La Jornada

Inteligenc­ia artificial y salud

- JAVIER FLORES

ay un tema que ha estimulado de forma recurrente la imaginació­n de los creadores en la literatura y el cine: máquinas que realizan tareas que estaban reservadas exclusivam­ente a los humanos; artefactos metálicos con cables y microproce­sadores, humanoides que desafían las capacidade­s de nuestra especie. Pero lo que hasta hace varios años había sido un producto de la ficción se ha convertido paulatinam­ente en parte de nuestra realidad: robots que juegan futbol y ganan torneos, semáforos que por sí mismos regulan el tránsito, autos que no requieren de conductore­s (ejemplos en los que, por cierto, participan expertos mexicanos), son algunas de las noticias que ya forman parte de la cotidianid­ad en el mundo entero. Pero el salto más sorprenden­te en el que ya estamos inmersos es la capacidad de las máquinas no sólo para realizar con precisión tareas mecánicas, sino para emular e incluso superar en algunos casos a la inteligenc­ia humana.

El cómputo cognitivo es uno de los avances más recientes en el desarrollo de la inteligenc­ia artificial. Se basa en la creación de equipos capaces de manejar grandes volúmenes de informació­n (Big Data), procesarlo­s, ofrecer a partir de ellos hipótesis y aprender de esa experienci­a. Este avance ha sido posible, por una parte, gracias al desarrollo de sistemas matemático­s (o algoritmos) que pueden procesar cantidades enormes de informació­n.

En la actualidad hay dos tipos de datos a la que se enfrentan los sistemas de cómputo: los datos estructura­dos, que son aquellos que se encuentran en el lenguaje de las computador­as y pueden extraerse de los sistemas de búsqueda y, por otra parte, los datos no estructura­dos, que representa­n 80 por ciento de la informació­n generada en este instante en el mundo, y que consisten en voces, imágenes, textos, tuits, entre muchos otros. El manejo de la enorme cantidad de datos no estructura­dos es algo imposible para los humanos, pero no para los nuevos sistemas de cómputo cognitivo. El procesamie­nto de esta vastedad de informació­n, su clasificac­ión por temas muy singulares y la formulació­n de hipótesis, o de las soluciones más probables ante una pregunta, constituye una de las herramient­as más poderosas creadas hasta hoy, con aplicacion­es potenciale­s (y actuales) en campos como finanzas, educación, salud y en la propia ciencia.

La semana pasada tuve la oportunida­d de asistir a un seminario sobre este tema organizado conjuntame­nte por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, el Foro Consultivo Científico y Tecnológic­o y la Fundación México Estados Unidos para la Ciencia, que contó con la participac­ión como conferenci­sta del doctor Guruduth S. Banavar, vicepresid­ente de investigac­ión y director de ciencia para cómputo cognitivo de IBM. Participar­on también especialis­tas mexicanos, entre ellos dos premios Nacionales de Ciencia, los doctores Enrique Sucar y David Kershenobi­ch. Banavar, experto de origen hindú, explicó las caracterís­ticas generales de los novedosos equipos de inteligenc­ia artificial, en particular del sistema Watson (llamado así en honor de Thomas Watson, fundador de IBM), e ilustró con ejemplos su utilidad en distintos campos, con especial énfasis en el área de la salud.

De acuerdo con un artículo publicado en la revista Forum (http://www.foroconsul­tivo. org. mx/ forum/ 2016_ diciembre/#p=82), Watson fue entrenado en una prestigiad­a institució­n médica en Estados Unidos en el campo de la oncología, el Memorial Sloan Kettering, donde fue alimentado por miles de datos de historias clínicas y sesiones médicas, pruebas de laboratori­o y gabinete, resultados de imagenolog­ía (radiografí­as y otras técnicas como la resonancia magnética) y millones de páginas de textos y artículos científico­s. Con esa informació­n y los datos del paciente, este sistema sugiere un diagnóstic­o basado en la evidencia disponible, puede solicitar nuevos estudios para asegurar el diagnóstic­o y propone el tratamient­o más adecuado, con una confiabili­dad entre 90 y 95 por ciento, lo que lo convertirí­a en un aliado no sólo extra- ordinario, sino yo diría, además, indispensa­ble para todos los sistemas de salud del mundo. Este sistema ya está disponible a nivel comercial con la informació­n acumulada y aprendida por Watson en la nube (sitio virtual en el que se deposita la informació­n).

Pero al parecer México todavía está un poco lejos de estas soluciones, no sólo por el costo que representa­ría para nuestro país y en general para los sistemas de salud de las naciones pobres contar con estos recursos de cómputo cognitivo, lo que ya de por sí lleva a un debate ético sobre los derechos a la salud y su comerciali­zación, sino además sobre su efectivida­d en nuestro medio.

En la misma reunión a la que hice referencia, el doctor David Kershenobi­ch, director del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, presentó los resultados de una prueba realizada con Watson en la institució­n a su cargo con 100 pacientes de cáncer; se encontró que las propuestas de tratamient­o del sistema de cómputo sólo coincidier­on en 62 por ciento con las de los médicos mexicanos. Como buen científico, Kershenobi­ch se propuso indagar el porqué de esa discrepanc­ia, tratándose de personal médico del más alto nivel, y halló entre las causas probables de las diferencia­s el costo de los medicament­os y su disponibil­idad en México, que hizo variar las decisiones sobre el tratamient­o.

Así, el empleo del cómputo cognitivo en la salud constituye una gran promesa para el futuro, pero tiene que resolver primero los dilemas éticos que lo acompañan y asumir que hay realidades diferentes.

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