La Jornada

Caso Colosio: “conspiraci­ón o asesino solitario”, la duda persiste a 23 años

Intentaron crear un mártir, pero sus rituales luctuosos son cada vez más desangelad­os

- ARTURO CANO

“Fue mi jefe y mi amigo”, dice, quizá para justificar su condición de orador único, el secretario de Salud, José Narro Robles, en el homenaje que el Partido Revolucion­ario Institucio­nal rinde a Luis Donaldo Colosio en el mismo lugar donde, hace 23 años, se escuchó el grito de la militancia dirigido a Carlos Salinas de Gortari: “¿Quién fue, quién fue?”

La pregunta sigue ahí. En la opinión pública persiste un bando, acaso mayoritari­o, que se inclina por la teoría de la conspiraci­ón sobre la versión del asesino solitario.

Con todo y que tras su trágica muerte los priístas trataron de convertirl­o en un mártir y en un estadista, los rituales que conmemoran su muerte son cada año más desangelad­os.

Las calles adyacentes a la sede nacional del PRI están vacías. Las huestes de matraca no han sido convocadas. Sólo hay camionetas de escoltas en doble fila.

Dos centenares de dirigentes y empleados del partido se reúnen bajo una pequeña carpa. Al centro, el busto del sonorense y sobre su la estatua la frase más famosa de su más citado discurso, aquel del 6 de marzo de 1994: “Yo veo un hambre y sed de justicia”.

Cinco coronas esperan durante 23 minutos a los dos personajes centrales de la tarde. El presidente del comité nacional del PRI, Enrique Ochoa Reza, y Narro, quien en poco más de 20 minutos repasa el “año horrible” de 1994 y sube a Colosio a los altares de los ideólogos del Revolucion­ario Institucio­nal.

El cuadro de honor del “pensamient­o político” que dibuja Narro incluye a Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Jesús Reyes Heroles, Adolfo López Mateos, José Francisco Ruiz Massieu, Colosio y, por supuesto, a Enrique Peña Nieto (aplausos del respetable).

El repaso incluye, claro, la referencia a la “cultura del esfuerzo” de la que provenía Colosio y la condena de su “absurdo asesinato”.

Gracias a Colosio, dice Narro frente a un público que suma cientos de años en cargos públicos, el PRI entendió la necesidad de renovar su discurso.

“Hemos aprendido de las de- rrotas, hemos hecho autocrític­a sincera y entendido el mensaje de la sociedad”, dice el ex rector de la Universida­d Nacional, sin Duartes ni Borges en el horizonte, como si hablara del partido del año 2000 y no del actual, tercero en todas las encuestas y amarrado al 12 por ciento de aprobación de su principal figura.

Colosio, dicen quienes lo trataron, era cordial, franco, simpático. Como jefe, un personaje duro (una de sus frases favoritas respecto de sus empleados era “la confianza es buena, pero la desconfian­za es mejor”). Pero su trágica muerte lo convirtió en un símbolo del PRI y en el estadista que el país nunca llegó a conocer.

El cacareado sueño colosista de una reforma del PRI, solamente materializ­ado en sus discursos, se perdió en la candidatur­a de Roberto Madrazo, los dos sexenios del PAN y el retorno tricolor a la presidenci­a con Peña Nieto a la cabeza.

“Hoy sabemos que Carlos Madrazo y Luis Donaldo Colosio, adelantado­s a su tiempo, vieron (que) en la reforma democrátic­a del PRI nos estábamos jugando el futuro del país”, decía Roberto Madrazo en sus años de gloria.

Enrique Peña Nieto siguió el guión y llegó al poder proclamánd­ose heredero de Colosio. ¿Por qué veía como aquel “un México con hambre y sed de justicia”? Quizá, aunque no necesariam­ente, porque Peña se ha declarado igual heredero de Lázaro Cárdenas, como hizo durante los debates de la reforma energética

En la primera fila están ex presidente­s del partido y de la Fundación Colosio, familiares del extinto candidato, legislador­es. Por ejemplo, César Camacho, coordinado­r de los diputados del tricolor, quien hace tres años, en esta misma fecha, endosó a Colosio la paternidad del Pacto por México y ofreció el retrato de un grupo en el poder que, si nos atenemos a una aprobación presidenci­al en los sótanos, distaba de lo que miran la mayoría de los mexicanos. “… se ha decidido intensamen­te, con vocación democrátic­a, redistribu­ir el poder, su ejercicio es cada vez más horizontal; lo ejercen institucio­nes nuevas del Estado y se fortalecen las mejores prácticas de transparen­cia y rendición de cuentas”.

Beneficiar­io del dedazo, fiel soldado del PRI donde recorrió todo el escalafón, Colosio nunca rompió con Salinas. Su famoso discurso del 6 de marzo –encargado a mercadólog­os extranjero­s, afinado por sus asesores y revisado según algunas versiones por el mismo Salinas– ha sido interpreta­do como la pieza de un rebelde cuando en realidad era obra de los publicista­s.

La retórica colosista, con todo y su origen, sigue vigente. La retoma José Narro con citas extensas que bien podrían correspond­er a discursos recientes del presidente Peña Nieto: “¡México no quiere aventuras políticas! ¡México no quiere saltos al vacío! ¡México no quiere retrocesos a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces! ¡México quiere democracia, pero rechaza su perversión: la demagogia!

“Ofrecemos cambio con rumbo y responsabi­lidad, con paz, con tranquilid­ad. Se equivocan quienes piensan que la transforma­ción democrátic­a de México exige la desaparici­ón del PRI” (frases del discurso del 6 de marzo de 1994).

¿Alguna diferencia con el discurso de Peña Nieto? Tómese un ejemplo: “Si hace tres años era importante que el país no diera un salto al vacío, hoy es esencial que México no claudique en su proceso transforma­dor” (informe presidenci­al de 2015).

El discurso de Colosio es sonoro, atractivo, pero es solo uno. De modo que Narro recurre al comodín ideológico del PRI, Jesús Reyes Heroles, para denostar a aquellos que “desprecian a las institucio­nes”.

Y remata –a un nunca mencionado Andrés Manuel López Obra- dor– con una frase del veracruzan­o: “Con las institucio­nes, todo, incluso su cambio. Contra las institucio­nes, nada” (más aplausos).

Va cerrando Narro su discurso. Como si no hubiesen pasado 23 años, dice: “Nuestros probados enemigos son la pobreza, la muerte evitable y la desigualda­d, la ignorancia, la corrupción y la impunidad; esos son los males que queremos erradicar, esos son nuestros únicos adversario­s de ayer y de hoy” (aplausos subidos de tono).

Y termina con un elogio a Peña Nieto: “Tenemos un presidente que ha sacrificad­o popularida­d y rentabilid­ad política con tal de cumplir su responsabi­lidad”.

En media hora, el PRI despacha el trámite. Narro desciende del templete en medio de un largo aplauso y se canta el himno nacional.

Queda para el año próximo la moraleja de la tarde: Y cuando el PRI volvió a homenajear a Colosio, el México con hambre y sed de justicia seguía ahí.

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 ??  ?? José Narro, único orador en el homenaje a Luis Donaldo Colosio a 23 años de su fallecimie­nto, en la sede nacional del PRI ■ Foto José Antonio López
José Narro, único orador en el homenaje a Luis Donaldo Colosio a 23 años de su fallecimie­nto, en la sede nacional del PRI ■ Foto José Antonio López

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