En todo caso el sistema siempre discrimina, ya sea por costo y por la prestación de los servicios: la calidad y las colas.

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