Hace 40 años desaparecieron al periodista Rodolfo Walsh
ega la primavera caliente y las brujas mexicas enfurecidas por el muro fronterizo de los vecinos estadunidenses se han agrupado para construir otro muro que será mágico. El calor que registra la República determina una aguda sensibilidad; el espacio del amor desplazándose a la ternura, al aire. El deseo provocando escalofríos, armonía de líneas, el trazo abre caminos horizontal y verticalmente. Melodía interna que emana desde una bruja malinalca siempre anterior, de viejas esencias dormidas, envueltas en la vestimenta multicolor. Tempestad del sentimiento, eterna aspiración, lugar ideal del otro, que hace de la existencia magia infinita.
Viejas brujas color café con leche, desdentadas, maestras del aquelarre, máscaras de la madre desnutrida, que desnutre a su hijo, con su aguda faz amarilla, nariz afilada, ojos chicos, largas uñas afiladas y negras; maquillaje de magia, misterio y fanatismo que desborda. El Zincuatle, el amante de las brujas en defensa contra los dictadores vecinos. El argentino Rodolfo Walsh, ícono del periodismo de investigación en Latinoamérica, se encontraba repartiendo copias de su Carta abierta a la Junta Militar cuando hace 40 años un comando del ejército le tendió una emboscada en una avenida de Buenos Aires y lo hirió mortalmente.
El cuerpo acribillado a balazos de Walsh fue trasladado al centro clandestino de detención en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada ( ESMA) y luego nunca apareció. El periodista, escritor, intelectual y militante integra la numerosa lista de desaparecidos de la dictadura argentina (1976-1983).
Su obra más emblemática, Operación Masacre (1957), se gestó a partir de una frase que Walsh escuchó en un bar: ‘‘Hay un fusilado que vive’’. Y es señalada como iniciadora del género de nonfiction novel o novela testimonio, ya que precedió por poco menos de una década a A sangre fría, de Truman Capote. Esa crónica novelada significó un hito para el periodismo y también en la propia vida de Walsh. ‘‘Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior’’, escribiría Rodolfo Walsh.
Al momento de ser acribillado el 25 de marzo de 1977, Walsh, de 50 años, participaba de la Agencia de Noticias Clandestina (Ancla), que había creado meses antes para romper el cerco informativo.
Viejas brujas que vuelan en la noche de San Ángel a la frontera norte, pulidas y bien untadas, bajo un cielo emborronado de pesadillas. Hoy que la Semana Santa se acerca y la necesidad de untos corporales es urgencia vital, paso de sabiduría, que entiende de sortilegios y postizos, remiendos y bebedizos, ardillas que hilen estopa y toquen extrañas sonajerías al ritmo infernal de la armonía diabólica, exorcizar el hambre que se revuelve entre nubes de polvo por toda comida y alzar otro muro mágico más grande que el vecino.
Viejas lloronas de aullidos lastimeros y ayes que son cantares de los viejos amores que se quedaron y no se encuentran cabalgando en sus aerodinámicas escobas –que por aspiradoras e iPhone– quieren cambiar como augurios, conjuros y maleficios, arte de artes, transcriban y reordenen luciferinas que televisen los pensamientos.
Lechugas de pelo naranja, olor a azufre, lepra de enigma, miedo, símbolo de los pecados del país, redujos indefinibles de sombras amasadas, tan sucias que contaminaron la República con azufre sulfuroso, a todos nos lleve el infierno, hoy que el agua y el predial no se podrá pagar.
¡Ay lloronas de azul verdoso de carreras locas, días eternos, en negra caterva infernal hasta la ley del cielo envolvieron en nubes sulfurosas! Nostalgia citadina de los brujos antiguos de acento cachondo, suave y añejo, ojos de luz morena, pelo oscuro y mate sobre color quebrado en la escoba infaltable de ramas que se mecen en los aires. Hablar de cosas que hoy con la gracia de lo antiguo, infernal melancolía, pálida flor ranchera.
Lloronas del más allá que cam-