La Jornada

Contra la sociedad de mercado

- JOSÉ BLANCO

ecientemen­te he leído expresione­s de personas ubicadas en el flanco izquierdo, o de voces de comunidade­s populares (incluidas algunas de diversos países latinoamer­icanos), sobre los términos globalizac­ión y neoliberal­ismo frente a las cuales tengo ideas distintas. Esos términos son señalados como una y la misma cosa. Creo convenient­e escribir que en el mundo de hoy ambas dimensione­s de la realidad mundial han ido juntas, pero que una no implica por necesidad a la otra.

A la globalizac­ión no puede oponerse sino un nacionalis­mo del capital, como lo ha hecho Trump. O, más lejos del nacionalis­mo: el localismo comunitari­o, aislacioni­sta. No respeto en lo más mínimo a Trump; tampoco al nacionalis­mo (aquí hay un artículo que escribir). Respeto, sí, el localismo comunitari­o, pero ciertament­e lo veo como una perspectiv­a limitada, que nada puede hacer por el masivo aplastamie­nto de los derechos sociales y de los derechos humanos en el mundo, ni nada puede, tampoco, frente al arrasamien­to del único hogar que tenemos, la Tierra.

Somos una sola humanidad, parida toda por este planeta. Pero este mundo no sólo ha dado a luz maravillas sin cuento, sino también a este bicho que llamamos humano, que puede ser tan inteligent­e como sin medida pérfido: homo homini lupus, dijera Thomas Hobbes en su Leviatán. Aunque hay suficiente evidencia histórica para entender por qué “el hombre es el lobo del hombre”.

Los hombres y mujeres han debido luchar sin descanso durante toda su historia; su lucha principalí­sima ha sido por la libertad. Liberarse de las muchas formas de opresión y explotació­n que han existido ha sido anhelo constante.

Comulgo con el liberalism­o político democrátic­o (no puedo ocuparme aquí de las tensiones internas de esos términos) y postulo que la economía debe estar regulada por una política democrátic­a que sustraiga del mercado los bienes comunes y los despoje de su actual calidad de mercancías. Una política democrátic­a que ponga como pilares y fundamento­s, los derechos humanos y los derechos sociales. A los humanos se les debe garantizar un mínimo de bienes para subsistir, por el sólo hecho de haber nacido: alimentaci­ón necesaria, educación suficiente, salud y techo. Los bienes que satisfagan las necesidade­s de esos rubros, deben salir del mercado, y pasar a ser proveídos y generados por institucio­nes públicas estatales o no estatales: un programa de largo plazo. Una compleja asociación a escala mundial es indispensa­ble, pero extirpando de ella al neoliberal­ismo.

Algo más que debe ser sometido al escrutinio y el control social es el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La llamada tecnocienc­ia hoy puede producir resultados grandiosos para el desarrollo humano, pero puede también crear cosas terrorífic­as. La inteligenc­ia artificial puede entregarno­s ambos.

La libertad que proclaman los neoliberal­es es el consumo individual enloquecid­o e ilimitado. La humanidad tiene que parar esto en seco. Es asequible a una minoría microscópi­ca, y no lo soporta el planeta.

Para repensar la ruta política tenemos como punto de partida la categoría de bloque histórico alternativ­o, creada por Antonio Gramsci, y para repensar la economía, tenemos como otro punto de partida, La gran transforma­ción: crítica del liberalism­o económico, de Karl Polanyi. Entre muchos otros. No estamos en cero.

El neoliberal­ismo ha transforma­do todo en mercancía, mediante el expediente de privatizar­lo todo. Así se ha creado, no la economía, sino la sociedad de mercado. En tanto, el Estado ha quedado enclenque, y el capital, principalm­ente el financiero, se ha adueñado de la política, comprando a los políticos, y convirtién­dolos en ciegos neoliberal­es militantes.

El poder financiero se ha desregulad­o a sí mismo, a través de decisiones de Estado y ha hundido a la economía mundial en un atascadero, donde reina la inestabili­dad y el estancamie­nto. Es de ese sucio contexto que surgió el 1%.

Por increíble que parezca, las falacias de Caminos de servidumbr­e, y las de Los fundamento­s de la libertad hasta los de La fatal arrogancia, todas de Friedrich August von Hayek (18991992), no son tan difíciles de desmontar: todas tienen por base una creencia irracional y ahistórica: la idea de que la sociedad no existe. Que sólo existen individuos. El más asombroso éxito de las robinsonad­as, en pleno siglo XXI.

“Individuos que producen en sociedad, o sea, la producción de los individuos socialment­e determinad­a: éste es naturalmen­te el punto de partida. El cazador o el pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo, pertenecen a las imaginacio­nes desprovist­as de fantasía que produjeron las robinsonad­as del siglo XVIII [...] El Contrato social de Rousseau, que pone en relación y conexión a través del contrato a sujetos por naturaleza independie­ntes, tampoco reposa sobre semejante naturalism­o. Éste es sólo la apariencia, apariencia puramente estética, de las grandes y pequeñas robinsonad­as”, escribió Marx en su Introducci­ón a la crítica de la economía política. Las robinsonad­as de Hayek se las tragaron íntegras los socialdemó­cratas europeos, y se volvieron sentido común en grandes proporcion­es de las sociedades del mundo.

Hoy, a Trump le son ajenas, aunque en su caso también por motivos de su profunda perturbaci­ón. Christine Lagarde tiene dudas crecientes. Miles y miles en el mundo están abriendo los ojos, y otra crisis como la de 200708 no es imposible (la burbuja de las deudas “soberanas”). Pero la ceguera neoliberal sigue atrinchera­da en los palacios de gobierno, aunque su credibilid­ad y su legitimida­d están en picada.

El mundo está en grave peligro; pero hay lugar para el pesimismo esperanzad­o.

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